….. uno, que no pueden seguir manteniendo Facultades y titulaciones que carecen de alumnos que las demanden; dos, que los profesores tienen que trabajar como docentes e investigadores y que, si descuidan este último aspecto, entonces tendrán que dar más horas de clase; tres, que se ha acabado la euforia del gasto sin respaldo presupuestario y que, por tanto, la gestión económica que se encomienda a los Rectores ha de estar sujeta al principio de equilibrio entre los ingresos y los desembolsos; y cuatro, que nada es gratis y menos aún la enseñanza universitaria, con lo que los Rectores tendrán que aumentar las tasas que se cobran a los alumnos.
Ni que decir tiene que esta revolución Wert ha convulsionado al estamento universitario, en el que quienes ostentan el poder rápidamente han avizorado el peligro que se cierne sobre ellos, por lo que, agitando los órganos corporativos, han llamado a la insurrección. Tal ha sido el caso del doctor Carrillo, Rector Magnífico de la Universidad Complutense de Madrid, quien ha sometido a debate de su Consejo de Gobierno la norma legal para llegar a un resultado que en nada sorprende, pues ratifica el conservadurismo al que antes me he referido.
Y, así, el órgano corporativo de la UCM se permite enmendar la plana al Gobierno salido de las urnas y al parlamento democrático, al expresar su "rechazo absoluto" del decreto-ley Wert, apelando a "su forma de tramitación" –¿acaso, me pregunto, el ministro debiera haberle pedido permiso o aquiescencia al doctor Carrillo para elaborar su política reformista?– y a que, según su particular visión del mundo académico, "daña profundamente el modelo vigente de nuestra universidad pública" –¿es que, me pregunto también, el modelo vigente, con su despilfarro, con su calidad deficiente, con sus incentivos a la incompetencia, no puede ser alterado nunca?–. De que Wert ha dado en la diana, después de leer este argumentario, ya no me cabe la menor duda.
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