No sé ahora. Hace algún tiempo había unos gachós a las puertas de los grandes almacenes madrileños. Iban de paisano pero lucían una vistosa gorra de plato que sabe dios donde se habrían hecho con ella. Su “trabajo” consistía en coger las bolsas o los carritos de las señoras que salían del establecimiento, abrirlas las puertas del taxi, y saludarlas amablemente levantándose la gorra a la espera de la propina. Todo más o menos normal en un Madrid castizo y ocurrente como siempre ha sido en su historia. El problema empezó cuando algún gachó de estos se compró un pito y aquello le gustó. Empezó a montar la sinfónica con los taxistas que pacientemente esperaban a la clientela en sus paradas. Si alguno se retrasaba en adelantar el vehículo, el tío de la gorra comenzaba a mover los brazos y a tocar el pito a modo de órdenes. Todo terminó de complicarse cuando le cogieron gusto a la gorra y al silbato, y comenzaron a “dirigir” el tráfico madrileño desde la acera. Pues bien, podemos aprovechar la experiencia de estos colegas y ahorrarnos policías municipales en los cruces conflictivos. Al fin y al cabo, el tráfico ya no lo soluciona ni Dios.
También podríamos aprovechar a los negritos que funcionan de aparcacoches en los hospitales y sitios parecidos; aunque estos, la verdad sea dicha, se lo montan de **** madre y son más listos que el hambre.
Todo sea por abaratar la seguridad y ahorrarnos sueldos en personal….qué es la finalidad de todo esto.
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