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Resultados 1 al 6 de 6
  1. #1

    Así llevé ante la Justicia al presunto asesino de mi padre.

    Hace 23 años, un salvaje atentado de ETA en la Glorieta de López de Hoyos de Madrid dejó siete cuerpos apenas reconocibles, fundidos en el asfalto, atrapados entre los hierros de la furgoneta en la que viajaban. Ahora, un hombre que jamás había sido investigado por esta causa tendrá que responder ante el juez como presunto asesino de mi padre, uno de esos muertos. Será el 29 de agosto.

    Murieron asesinados el teniente coronel del Ejército de Tierra Javier Baró Díaz de Figueroa; el teniente coronel del Ejército del Aire José Alberto Carretero Sogel; el sargento primero de la Armada José Manuel Calvo Alonso; el teniente coronel del Ejército de Tierra Fidel Dávila Garijo; el capitán de fragata de la Armada Domingo Olivo Esparza; el funcionario civil del Ministerio de Defensa Pedro Robles López, que conducía el vehículo, y el teniente coronel del Ejército del Aire Juan Romero Álvarez, mi padre. Entonces yo tenía 17 años.

    En los últimos tres años me he dedicado a investigar qué pasó aquel 21 de junio de 1993. He querido averiguar quiénes fueron los autores a quienes nunca se juzgó. He buscado nuevas pistas que surgieron a lo largo de los años. He indagado en prisiones, en juzgados, en ministerios, en hemerotecas. He tenido la suerte de encontrar valiosas ayudas inesperadas. Otros intentaron entorpecer mi labor.

    Ésta es la historia de una investigación personal. Pero también es un relato que muestra todo aquello que mina la conciencia social de este país: el inmovilismo, la desidia, la mentira, la irresponsabilidad. Son algunos síntomas de una enfermedad que se llama olvido.

    INVESTIGADO Y OBLIGADO A DECLARAR
    Cuando el juez del Juzgado nº 2 de la Audiencia Nacional, Ismael Moreno, acordó recientemente llamar a declarar en calidad de investigado -lo que se conocía hasta hace bien poco como imputado- al etarra Jesús Garcia Corporales, se cerró un círculo. La suerte, quizá, tuvo algo que ver en que la decisión llegara justo tres años después del inicio de esta investigación, que arrancó a mediados de 2013.

    ¿Quién es Jesús García Corporales? Aunque más adelante contaré más detalles sobre él, los primeros datos que pude conseguir -casi todos ellos públicos- arrojan algo de luz sobre el personaje. Nació en Cubillos del Sil, un pueblo de la provincia de León cercano a Ponferrada, en 1960. Pasó su juventud en Llodio y, según los datos policiales recabados, contó con hasta cuatro alias: Gitanillo, Legionario, Josu y Carlos.

    Fue miembro del comando Araba a finales de los años ochenta, en 1987 y 1988, junto al sevillano Juan Toledo Gavira.

    El primer atentado en el que participó en Madrid, según datos extraídos de informes policiales, tuvo lugar el 24 de mayo de 1992 junto al estadio Vicente Calderón. Varios policías resultaron heridos. Además, se le vinculó con el atentado contra Irene Villa, perpetrado el 17 de octubre de 1991 en el madrileño barrio de Aluche, que causó la amputación de las dos piernas de la joven. También se le atribuyó la colocación del coche-bomba que causó la muerte del subteniente jubilado de la Guardia Civil Miguel Miranda, el 30 de noviembre de 1992.

    Curiosamente, su nombre aparece relacionado con la cúpula de ETA. Hay constancia de que gozaba de comunicación directa con la misma ya en el año 1989: "... y siguiendo las directrices marcadas por la Dirección de la Organización ETA durante el mes de diciembre de 1989 se dedicaron a buscar posibles objetivos para perpetrar contra ellos acciones dañosas [...] comunicadas tales circunstancias por García Corporales y sus tres compañeros a miembros dirigentes de ETA, éstos facilitaron a aquellos 30 kg. de amonal para que fabricasen el artefacto explosivo...". Así reza un antiguo informe judicial que califica lo anterior como "hechos probados" recogidos en sentencias sobre atentados cometidos desde 1978 a 1997.

    Varios informes policiales y documentación sitúan al etarra en Madrid durante las campañas 91/92 y 92/93.
    Al menos otros dos informes policiales incluidos en esta causa aseguran con toda certeza que este etarra formó parte del sanguinario comando Madrid durante las campañas de ETA correspondientes a 1991,1992 y 1993.

    Incluso existe documentación que sitúa a este etarra sin lugar a dudas en Madrid en enero de 1993 y a bordo de un Ford Fiesta rojo, que resultó ser el segundo coche que estalló en el atentado en el que mi padre murió asesinado.

    García Corporales fue detenido en Francia en febrero de 1994 e inmediatamente se pidió su extradición a España, aunque ésta no se produciría hasta 1999. Una década después, en enero de 2010, manifestó su renuncia a la banda terrorista.

    Sobre él recaían dos condenas: una de 64 años por el intento de asesinato de tres guardias civiles en 1989; otra, de 19 años por su participación en uno de los atentados contra el cuartel de la Guardia Civil en Llodio (Álava).

    Terminó de cumplir su condena en la prisión de Álava (Zaballa) y fue puesto en libertad definitivamente en diciembre de 2013, tras haber gozado de al menos 11 permisos penitenciarios previamente.

    Jamás fue procesado por sus actividades en Madrid.

    DOS POLICÍAS ANTE EL JUEZ
    El día 24 de abril de 2016, dos policías declaraban ante el Juzgado Central de Instrucción nº 2. Uno de ellos, un antiguo responsable del seguimiento del comando Madrid, afirmaba sin lugar a dudas que Jesús García Corporales fue miembro del mismo durante la campaña 92/93, cuyo último atentado fue la matanza de la glorieta de López de Hoyos. Y también señalaba a María Jesús Arriaga Arruabarrena como responsable de infraestructura de ETA en la capital en aquellos años.

    El otro agente, un inspector jefe, ratificaba los informes que él mismo había redactado punto por punto, y que apuntaban como posible autor del asesinato -en calidad de miembro del comando Madrid- al mencionado García Corporales: él estuvo en la capital, a pesar de que siempre lo negó.

    La memoria de ambos era notable: no en vano habían participado en todo un operativo de escuchas y vigilancia centrado en uno de los tres pisos francos de ETA en Madrid durante varios meses en 1992. "Se llegó a concretar que Corporales era miembro del comando Madrid", dijo uno de los agentes ante el juez. No obstante, la documentación del exhaustivo aparato de vigilancia (cintas, informes, órdenes judiciales...) no se encuentra por ninguna parte: la Comisaría General de Información asegura una y otra vez que toda esa documentación "no aparece".


    "En noviembre del 92 existe constancia de que estaba en Madrid", afirmó el otro agente, que añadió: "A partir de octubre del 92 no puedo asegurar nada, pero puedo presumir que, si se incorpora al comando en noviembre del 92, estaba para una campaña". Una campaña, en aquella época, abarcaba casi lo mismo que un curso escolar: llegaban a la capital a principios de otoño y se marchaban a finales de junio del año siguiente, a menos que alguno de ellos fuera detenido o se supiera identificado.

    Estas declaraciones también confirman que el comando Madrid fue vigilado por un amplio operativo policial hasta que una terrible decisión política, no explicada hasta ahora, dio al traste con aquella investigación: los asesinos, que estaban localizados, no fueron detenidos y tuvieron vía libre para matar.

    ASÍ MURIÓ MI PADRE
    El día 21 de junio de 1993 amaneció soleado y bochornoso, como corresponde al primer día del verano. Mi padre, Juan Romero Álvarez, y otros seis hombres, subieron a la furgoneta que cubría la ruta entre Alcalá de Henares y la sede del Estado Mayor de la Defensa, en la calle Vitruvio esquina con el Paseo de la Castellana. Todos ellos trabajaban allí menos mi padre, que era profesor en el Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional (CESEDEN).

    A las 8:15, y mediante un mando a distancia, estalló un Opel Corsa cargado de explosivos al paso de la furgoneta en la calle de Joaquín Costa, 61, justo a la salida de la glorieta de López de Hoyos. La explosión fue tan violenta que algunos restos del minibús -incluso humanos- aparecieron sobre el paso elevado que cruza la plaza.

    Una hora más tarde, otro coche -usado por los asesinos en su huida- explotó en la calle Serrano, 83 (no muy lejos del primer ataque), en esa ocasión a causa de una bomba cuya detonación estaba programada mediante un temporizador. Era un Ford Fiesta rojo. Murieron los siete ocupantes de la furgoneta y 25 personas resultaron heridas en ambos hechos.

    Me enteré de que no volvería a ver a mi padre jamás después de hacer un examen de Física, el último de 3º de B.U.P. en el Colegio de Huérfanos de la Armada de Madrid. Me recogió mi tía Rocío. Aún no sé cómo no me di cuenta, al llegar a casa, de que algo había pasado, ya que había una enorme cantidad de gente en la calle, en el rellano del piso y en el salón. Sólo cuando mi madre me llevó a la cocina y me contó que mi padre "no estaba", comprendí que él había sido uno de los muertos del atentado de aquel día. Grité, di un puñetazo a la pared y justo después mi madre me pidió, completamente serena, que me rehiciera: jamás he vuelto a ver tanta dignidad en una mirada.

    Ésta es, resumida, la descripción que se realizó de los atentados de aquel día. Las crónicas periodísticas de la época cuentan qué pasó y dónde, pero no cómo, ni quién, ni por qué.

    Mi padre murió porque alguien apretó un botón, y varias personas colaboraron para que eso sucediera
    Los siete cuerpos, carbonizados, fundidos y atrapados entre los restos de la furgoneta en la que viajaban, constituyen un símbolo de la cobardía que mantuvo en vilo a este país durante cuatro décadas de terror y violencia. Pero se erigen ahora también como una metáfora de todos aquellos cadáveres, casi 400, cuya historia está aún por aclarar.

    Porque mi padre no murió simplemente porque un coche bomba estallara junto al minibús en el que viajaba: murió asesinado por quien apretó el botón del mando a distancia que detonó los 40 kilos de amosal escondidos en el coche que reventó a su paso. Mi padre murió porque alguien tomó esa decisión, y varias personas colaboraron para que eso sucediera. No fue un accidente: fue un asesinato terrorista.

    ¿Quién es el ahora inculpado por la muerte de mi padre? ¿Quién es Jesús García Corporales más allá de sus alias Legionario, Gitanillo, Josu y Carlos? ¿Por qué es importante su papel en los asesinatos? ¿Qué relaciones tenía con el sanguinario comando Madrid de ETA? Y, sobre todo, ¿por qué no se le ha investigado a fondo hasta ahora?

    A lo largo de los próximos días trataré de contestar a estas y otras preguntas, e intentaré explicar con pruebas y datos los pormenores de una investigación que condujo a la inculpación de una persona que, todo parece indicar, tuvo mucho que ver en la matanza de la Glorieta de Lopez de Hoyos aquel 21 de junio de 1993, el día en que murió mi padre.


    (Mañana, parte II. El folio 825: así comencé la investigación del asesinato de mi padre).

    http://reportajes.elespanol.com/mi-l...tulos/primero/

  2. #2
    ARANO
    Guest
    II PARTE:

    El 21 de junio de 2013 se publicó en EL MUNDO la historia de la reapertura de la causa, un artículo titulado El folio 825. En él, como hijo de una de las víctimas del atentado, explicaba cómo había logrado congelar la posible prescripción de los asesinatos.
    Conseguí este objetivo a partir de una declaración policial incluida en el sumario de este caso y que apuntaba a Ignacio Gracia Arregi, alias Iñaki de Rentería y Gorosti, como jefe de la banda terrorista y posible autor intelectual -no material- de la masacre. Gracias al fiscal Fernando Burgos, que escuchó el caso, y al juez de la Audiencia Nacional Ismael Moreno, que reabrió el sumario, gané tiempo para seguir investigando el asesinato de mi padre.
    UN INDICIO CASUAL

    La historia arrancó con un comentario casual en la redacción de EL MUNDO, en donde trabajaba como periodista. Muy poca gente sabía que hacía dos décadas mi padre había muerto tras un ataque con coche-bomba. Una compañera comentó en voz alta que el "problema" de ETA estaba superado -dos años antes, el 20 de octubre de 2011, la banda anunciaba el cese definitivo de la violencia terrorista- y que no merecía la pena "remover" los casos.
    En ese momento algo cambió en mi cabeza. Me di cuenta de que en pocas semanas se iban a cumplir dos décadas de la muerte de mi padre y de que los delitos cometidos por los autores -jamás juzgados ni condenados- podrían prescribir, de acuerdo con la legislación vigente. Como movido por un resorte levanté el teléfono, llamé a la Oficina de Atención a las Víctimas del Terrorismo de la Audiencia Nacional y solicité el acceso al sumario 17/94, el correspondiente al caso.
    Por aquellos días la oficina, dependiente del Ministerio de Justicia, mantenía un "perfil bajo" informativo a pesar de que llevaba abierta desde el año 2005. Su directora, Carmen Alba, explicaría más tarde que no tuvo unas funciones claras hasta 2011, gracias a la Ley de reconocimiento a las víctimas del terrorismo. En cualquier caso, su labor es prácticamente desconocida para muchos.
    Cuando expliqué el asunto, la petición fue trasladada de inmediato a la oficina del entonces juez de la Audiencia Fernando Grande-Marlaska. Este último ordenó el traslado en tiempo récord -apenas dos días- del sumario desde el archivo en Alcalá de Henares hasta la sede provisional de la Audiencia, en la calle Prim, 12, de Madrid. El 7 de junio de 2013 llegaron los entonces ocho tomos del sumario al juzgado. Una lectura a fondo de aquellos papeles desembocó en la reapertura del caso y de esa forma se desvaneció la temida prescripción de los delitos.
    Aquello sucedió la víspera del vigésimo aniversario del atentado, el 20 de junio de 2013. Al día siguiente publiqué mi historia.
    LA DECISIÓN DE ACTUAR SOLO

    El 21 de junio de cada año se celebra una misa en la sede del Estado Mayor de la Defensa como tributo a las víctimas del atentado. Allí acudí puntual, con el periódico debajo del brazo. Esa jornada no fui a la redacción porque quería estar con mi madre y mis hermanos. Además, decidí ignorar el teléfono, que no dejó de sonar en todo el día.
    En el aperitivo servido después del homenaje me encontré rodeado por las viudas y los huérfanos que dejó el atentado. Estaban asombrados y confundidos: desde primera hora de la mañana de aquel viernes la noticia de la reapertura del caso aparecía en todos los sitios web de noticias, en los boletines de radio y en los informativos de televisión. Tuve que explicarles lo que había conseguido, apoyado en la información que yo mismo había escrito el día anterior.
    Ya entonces tenía decidido seguir investigando por mi cuenta. Muchos de los afectados quisieron agruparse, compartir gastos y abogados, etc. Pero preferí actuar solo: necesitaba poder investigar libremente sin tener que consultar con nadie, moverme rápido y ser muy discreto.
    Muchos de los afectados quisieron agruparse, compartir gastos y abogados, etc. Pero preferí actuar solo
    Aquel día también tomé otra importante decisión: no volvería a publicar absolutamente nada acerca del atentado o de lo que investigara hasta que supiese quién mató a mi padre, o hasta que la desesperación me llevase a tirar la toalla definitivamente.
    Comenzaba así la parte más ardua de esta investigación, en la que arrancaba prácticamente de cero. No sabía por donde empezar. A mi favor jugaban varios factores, como la experiencia de 14 años como periodista y ciertos conocimientos jurídicos. Y, sobre todo, haber conseguido comprar un poco de tiempo. En contra, que los asuntos de terrorismo jamás me habían interesado, no había profundizado en la historia de ETA en 20 años. Dolía demasiado. O quizá decidí pasar página, como tantas otras víctimas que fui conociendo estos años y cuya postura respetaba porque había sido la mía.
    En cualquier caso, me faltaba todo el contexto, los conocimientos e incluso los contactos.
    INICIO DE LA INVESTIGACIÓN

    Lo primero que hice fue personarme en el caso como acusación particular, dado que en el momento del asesinato de mi padre era menor de edad -tenía 17 años- y no pude hacerlo entonces. De hecho, la representación de las familias de las víctimas de aquel atentado había sido asumida, en su mayor parte y desde el primer momento, por los abogados de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT).
    Poco después de la publicación del artículo El folio 825, el día 18 de julio de 2013, me personé en la causa . A partir de ese momento, mientras las partes instaban al juez a que solicitase a la Policía Nacional y a la Guardia Civil informes sobre Iñaki Gracia Arregui, alias Gorosti, y su posible vinculación con el atentado, yo me puse a investigar por mi cuenta. El punto de partida era, por tanto, el sumario. No tenía nada más.
    Traté de buscar, en primer lugar, a los testigos a quienes la Policía había tomado declaración tras el atentado hacía dos décadas. Descubrí que algunos habían fallecido. Tal era el caso de José Luis Sevillano, dueño del kiosco situado a la altura del número 85 de la calle Serrano. Justo ahí explotó el llamado "coche de la huida", un Ford Fiesta matrícula M-0050-IX que, al estallar, destrozó el puesto. La propia estructura del kiosco, lleno además de periódicos y revistas, amortiguó la explosión y le salvó la vida. No obstante, el dueño murió de un infarto en el año 2006. Según su entorno, siempre contaba la misma anécdota: él estuvo apoyado en el vehículo de los etarras justo antes de que estallara mediante una bomba con temporizador. Solía decir que quizá hubiera podido reconocer a los ocupantes, a los autores materiales de la masacre. Desgraciadamente, nunca se sabrá.

    Otro testigo, sin embargo, sí quiso hablar. Javier Llanes trabajaba en 1993 en el Restaurante Tinoca, ya cerrado. Pude localizarle a través de Internet, simplemente tecleando su nombre en Google: es aficionado a participar en carreras populares y aparecía en varias listas de participantes. Conseguí el teléfono de su casa, llamé y contestó su hija. Tras dejar su número, Llanes devolvió la llamada, muy sorprendido. Quedamos en un Vips. El testigo se mostró más que dispuesto a ayudarme, pero reconoció que no iba a poder aportar más de lo que había declarado en 1993. La explosión le pilló dentro del restaurante en el que trabajaba. Enseguida salió a la calle entre los escombros para ayudar su amigo José Luis, el dueño del kiosco. No pudo ver ni identificar a los posibles autores del atentado. No recordaba más.
    El resto de testigos no había aportado nada en los interrogatorios que tuvieron lugar justo después de la matanza. A otros ni siquiera pude localizarlos, como sucedió con F. B., el portero del edificio de la calle Serrano 85. Por último, algunos no querían hablar del asunto.
    Por respeto a su intimidad, no aparecerán en esta historia.
    LA "VÍA NANCLARES"

    A mediados del verano de 2013, había llegado a mi primer callejón sin salida. Tras analizar la situación con la cabeza fría, deduje que la única opción posible era preguntar directamente a etarras supuestamente arrepentidos en vías de reinserción.
    La idea de hablar con presos fue del juez del Juzgado Central de Vigilancia Penitenciaria, José Luis Castro. Esos reos habían sido trasladados o acercados a prisiones del País Vasco a cambio de su renuncia a la violencia terrorista y su teórica colaboración con la Justicia para esclarecer otros casos. Muchos de ellos estaban en la prisión de Zaballa (oficialmente, Centro Penitenciario de Álava), cercana a la histórica cárcel de Nanclares de Oca, al sur de Vitoria. Pertenecían a un grupo llamado, desde hacía años, "vía Nanclares".
    Tenía sentido. ¿No estaban recibiendo beneficios penitenciarios -acercamientos, permisos, etc.- por su supuesta colaboración? Pues iba a ponerles a prueba, a ver si realmente estaban colaborando.
    Por aquellos días, la "vía Nanclares" se encontraba "en vía muerta". Es decir, ni políticos, ni etarras, ni víctimas apostaban ya por ella, según varios funcionarios y algunos periodistas consultados. No obstante, cabía la posibilidad de solicitar un encuentro con presos en calidad de víctima de terrorismo, siempre que el interno accediera y que se tramitase a través de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias. Al menos una docena de etarras se encontraban en ese programa. De todos ellos, solicité encuentros con tres terroristas que podían tener relación con el atentado o que, por las fechas de su encarcelamiento, quizá pudieran proporcionar nuevas claves sobre la cúpula de la banda en 1993.
    La Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, dependiente del Ministerio del Interior, puso todo tipo de impedimentos
    Sorprendentemente, la propia Secretaría General de Instituciones Penitenciarias puso todo tipo de impedimentos para tramitar las solicitudes. Todo ello a pesar de que dejé claro, desde el principio, que mi objetivo no era otro que tratar de aclarar las circunstancias de la muerte de mi padre y de otras seis personas en el marco de un proceso judicial abierto, con todas las garantías legales. Llegué incluso a sugerirles que me utilizaran: ofrecí mi ayuda tanto a Instituciones Penitenciarias como al juez de Vigilancia Penitenciaria, José Luis Castro, para determinar si los etarras de la "vía Nanclares" estaban realmente cooperando en el esclarecimiento de otros casos.
    El juez Castro siempre me atendió de forma amable y me ayudó con la investigación. Sin embargo, el subdirector de Instituciones Penitenciarias frenó todo lo que pudo la solicitud para establecer el primer encuentro con un etarra en la cárcel de Zaballa. Desde agosto y hasta noviembre de 2013, estuve llamando por teléfono casi cada día, ante el retraso burocrático. El director del citado organismo, cansado sin duda de tanta insistencia, invocó su papel como protector de los derechos de los reos a pesar de que los tres etarras habían accedido a los encuentros. Llegó incluso a decirme que dejase de investigar por mi cuenta, que no tratase de hacer el trabajo de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
    Ésa fue prácticamente toda la asistencia que recibí de los responsables de esa dirección general, dependiente del Ministerio del Interior.



  3. #3
    ARANO
    Guest
    III PARTE:-

    La decisión de entrevistar a etarras no fue fácil. Existían varios riesgos evidentes; al fin y al cabo no dejaban de ser terroristas. Tampoco olvidaba que ETA no se había disuelto, sino que mantenía una "tregua indefinida". Lo que más me preocupaba era la posibilidad de que esta iniciativa se hiciera pública de alguna forma. Que una víctima fuera a visitar a presos de la banda solía ser noticia entonces, y esa publicidad podía ser contraproducente para mi objetivo.
    Sin embargo, no veía otra alternativa para seguir investigando el asesinato de mi padre. Cualquier pista, por remota o inverosímil que pareciera, era más de lo que tenía hasta aquel momento.
    JESÚS GARCÍA CORPORALES

    El encuentro con Jesús García Corporales, alias Gitanillo y Legionario, tuvo lugar el 3 de septiembre de 2013 en una celda de la cárcel de Zaballa, en presencia del director de la prisión. Me preparé esa entrevista a conciencia, dado que Corporales era el único etarra que aparecía en el sumario del caso señalado como posible miembro del comando Madrid en el momento del atentado. Concretamente, en el folio 379, junto a Soledad Iparraguirre Anboto (o Marisol) y José Javier Arizkuren Kantauri.
    Por supuesto, entonces no tenía ni idea de que este etarra era, casi con seguridad, uno de los asesinos de mi padre.
    Para documentarme, contacté con fuentes policiales -siempre de forma secreta, extraoficial, bajo cuerda- que me proporcionaron un informe completo, aunque no aportaba mucho más que lo que ya aparecía en el sumario. Desde finales de julio de 2013 conocía su situación penitenciaria: 11 permisos, el primero concedido en diciembre de 2010. En enero de 2013 había pedido acogerse al artículo 100.2 del Reglamento Penitenciario, que permite la incorporación progresiva al Medio Abierto de penados clasificados en segundo grado de tratamiento: en definitiva, poder salir de prisión.
    Estudié las fechas y lugares de su periplo terrorista, desde su época de legal -no fichado por la Policía- como colaborador con el comando Araba hasta su huida a Francia y su supuesto retorno como liberado -fichado, pero en libertad- e integrante del comando Madrid, que siempre ha negado. Me fijé bien en las fotos. Reservé hotel en Bilbao y un coche de alquiler. La entrevista estaba fijada a las 10:00 horas.
    La llegada a la prisión, situada en la falda del monte San Miguel, se realiza por una carretera sinuosa entre praderas verdes. Al final del camino hay un amplio aparcamiento construido sobre terrazas. Llegué a la entrada y me recibió el propio director, Juan Antonio Pérez Zárate, acompañado por parte de su equipo. Me explicaron que existía un protocolo para preparar a las víctimas del terrorismo de modo que se minimizase el posible impacto emocional que supone sentarse cara a cara con un etarra, por muy arrepentido que estuviera éste. También se suele preparar al reo para este tipo de encuentros, no para condicionar las posibles respuestas sino para aprender a gestionar sus propias emociones.
    Yo les comenté que llevaba un cuestionario muy preparado y detallado. Simplemente quería que García Corporales me contase todo lo que él pudiera saber sobre el caso del asesinato de mi padre: fechas, nombres, lugares, estructura de comandos, sistema de fugas y paso de frontera entre Francia y España... Les agradecí a los funcionarios el trato amable, pero les dije que no necesitaba preparación alguna.
    Cuando llegamos a la celda en donde iba a tener lugar el encuentro -paredes de cemento, tres sillas, una mesa baja-, García Corporales entró justo antes que yo. No le reconocí. Las fotos policiales que había visto de él eran muy antiguas, en blanco y negro, poco nítidas, tomadas en los años noventa. Me encontré cara a cara con un hombre de corta estatura, vestido con camisa y jersey de lana, el pelo muy corto, gafas y bien afeitado. Recuerdo que pensé: "¡Coño, qué pequeño es!".
    Comenzó el diálogo, que fue casi un interrogatorio, con una simple cuestión: si tenía algo que decir, aquél era el momento. García Corporales se encogió de hombros y murmuró la razón por la que había decidido abandonar ETA: se sentía "decepcionado". "Somos todos un poco responsables de todo", comentó. Reconoció que ninguna víctima de ETA le había preguntado jamás por los dos atentados por los que cumplía condena: un total de 112 años, refundidos a 30. Fue detenido en Francia en 1994 y su salida de prisión estaba prevista para 2019.
    Abandoné ETA porque estaba decepcionado. Somos todos un poco responsables de todo
    A las múltiples preguntas que yo le hacía, él sólo reconocía que había huido a Francia en 1989, que nunca había estado en Madrid; sólo una vez "pasó" por la capital camino de Melilla, donde hizo la mili, y por eso le llamaban Legionario. Jamás le habían llamado Gitanillo. Durante su estancia en Francia su enlace con la banda terrorista era un tal Juanpi.
    Le pregunté directamente dónde se encontraba durante el mes de junio de 1993, en fechas anteriores y posteriores al atentado. Sus respuestas reflejaron varias contradicciones y vaguedades. Afirmó que andaba escondido en San Juan de Luz en mayo del 93, y que desde el año anterior no recibía ayuda. Luego le trasladaron a Chaudes-Aigües "durante el verano". A finales de agosto le llevaron a Hendaya.
    No concretó fechas, a pesar de que ETA le movió de escondite nada menos que tres veces en un solo verano. Según él, tenía muy poco contacto con ETA, sólo a través del tal Juanpi. "No me llegaban ni los zutabes (boletines internos de la banda terrorista)", comentó. Negó rotundamente toda relación con el atentado del 21 de junio de 1993, y negó conocer a Ignacio Gracia Arregui, o Gorosti.
    Terminó la conversación con un apretón de manos.
    Instituciones Penitenciarias impidió entonces el acceso a la charla mantenida con García Corporales, que quedó grabada tal y como obliga la Ley General Penitenciaria. Alegaba la obligación institucional de proteger los derechos del preso.
    Toda la conversación, resumida anteriormente, quedó reflejada en varias notas garabateadas en una minúscula libreta apoyada sobre mis rodillas durante el encuentro.
    AITOR BORES

    Los siguientes etarras con los que quería reunirme eran Aitor Bores e Iñaki Rekarte. El primero estaba cumpliendo condena en Zaballa, el segundo se encontraba en la cárcel de Martutene, en San Sebastián. En esa ocasión, el Ministerio del Interior tardó más de mes y medio en tramitar la solicitud de ambos encuentros.
    Según el historial oficial de Bores, había pertenecido al talde legal (grupo no fichado) de manguis -robaba coches para atentados- y tuvo relación directa con el comando Vizcaya. Tras pasar una temporada en Francia volvió a España en noviembre del 96 y fue detenido el 19 de marzo del 98. Sobre él, de hecho, recaen seis sentencias condenatorias y un total de 107 años, seis meses y un día de prisión, refundidos a 30 años. Suponía que, por las fechas en los que estuvo activo como terrorista de ETA, quizá supiera decir quién era el jefe de la banda, y así poder vincular a Gorosti siquiera mediante una declaración suya.
    El encuentro con Bores -un hombre corpulento y rubicundo, vestido con ropa de trabajo- tuvo lugar en la misma celda de la entrevista con García Corporales tres meses antes. Tras un apretón de manos, nos sentamos frente a frente. Bores contó que él no se había acogido a la "vía Nanclares", que su caso era una "decisión personal" que tomó en un traslado a la prisión de Burgos en abril de 2010. Se arrepintió a cambio de su acercamiento. No dio más explicaciones. Según sus palabras, se acumulan "muchas gotas en el vaso" hasta que uno decide salir de la banda. "Uno se mete sin dar explicaciones y sale igual", comentó.
    Uno se mete en ETA sin dar explicaciones y sale igual
    Su mote en la banda era Ezkur, bellota en vasco. Contó una historia sobre unas bellotas que llevaba con él cuando huyó a Francia en 1994. Le habían dicho que eran del árbol de Guernica. Como le gustaba la jardinería, decidió plantar una y brotó.
    Bores huyó de España después de ver caer al comando Vizcaya: Ángel Irazabalbeitia (muerto durante un tiroteo en la detención del comando), Lourdes Txurruka (herida) y José Luis Carmona Koldo (detenido ileso).
    Durante el encuentro negó cualquier acción armada como legal. Sólo reconoció hacer trabajos de infraestructura: robar coches, buscar lonjas, cosas así. Por tanto, insistió en que no había participado directamente en ningún atentado antes de huir a Francia. En concreto, negó expresamente cualquier acción en Irún o en Hondarribia.
    Lo que sí contó fue que, como legal, tenía contacto con varios liberados. Era a través de éstos como llegaban las órdenes "de arriba", los objetivos y las tareas que le encomendaban. "Aparecían y desaparecían". Mencionó a Iñaki Bilbao y a Gorka Martínez. No dio más nombres.

    Nadie le ayudó a escapar a Francia, según él. La historia de su huida que narró era como de película, un poco increíble. Dijo que esperó en una buhardilla en rehabilitación en el casco viejo de Bilbao durante un par de semanas. Sólo salía "lo necesario". Como nadie iba a buscarle ("Esperé al contacto pero no venía", dijo), decidió tomar un autobús hasta la frontera. Desde allí consiguió llegar hasta Bayona él solo, aunque no contó cómo. Una vez cruzada la frontera le acogió un refugiado, Iñaki Goroikoetxea.
    Le llevaron a entrenar a un sitio secreto, con los ojos vendados y en un vehículo cerrado, aunque dijo que no sabía dónde estaba ese lugar. Allí mantuvo contacto con Jon Bienzobas Arreche, alias Karaka y José Javier Arizkuren Ruiz, Kantauri.
    En un momento dado, cuando le pregunté si fueron ellos quienes le entrenaron en la fabricación de bombas, Bores se rió de la cuestión. "Yo les enseñé a ellos", afirmó, refiriéndose a Bienzobas. En ese momento me tensé: "A mí nada de esto me hace ni **** gracia, ¿ves que no me río?", le dije. El etarra se disculpó con un murmullo y prosiguió la entrevista.
    El preso comentó que por la época (93 ó 94) "andaban" por Madrid Macario, Kantauri y Anboto, aunque no lo dijo muy convencido. Recordó que en el 93 él era aún legal y que este tipo de datos, si acaso, lo saben los liberados. Mencionó también a Joseba Koldo Martín Carmona como alguien que "posiblemente" estuvo en Madrid. Sobre el atentado del 21 de junio del 93 aseguró que no sabía absolutamente nada.
    En un momento dado la conversación giró en torno a cómo se realizaban atentados con coche bomba, una actividad en la que Bores era tristemente un especialista: qué se necesitaba, cuánta gente, qué infraestructura... El etarra contó que un equipo solía controlar a pie de calle los recorridos posibles de los "objetivos". Luego el propio comando elegía un lugar "idóneo". "La consigna de la banda, de los jefes, era que siempre estuviera enfocado a los objetivos", comentó. Ante el hecho de que en la historia de ETA ha habido atentados que han sido especialmente crueles e indiscriminados (Hipercor en 1987, por ejemplo), respondió encogiéndose de hombros.
    La consigna de la banda, de los jefes, era que siempre estuviera enfocado a los objetivos
    Bores nunca se cuestionó las órdenes de "los de arriba", de la cúpula de ETA. Pero a continuación se contradijo. "ETA no era un ejército, si lo fuera seguiría funcionando", afirmó. "Siempre he estado en contra de matar a concejales y a funcionarios de prisiones", dijo, y añadió: "Había objetivos claros". Sin más.
    Esa misma noche, el director de la prisión de Zaballa y su mujer quedaron conmigo para tomar unos pinchos en la Plaza Nueva de Bilbao. En un ambiente más relajado, explicaron muchos detalles de la situación que se vive como responsable de una cárcel particular, en la que un pequeño grupo de funcionarios cree en la reinserción de los presos etarras. Me ayudaron a comprender la situación en el País Vasco.
    Ambos aportaron contexto en un momento extraño en el que ETA prácticamente estaba muerta y su base social, dividida por el alivio tras años de violencia, por el aislamiento hipócrita de quienes no hacía mucho callaban y aceptaban esa violencia, y por el discreto -pero constante- reconocimiento a los gudaris asesinos.
    IÑAKI REKARTE

    A la mañana siguiente al encuentro con Aitor Bores, me puse en marcha camino a San Sebastián para encontrarme con Iñaki Rekarte. Curiosamente, él había salido definitivamente de la cárcel de Martutene una semana antes de la visita a raíz de la anulación de la aplicación de la doctrina Parot de forma retroactiva, tal y como estableció el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en octubre de 2013. Sin embargo, había accedido a mantener el encuentro en el despacho del director de la prisión.
    Aquel día, mientras conducía por la AP-8 y a 10 kilómetros de San Sebastián, sonó el teléfono. Era el director de la cárcel donostiarra, preocupado por darme una noticia inesperada: finalmente Iñaki Rekarte iba a faltar a su cita. Dos días antes, el propio Rekarte había participado en un seminario público en homenaje a Fernando Buesa. El hecho de que un etarra recién salido de la cárcel participase en un acto con víctimas del terrorismo levantó tanta expectación mediática que se sintió "abrumado, superado", según su entorno. Gracias a un contacto, que hacía de puente entre la mujer de Rekarte y yo, supe que el exetarra se "había ido al monte".
    El interés por mantener ese encuentro era especial. Sabía, por algunos contactos en Prisiones, que era uno de los presos que más abiertamente había renunciado a su pertenencia a ETA. Por tanto, tenía la esperanza de que me pudiera facilitar más información sobre quién era quién en la banda justo antes de la detención de la cúpula de la banda terrorista en Bidart (Francia) el 29 de abril de 1992. Rekarte había sido detenido poco antes, el 18 de marzo de ese mismo año, tras cometer un sangriento atentado con coche bomba en Santander en el que murieron tres personas. Fue condenado entre el 91 y el 92 a un total de 144 años y 5 meses de cárcel, refundidos a una pena de 30 años.
    Pasaron varias semanas y se restableció el contacto con él, siempre de forma indirecta y a través de Mónica, su mujer. Rekarte seguía dispuesto a reunirse. En esta ocasión sería fuera de la cárcel, en una cafetería en los bajos de un edificio del barrio de Loiola de San Sebastián. Se fijó una fecha: el 13 de marzo de 2014. Acto seguido, reservé billetes de avión de ida y vuelta para ese mismo día.
    Aquel iba a ser el tercer y último viaje al País Vasco durante esta investigación.
    La entrevista arrancó justo después de comer. El contacto que había facilitado el encuentro nos dejó solos un rato, cara a cara, sentados alrededor de una mesa de madera oscura en el ruidoso bar. Alrededor nos envolvía el bullicio de la gente que almorzaba en el local y del televisor encendido sobre la barra.
    Rekarte hablaba muy despacio, con pausas interminables. Sus palabras surgían poco a poco, muy medidas. "De los encuentros con otras víctimas recuerdo nerviosismo. Ahora no estoy nervioso", dijo. "La primera vez sí. Luego, pues normalidad. Reflexionas, maduras, conoces otra parte que no conocías, o que pensabas que conocías pero no". Después comentó que estas reuniones las fueron planteando los propios presos. "Salían muchas ideas, esto, aquello, conversaciones informales... Se fue cuajando esa idea... Juan Antonio -el director de la cárcel de Zaballa- tiene mucho que ver", afirmó.
    Contó su experiencia. "La otra persona tiene que haber evolucionado mentalmente", me dijo. "La lógica que se vive aquí [entre la mayoría de los etarras] es la lógica de la guerra, todo se hace muy impersonal, ¿no? 'Yo no he matado, ha matado ETA'. Es como si vas a la guerra y disparas, y a alguien habrás matado, pero no has sido tú, ha sido el batallón... Luego la vida te enseña, al menos en mi caso, que no puedes hacerlo tan impersonal. Pero para aguantar eso es lo que hace la mente, lo convierte en impersonal. Ni te lo planteas. Y yo creo que a todos los que matan, también a los soldados que al final matan, les pasa algo así". "Luego claro, algunos volvían a casa locos, dependiendo de la trayectoria mental que lleves en tu vida, si se ponen a personalizar lo que han hecho. Hay mucha gente que está loca en ETA, pero muchísima", agregó.
    No teníamos ni **** idea de nada. Y así éramos las personas que habíamos hecho eso y las que habíamos entrado en ETA. Imagínate
    Rekarte comentó que estuvo muy poco en ETA. "Desde mayo o junio del 91 a febrero del 92", dijo. Entró de legal en el comando Donosti con un colega, Juanra Rojo. Prosiguió su relato: "¿Sabes cómo eran antes las cosas? Mira, conocimos a un comando satélite del comando Donosti y nos dieron amonal, material, etc... y nosotros hacíamos lo que nos daba la gana, podíamos matar a quien quisiéramos: policías, guardias civiles, militares... Hicimos un atentado en Irún, pusimos una bomba en un bar, a un coche en Fuenterrabía le pusimos una bomba lapa que se cayó. Y todo eso decidido por nosotros, fíjate, con 18 años y 19 años. Recuerdo que cuando nos escapamos y nos fuimos a Francia uno de los que estaba allí nos pidió un informe para Hasi [uno de los brazos políticos de ETA entonces], de no sé qué, para ver qué tal en Irún... No teníamos ni idea de qué era nada de eso. Estuvimos una semana escondidos en una casa y pensando qué cojones le decíamos a ese. Es que no teníamos ni **** idea de nada. Y así éramos las personas que habíamos hecho eso y las que habíamos entrado en ETA. Imagínate".
    "A lo largo de los años te vas empapando del tema, pero entonces no teníamos ni idea. Podíamos haber hecho cualquier cosa", confesó.
    Volvió a mencionar durante la charla a Juanra Rojo. Le envió una nota cuando decidió salir de ETA y en ella le invitaba a abandonar también la banda. Rojo le contestó que estaba "muy apenado" con lo que había leído, que si no se acordaba de "aquellos chavales" que habían sido cuando entraron. "El que no se acordaba era él”, me dijo Rekarte. "Yo me acuerdo perfectamente de todo, incluso cuando me dijo que no sabía si se había metido en ETA por las ideas o porque le gustaban las armas, o sea que...".
    Cuando huyó a Francia en el 91 lo hizo por sus propios medios, comentó. Estuvo dos días por el monte. "Entonces era muy fácil contactar con ETA, no era como ahora... Ibas a cualquier casa de cualquier cura y siempre conocía a gente de ETA. Y no sabíamos a dónde ir", dijo. Estuvo en una casa escondido, luego les movían cada poco. Del sur de Francia a Bretaña. "En muchas casas, en familias, ¿eh?". Al frente de la banda estaba Francisco Múgika Garmendia, Pakito.
    Arrancaba el año 1992, año olímpico y clave para la imagen internacional de España. "Todo el mundo pensaba que esto estaba acabado, se daba por finiquitado, así que la lógica era mandar un montón de comandos y hacer todos los atentados que se pudiera, como de hecho hicieron, porque se estaba negociando". Rekarte aseguró que parecía ser que ETA lo tenía todo bastante hablado con el Gobierno español "y uno venía aquí casi, casi, a estar un rato y largarse". "Te decían: 'Tú mata todo lo que puedas, matad todo lo que podáis'. Eso es lo que decía Santacristina (Txelis) en sus cartas".
    A Iñaki de Rentería no le conocía, comentó. El alias Gorosti no le sonaba nada más que de oídas. A Félix Alberto López de la Calle Gauna, Mobutu, le conoció en Francia, era el que llevaba a los etarras a ver a Pakito. A otros terroristas por los que le pregunté y que pudieron haber estado en Madrid, sólo por los juicios y por lo que escuchaba en la cárcel. En un momento dado, mientras le preguntaba sobre nombres y fechas, puse sobre la mesa un informe policial con una fotografía de su cara en blanco y negro, muy borrosa, muy antigua. "¿A ver qué foto tenían?", preguntó. Una foto policial de hacía más de 20 años. Un chaval. "Joder...", murmuró.
    Ningún etarra habla en prisiones. Nada de nada. Y mucho menos de casos sin resolver
    En un momento de la conversación, Rekarte me dio una de las claves más importantes de esta investigación. "Nadie habla nada en prisiones", confesó. "Nada de nada. Y mucho menos de casos sin resolver".
    Pese a todo, intenté mantener un cuarto encuentro con un etarra, Juan Luis Aguirre Lete, que se encontraba cumpliendo condena en Zaragoza. Su ex pareja Petra Elser, de origen alemán, aparecía en las investigaciones policiales vinculadas al sumario del caso como colaboradora con ETA. Solicité esa entrevista formalmente el día siguiente de hablar con Rekarte, el 14 de marzo de 2014.
    La Secretaría General de Instituciones Penitenciarias jamás contestó a esa petición.
    A partir de ese momento, decidí dejar de hablar con etarras -presos o no- ya que había comprobado en primera persona lo que en ese momento Rekarte me había confirmado: era una pérdida de tiempo.



  4. #4
    ARANO
    Guest
    IV PARTE:-


    ara las navidades de 2013 había tratado sin éxito de encontrar testigos nuevos y visitado a etarras en prisiones que no me habían proporcionado siquiera una pista. No había logrado encontrar nada que pudiera mantener la causa viva.
    La ausencia de actividad iba a desembocar, inevitablemente, en el archivo provisional del sumario. En resumen, la investigación se encontraba en una nueva "vía muerta". Pero una llamada anónima iba a cambiarlo todo.
    'ANDRÉS'

    El 23 de diciembre de 2013, lunes, estaba en la redacción trabajando. Era mediodía. Sonó el teléfono y descolgué el aparato. Alguien preguntaba por mí, habían pasado la llamada desde la centralita de EL MUNDO. Una voz aguda, nasal, me dijo: "Tú no sabes quién soy yo, pero yo creo saber algo de lo que pasó en el atentado en el que murió tu padre".
    El corazón se me puso a mil por hora. Pregunté con quién estaba hablando, pero no quiso identificarse. El número de la llamada, que anoté rápidamente en una libreta, resultó ser el de una cabina pública.
    "He leído una y otra vez el articulo que escribiste en EL MUNDO, el del folio [El folio 825], me lo sé de memoria”, afirmó la voz. "Has tenido algo de suerte, pero ¿ahora qué?".
    La conversación duró muy poco. La voz, que titubeaba de vez en cuando, medía los silencios, buscaba las palabras precisas. "¿Quieres saber qué pasó de verdad?". "Por supuesto", contesté.
    Le pedí torpemente un nombre, un número de teléfono o alguna forma de contacto. Insistí en saber con quién hablaba. La voz se identificó como Andrés: "Ya volveré a ponerme en contacto contigo". Entonces le di mi propio número de móvil. "Volveré a llamar". Colgó.
    No sería hasta tres meses más tarde cuando volví a escuchar la voz. Llamó una mañana a mediados de marzo, otra vez desde una cabina. Quedamos una semana después en unos grandes almacenes, puesto que necesitaba cierto tiempo para poder trasladarse, según me comentó. Era un sitio concreto, público y concurrido, curiosamente muy cerca de donde había tenido lugar el atentado hacía 20 años.
    El primer encuentro resultó extraño. Ambos medíamos mucho lo que decíamos. No me fiaba de Andrés. Éste tampoco se fiaba de mí. Entre otras razones, por mi condición de periodista. Él era un hombre relativamente joven, bajo y grueso, con unas gafas que aumentaban sus ojos y le daban aspecto de estar permanentemente asustado.
    Establecimos una rutina en los siguientes encuentros, de modo que él tuviera tiempo suficiente para poder desplazarse. Las conversaciones que mantuvimos tenían lugar mientras dábamos vueltas y vueltas a una manzana: quedábamos en sitios concurridos y caminábamos sin parar, mientras intercambiábamos datos.
    Mi mejor ayuda resultó ser un ratón de hemeroteca, obsesionado por la historia reciente de este país
    Entre los años 2014 y 2016 estuve reuniéndome con Andrés periódicamente. El sendero que indicó para continuar con la investigación era, en realidad, muy frágil. Lo sustentó en fragmentos de informaciones ya publicados, en un trabajo muy fino de investigación. Ya entonces deduje que Andrés era un ratón de hemeroteca, obsesionado por la historia reciente de este país.
    De esta forma, casi por casualidad, entré en contacto con una de las personas más importantes en este caso, alguien que había leído absolutamente todo lo publicado sobre ETA y que tenía una extraña capacidad para bucear en los archivos de los principales periódicos y atar cabos. Alguien, en definitiva, que me hizo leer y revisar la historia de la banda terrorista como nunca antes lo había hecho.
    PASEO DE EXTREMADURA, 71

    La segunda vez que nos encontramos, Andrés me pidió que me llevara un portátil. Ya sentados en una cafetería, volcó en el ordenador unos documentos que él traía en su propio pincho de memoria: varios archivos, enlaces y artículos de prensa. Muchos de ellos yo ya los había leído, pero se ve que no con la debida atención.
    Andrés insistía en una tesis fundamental: a pesar de que la banda contaba con otros pisos francos en la capital por aquel entonces (uno en la calle Doctor Fleming, otro en Bravo Murillo), la clave de este caso estaba en uno situado en el Paseo de Extremadura de Madrid, que había sido investigado por la Policía Nacional durante el verano de 1992 como parte de la infraestructura crítica de ETA en Madrid.
    Yo conocía la existencia de aquel inmueble. Poco antes había realizado algunas búsquedas en hemerotecas online sin mucho tino -no sabía lo que estaba buscando en concreto- y había indagado a algunos compañeros. Por ejemplo, en una ocasión pregunté a mi compañero periodista Fernando Lázaro, que llevaba asuntos policiales en EL MUNDO, si le sonaba de algo este piso. "Hay muy poca cosa, prácticamente nada", me dijo en su momento.
    Andrés se había dado cuenta de la importancia que tenía la investigación sobre el piso del Paseo de Extremadura, 71 y sus ocupantes
    A través de los documentos facilitados en la carpeta copiada en el portátil, todos ellos referencias de noticias de los años 1992 a 1996, Andrés se había dado cuenta de la importancia que tenía la investigación que se realizó a dicho inmueble y sus ocupantes.
    La vivienda en cuestión estuvo alquilada entre 1990 y 1992 por una mujer llamada María Jesús Arriaga Arruabarrena. La clave del descubrimiento de este piso franco de ETA surgió a raíz de una investigación policial a fondo llevada a cabo, sobre todo, desde el País Vasco.
    Ésta arranca el 5 de junio de 1992, cuando se produjo la detención en París de Miguel Gil Cervera, Kurika. Este etarra era responsable de infraestructura de ETA por aquellos días. Cayó tras contactar, tres meses antes, con Sabino Euba Cenarruzabeitia, Pelopintxo,detenido el 28 de abril de ese año en el aeropuerto de Orly en París cuando estaba a punto de volar hacia México.
    Kurika, en el momento de su detención, tenía en su poder mucha documentación. De hecho, su arresto fue una especie de mina de oro de información sobre la propia infraestructura y la red de pisos de la banda terrorista. Entre los papeles encontrados se hallaron varios DNI falsificados y supuestamente expedidos en Madrid, Barcelona y ciudades del País Vasco.
    Uno de esos DNI falsos estaba a nombre de T. D. G. aunque la foto estaba cambiada y aparecía una del propio Kurika. Otro estaba a nombre de J. E. V. F. La Policía en el País Vasco se puso en contacto con los titulares reales de los DNI falsos y buscó cualquier punto en común. Uno de ellos "recordó que en una ocasión le había facilitado su DNI a una joven que trabajaba en una tienda de fotocopiadoras y que se lo pidió para hacer una demostración del funcionamiento de la máquina". El otro también había prestado su DNI para lo mismo.
    Precisamente gracias a esa conexión se pudo localizar a María Jesús Arriaga Arruabarrena, de origen vasco, que había trabajado para la multinacional Canon en Madrid y que vivía desde octubre de 1990 en un piso de alquiler en el Paseo de Extremadura, 71.
    Todos estos datos fueron publicados en el diario ABC del 31 de enero de 1996, en mitad de una noticia sobre Elkarri y los contactos entre el Gobierno y ETA. Reconozco que difícilmente hubiera llegado a esos datos sin que Andrés me los hubiera puesto delante de mis narices.
    EL SEGUIMIENTO EN MADRID

    A lo largo de los encuentros que manteníamos, Andrés y yo íbamos descubriendo detalles en torno a la actividad etarra de aquellos años. El relato solía saltar hacia adelante o hacia atrás en el tiempo, entre los años 92 y 93.
    Entre sus teorías, por ejemplo, me llamó la atención que él consideraba la caída de la cúpula de la banda en la localidad francesa de Bidart en 1992 una operación "políticamente sobredimensionada". El 29 de marzo de ese año fueron detenidos Francisco Múgika Garmendia (Pakito), José Luis Álvarez Santacristina (Txelis), y José María Arregui Erostarbe (Fitti), el llamado colectivo Artapalo y considerados los máximos responsables de ETA, junto con media docena de personas.
    "Fíjate que, a pesar de la detención del colectivo Artapalo, ETA siguió atentando y matando durante la campaña posterior", observó. Y tenía razón. La banda terrorista, efectivamente, siguió asesinando y aquélla fue una de sus épocas más violentas. De hecho, era Kurika quien realmente manejaba el operativo terrorista de la banda, como demostró la valiosa documentación que aportó su detención.
    Mientras, en la poca información publicada aparecían insistentemente María Jesús Arriaga Arruabarrena, el piso que había alquilado y su relación con miembros de ETA.
    Más adelante, en un informe policial -que me filtraron antes de su remisión al juzgado- firmado por el actual comisario general de información, Enrique Barón Castaño, y entregado al juez instructor el 25 de junio de 2015, queda reflejado que Arriaga Arruabarrena mantenía incluso una "relación sentimental" con el etarra Jesús García Corporales.
    Yo estaba asombrado, apenas podía creerlo. García Corporales era el primer etarra al que había visitado en la cárcel. El mismo que había negado una y otra vez cualquier contacto directo con miembros de ETA después de huir a Francia en 1989.
    Ese documento iba a proporcionar más datos cuya confirmación posterior superaría cualquier expectativa, y todos ellos quedarían confirmados por otro documento policial también filtrado, mucho más detallado, y que se incorporó al sumario en febrero de 2016.

    Naturalmente, de los informes policiales se desprende inequívocamente que hubo un seguimiento exhaustivo a María Jesús Arriaga Arruabarrena en Madrid. Parecía que aquel piso del Paseo de Extremadura iba a ser de importancia trascendental durante la campaña 92/93.
    Precisamente, un tercer informe policial reafirmaba que el piso estaba sometido a vigilancia y "tras obtener una autorización judicial para intervenir el teléfono del citado domicilio, se comprobarían las sospechas de que María Jesús Arriaga Arruabarrena en relación con su posible colaboración con ETA tenían fundamento". "Al parecer", prosigue el informe, "la misma recibía llamadas telefónicas de miembros de la banda terrorista integrantes del comando Madrid".
    Esta vigilancia, a través de la cual se podrían haber controlado los movimientos del comando Madrid que iba a operar durante esa campaña, se mantuvo durante casi todo el verano de 1992. Hasta que se produjo un factor inesperado: María Jesús Arriaga huye de repente a Francia.
    LA HUIDA DE MARÍA JESÚS

    El contexto de la lucha antiterrorista de aquel año olímpico y tan importante para la imagen exterior de España, 1992, vino marcado por la caída de la cúpula de ETA en Bidart y por las sucesivas detenciones de responsables de la banda: Sabino Euba -Pelopintxo- a finales de abril; Ignacio Bilbao -Iñaki de Lemona- y Rosario Picabea -Ereka-, a finales de mayo; Miguel Gil Cervera -Kurika-, el 5 de junio; Faustino Estanislao Villanueva Herrera -Txapu-, el 3 de agosto; Jesús Amantes Arnaiz -Txirlas-, el 10 de agosto.
    Todas las detenciones se produjeron en Francia: París, Bayona, Burdeos, Nantes... Y las actuaciones policiales no se detuvieron hasta mediados de otoño. Una de ellas fue crucial para los acontecimientos posteriores. Se trataba del arresto de Alberto Aldana Barrena, en Ciboure, el 3 de octubre de 1992, justo un día después de la festividad de la Policía Nacional, por cierto.
    Aldana Barrena fue descrito en el momento de su arresto como "uno de los dirigentes de ETA más buscados", aunque las informaciones recogidas entonces no llegaban a atinar si su cometido era el de responsable del aparato de información de la banda, una voz relevante en el aparato político o alguien con un papel en el aparato logístico, como sostenía la policía francesa.
    Este etarra, en realidad, sólo estaba procesado por "pertenencia a banda armada". De hecho, pocos días después de su arresto fuentes de la Audiencia Nacional reconocían que era "difícil" que pudiera ser juzgado en España dado que Francia no concedía la extradición por el delito que se le imputaba. Es decir, el arresto de Aldaba Barrena no sirvió para nada más que para generar titulares en la prensa.
    El arresto de Aldaba Barrena no sirvió para nada más que para generar titulares en la prensa.



    Última edición por ARANO; 25/08/2016 a las 21:13

  5. #5
    ARANO
    Guest
    IV PARTE. bis)

    Su detención, sin embargo, condenó el dispositivo de vigilancia del piso del Paseo de Extremadura. Aldana Barrena era, en realidad, el contacto de María Jesús Arriaga Arruabarrena en Francia. La operación policial, convenientemente ventilada en forma de titulares, puso en alerta a María Jesús.
    En aquel momento, ella había viajado a Villafranca de Ordizia, en Guipúzcoa, y pasaba unos días con su familia. Nadie consideró realizar un seguimiento más allá, debido a que el grupo policial que la vigilaba contaba con que volvería a tiempo de recibir al comando Madrid. María Jesús jamás volvería al piso, sino que huyó desde su pueblo a Francia cuando se hizo pública la detención de Aldana Barrena.
    La huida de María Jesús siempre fue considerada un "fallo" de la Policía española. A raíz de la detención en Orleans de ella y su hermano, en 1997, El País afirmaba textualmente: "Con la detención de María Jesús Arriaga Arruabarrena, exmiembro del comando Madrid de ETA, la policía francesa enmendó ayer un fallo cometido por sus colegas españoles hace cuatro años. Entonces la activista logró eludir la vigilancia a que estaba sometida en torno a su piso de Madrid y huir a Francia con su hermano Rufino, relacionado con el mismo comando".
    El piso del Paseo de Extremadura, 71 quedó abandonado a principios de octubre de 1992, por tanto. Y debido al propio funcionamiento interno de ETA, en donde los comandos eran independientes de los responsables de infraestructura -todo estaba montado como una serie de compartimentos estancos, por seguridad ante posibles detenciones-, nadie del comando Madrid podía saberlo.
    Por consiguiente, la pista de los terroristas del comando Madrid, cuyo piso franco estaba hasta ese momento perfectamente localizado, se perdió irremediablemente en el momento de la detención de Aldana Barrena.
    Fuente policiales consideran sin ningún género de dudas que el arresto de Aldana Barrena tuvo como objetivo impedir la detención del comando Madrid
    Fuente policiales de la lucha antiterrorista consideran, "sin ningún género de dudas", que el arresto de Aldana Barrena tuvo como objetivo impedir la detención del comando Madrid. "Cuando está a punto de llevarse a cabo una operación antiterrorista de gran calado", afirman, "es de manual suspender todas las aquellas colaterales de carácter secundario que pudieran obstaculizar o frustrar la operación importante". En el caso de Aldana Barrena con mayor razón todavía; éste fue puesto en libertad poco después de haber sido detenido, lo que demuestra su nula relevancia a nivel judicial.
    Llegados a este punto, surgían algunas preguntas inevitables: ¿quién tomó la decisión de ese arresto? Y lo que era más importante: los responsables que dieron la orden, ¿sabían realmente que podía pasar lo que realmente pasó, es decir, la desaparición de la única pista sólida para tener localizados y controlados a los terroristas en la capital?
    LLAMADAS SIN RESPUESTA

    Mientras, sin saber que María Jesús Arriaga Arruabarrena no había vuelto a su piso de Madrid, el grupo terrorista que operaba en la capital trató de ponerse en contacto con ella pocos días después de la detención de Aldana Barrena.
    Siguiendo la lógica dinámica de la banda terrorista, miembros del comando Madrid tuvieron que intentar comunicarse con María Jesús, en este caso a mediados de octubre del 92. Todo fue inútil porque ella ya había huido.
    A esas alturas, para mí ya casi no quedaba ninguna duda: uno de los que llamaron tenía que ser Jesús García Corporales, con quien la propia María Jesús se había encontrado meses atrás y "mantenía una relación sentimental". No sólo había sido identificado en algunos informes policiales -con el apodo de Carlos-, sino que era sospechoso ya desde principios de los años 90 de haber pertenecido al comando Madrid de ETA. Informaciones periodísticas de entonces apuntaban a su pertenencia a la banda terrorista como miembro de dicho comando (junto con Anboto y Kantauri).
    Algunos informes sitúan al etarra en el segundo coche que estalló en el atentado en el que mi padre murió asesinado
    Incluso algunos informes policiales de la época, ya mencionados anteriormente, situaban a este etarra en Madrid en enero de 1993, dentro de un Ford Fiesta rojo matrícula M-0050-IX: el segundo coche que estalló en el atentado en el que mi padre murió asesinado.
    Nuevamente aparecía el nombre de Jesús García Corporales, e incluso la propia Policía Nacional sospechaba que él era uno de los autores materiales del atentado que acabó con la vida de siete personas en una masacre que, además, dejó más de 20 heridos. En el informe del 22 de junio de 2015 que me filtraron se puede leer textualmente: "En base a los indicios obtenidos en aquella investigación, podría afirmarse que el citado Jesús García Corporales pudiera ser uno de los integrantes del comando Madrid el 21 de junio de 1993, fecha de perpetración del atentado objeto de este informe".
    García Corporales, el primer preso de ETA con quien mantuve contacto en la cárcel de Zaballa. El mismo que negó toda relación con ETA desde el año 1989. El mismo que aseguró que jamás había pisado Madrid. El mismo hombre bajito, afeitado y con gafas, vestido con un jersey de lana, de voz suave. El mismo que se había arrepentido de su pertenencia a ETA, que había pedido perdón a las víctimas del terrorismo.
    El mismo que había salido de la cárcel definitivamente el día 28 de diciembre de 2014 tras pasar en prisión casi 20 años por dos condenas: una de 64 años por el intento de asesinato de tres guardias civiles en 1989 y otra, de 19 años, por su participación en uno de los atentados contra la casa cuartel de la Guardia Civil en Llodio (Álava), ese mismo año.
    Su salida de prisión, cinco años antes de lo previsto en un principio (2019), fue decisión de la Sección Tercera de la Audiencia Nacional, que descontó de su condena máxima -30 años- la pena purgada en Francia. Esta reducción fue solicitada por el propio García Corporales en abril de 2014.
    En definitiva, el mismo García Corporales que a pesar de los indicios de su actividad en los años 90, reflejados en informes policiales incluso a día de hoy, únicamente fue juzgado por atentados cometidos en un etapa como legal -no fichado por la Policía- vinculado al comando Araba de ETA, pero jamás por sus presuntas actividades como liberado -fichado, pero aún en libertad- en el comando Madrid de la banda terrorista.

  6. #6
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    El etarra García Corporales se desvincula del atentado de López Hoyos

    El etarra Jesús García Corporales, el "Gitanillo", ha negado hoy ante el juez cualquier relación con el atentado de ETA en la calle de López de Hoyos del 21 de junio 1993, en una declaración por videoconferencia.

    El etarra ha declarado desde un juzgado de Amurrio (Álava) a petición del periodista de EL ESPAÑOL Pablo Romero, que el 21 de junio 2013 consiguió que se reabriera el sumario del atentado pocas horas antes de que prescribiera. Su investigación, titulada "Mi lucha contra ETA",ha sido publicada durante los últimos días por este mismo periódico.

    Durante su declaración, ha dicho que en 1989 huyó a Francia, que el día del atentado no estaba en la capital española y ha negado que tuviera nada que ver con el comando Madrid de ETA.

    En el atentado del 21 de junio de 1993 fallecieron siete personas, seis de ellas militares, y el caso estuvo al borde de la prescripción hasta que la sección tercera de lo Penal decidió reabrirlo incorporando las nuevas pruebas aportadas por el hijo de la víctima.

    Entre ellas, Romero afirmaba que cuando hace unos años se reunión con Corporales -uno de los etarras confesos de la llamada vía Nanclares- le comunicó que tenía relación con el atentado en el que murió su padre, pero hoy el etarra ha negado haberle dicho nunca esas palabras. "Es una declaración que me esperaba. No me sorprende. Él tiene que declarar todo lo posible que le convenga a su defensa. Las pruebas condujeron al juez a hacerle una serie de preguntas, y las ha contestado a todas".

    El periodista aportó también pruebas contra el ex dirigente etarra Ignacio Miguel Gracia Arregi, "Iñaki de Rentería", a raíz de lo que la comisaría general de Información de la Dirección General de la Policía emitió un informe vinculando en estos hechos a García Corporales (al que sitúa en el comando Madrid en las fechas del atentado) y los indicios sobre la actividad en ETA de María Jesús Arriaga.

    http://www.elespanol.com/espana/2016...1485418_0.html

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