Han pasado ya unos años desde aquel día de marzo. Hoy con la calma que dan los años miro al pasado no sin cierta nostalgia pero sabiendo que he acertado en tantas cosas y equivocado en otras. Luchar en la calle no es fácil ni en tiempos de bonanza y menos en plena crisis y no solo económica, que la crisis moral que afecta a la sociedad española va pareja a la antedicha.
Como un viejo solitario al que le quedan apenas unos días para el retiro, mis recuerdos se deslizan sin prisas, por esa ladera afecta a la mayoria de edadque avanza inexorablemente a la vejez no deseada. Recuerdos felices y también dolorosos que los hay y de sobra. A veces , demasiadas, se mezclan con aquellos otros de mi familia que han tenido que soportar los dolores de cabeza y del alma que la profesión gestiona con tanto primor a los que vestimos el verde uniforme.
No recuerdo con esa claridad que da la juventud lo que pasó aquella noche de servicio. Noche muy oscura en un invierno crudo. A través de los cristales del viejo ya por entonces Land Rover el compañero y yo veíamos de forma tangible como el poderoso hielo helaba hasta sus corazones las briznas de la hierba que vivían en las cunetas incluso mirando al cielo estrellado el invisible hielo era fotografiado por nuestros ojos. El pueblo era un fantasma cansado que se había sentado en esa pequeña planicie rodeada de viejísimos y melancólicos montes cuyas siluetas asemejaban en la oscura penumbra de la noche gigantes dormidos.
Entre esta bruma parecido al velo que tapa mi memoria, recuerdo aquellos jóvenes pasados de rosca y que quizás por esa juventud que todo supone que lo puede, intentaron torearnos al más puro y estilizado toreo de José Tomás. No creo por convencimiento que deba contar esa historia que ya me pertenece por haberla vivido de forma fehaciente y solo diré, que la faena no les salió como ellos deseaban pero también es cierto que particularmente a mi al terminar el servicio y aun a sabiendas que habíamos actuado conforme a las reglas de las leyes, me costó tomarme un pequeño refrigerio consistente en . . . perdonen que tampoco les de el nombre del curativo bálsamo que me llevé tranquilamente a mi estómago todo por el desasosiego de mi alma.
Y los años han ido pasando delante de mi de forma decente,tan deprisa que ya quedan tan lejos que ni tan siquiera puedo llamarlos para volver a gozar tan siquiera unos momentos de aquellos ratos en los que mis dos hijos eran dos pequeños trozos de mi vida misma.
Un día de la semana pasada y da lo mismo que fuese lunes o viernes estábamos hablando en un juzgado de la capital el abogado defensor del detenido y yo sobre el paso del tiempo y le decía que a veces me pregunto si he dado a mis hijos todo el amor que necesitaban . . . si he jugado con ellos todos esos momentos en los que me lo pedían. Demasiados malos momentos han visto en mi. Tantas y tantas actuaciones que han llegado a buen puerto sin importarme el tiempo que me quitaban, a mi y a mi familia. Ese día de año nuevo entrevistándome de noche con aquel traficante de tres al cuarto en medio de la nada tan oscura como la soledad que nos rodeaba mientras mis ojos trataban de ver por todos los lados posibles la hipotética presencia de amigos del traficante dispuestos a dar un escarmiento al guardia que creía ser todo poderoso. Y recuerdo las súplicas de mi mujer y de mis hijos para que no fuese a la cita y me decía que lo hiciese por nuestros hijos ¿ realmente les quiero tanto como dice mi corazón?.
Ya han pasado más de tres decenios y se acerca el día en el que entregaré parte de mi vida a la Guardia Civil y solo, me quedarán esos recuerdos tapados por el velo de la vejez que no deja de recorrer ni un solo segundo su camino en nuestros cuerpos físicos.
Me digo una y otra vez que la vida está constituida por etapas que nos toca recorrer como en una vuelta ciclista, unas veces la etapa es llana y el discurrir por ella es placentera otras, son caminos que discurren por caminos tortuosos con mil y un peligro acechando a cada paso que damos.
He vivido en mi vida profesional desde el terrorismo etarra en los primeros años de los ochenta hasta enfrentarme a un atracador a brazo partido hasta quitarle la pistola, y todo ello solo son recuerdos personales y el olvido de los superiores en la mayoría de los casos.
No esperaba otra cosa en mi profesión que el hacerla lo mejor posible, y creo que a falta de un año, lo he conseguido . . . . pero estoy harto de tanto sinsabores amargos como la hiel misma.