Hablarnos de los “derechos humanos” es insultarnos la inteligencia y, claro es, cabrearnos todavía más.
Los derechos humanos no claman para liberar a los delincuentes, sino precisamente para que estos cumplan su pena, pena impuesta porque en el ejercicio de su libertad y libre albedrío estos pisotearon los derechos humanos más sagrados de unas pobres víctimas, víctimas que en un verdadero Estado de Derecho somos todos.
Si el Estado de Derecho no es capaz de amparar a la víctima, pierde el derecho a ser llamado Estado de Derecho, pierde la legitimidad moral para sustentar el derecho a resarcir los agravios y se vuelve al derecho inalienable de la persona agraviada a resarcirse.
Nada menos que eso nos jugamos cuando un pretendido Estado de Derecho no da la mínima talla.
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