El nivel a que puede llegar la soberbia y la estupidez humana es insondable. Seguramente ya nos hemos olvidado de catástrofes tan relevantes como la avalancha de Biescas, el incendio del edificio Winsord, la catástrofe de Alcalá 20, o la matanza de Los Alfaques por citar alguna de las más recientes o que puedan ser recordadas todavía por muchos de nosotros.

Todas ellas se dieron como consecuencia de estupideces y “fallos” fácilmente eliminables con un mínimo de sentido común y de cultura social básica; pero parece que obstinadamente seguimos cometiendo los mismos o parecidos errores que llevan implícito la perdida de bienes materiales y de lo que es más importante… vidas humanas.

Hoy sale en las noticias el pavoroso incendio desatado en un edificio londinense. Incendio que se ha desarrollado en lo que es un atentado contra la seguridad; es decir, monstruosos inmuebles de parámetro vertical ( los rascacielos de toda la vida).

Cuando los observamos nos quedamos con la boca abierta e inmediatamente pensamos en la grandeza y la capacidad que demuestra el ser humano al levantar semejantes gigantes; pero nunca nos paramos a pensar el enorme desafío a la lógica y a las leyes naturales que esos inmuebles suponen. Pensamos que la tecnología ya tiene previsto medios preventivos que aseguran la supervivencia de quienes por cualquier circunstancia se ven obligados a vivir o desarrollar sus actividades en semejantes gigantes; eso pensamos, pero en realidad nos engañan y de paso nos engañamos.

Combustible, comburente, y energía de activación. Solo esas tres cositas, y de por medio el ser humano, bastan para desatar el infierno. Solo la ruptura en el equilibrio de cualquiera de esas tres premisas nos llevarán a la reacción en cadena y posteriormente a las lamentaciones, a las discusiones, a toneladas de tinta y horas de tertulias de “especialistas” que encuentran soluciones para todo ( los sacamuelas de nuestros abuelos) , al estudio de protocolos que traten de eliminar el desaguisado ahora descubierto, etc. pero mirar si somos estúpidos, que aquí, en las Españas, cada comunidad, cada ayuntamiento, tiene leyes y criterios distintos y particulares para salvaguardarnos de casos como este.

En fin, entre el “buen tiempo” y lo que tenemos diariamente que ver oír y sufrir, estamos “apañaos”. Ahora solo queda sentarse y esperar a ver las primeras imágenes del primer desastre ecológico de este verano.