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  1. #1

    " Los Civiles " por uno de mi pueblo

    Los “Civiles

    ”No quiero hacer ningún juicio de valor integral a un cuerpo tan reconocido, valorado y admirado por gran parte de la población como es el de la Guardia Civil. Tampoco quiero hacer una comparación entre la cualificación profesional de los integrantes de la actual Benemérita —aquí Chiquito diría la “Meretérica”— con la de los años sesenta, que es la época a la que me voy a referir en el relato que viene a continuación, aunque de todos es sabido que el nivel medio de formación de los “Civiles” de aquel tiempo era más bien exiguo, y cuando digo “exiguo” estoy siendo generosísimo con el calificativo.
    También es posible que esto fuera un reflejo del nivel cultural que entonces había en España. En aquellos años el uniforme de Guardia Civil, el del tricornio, confería al que lo vestía un grado de autoridad absolutamente desmedido y esta desproporción era directamente proporcional a la inteligencia de “la percha”, de manera que el Civil que menos luces tenía era el que más explotaba su incontestable autoridad. No sé si me explico.
    Aquí os dejo un relato con “los Civiles” de protagonistas.



    ¿De dónde sacaría Ramiro “Legañeta” tantas barajas? Que tuvieran muchas Alfonso El Chato, o Arturo Pedugo era normal, porque sus padres tenían bares y en los bares se estropeaban muchas, pero lo de Ramiro no lo entendía. Íbamos a jugar a las cartas a su casa y siempre tenía barajas donde escoger, aunque eran de cartón malo, del que no brillaba. La tía Patrocinio, su madre, no decía nada si los chavales íbamos a jugar allí, pero se quejaba, no sin razón, de que le desaparecían las cartas. Daba igual, porque siempre tenía más barajas. Lo que la Tía Patrocinio no sabía —y Ramiro tampoco— es que íbamos a su casa a jugar para meternos cartas en los bolsillos y luego romperlas para hacer cartetas.
    Cuando se ponía de moda jugar a las cartetas Ramiro siempre tenía los bolsillos llenos. No me extraña, porque nosotros le quitábamos algunas y ¿qué iba a hacer la tía Patrocinio con una baraja a la que le faltaban diez o doce cartas? Pues eso, dárselas a su hijo Ramiro para que se hiciera cartetas. Como Ramiro no era muy hábil que digamos en este juego, el que tuviera cartetas en el bolsillo era un seguro para los que jugábamos con él, porque enseguida iban a parar a los nuestros. Algunos jugaban al tanganillo, con un cartucho de escopeta que se ponía en el centro de un círculo y sobre el que se colocaban las cartetas, pero a mí no me gustaba esa modalidad de juego.
    En la plaza de la fuente estábamos los chavales jugando, unos pisando las cartetas en el redondel, hasta casi enterrarlas —a veces se rompían de tanto pisarlas porque así era más difícil sacarlas—, otros dando forma a los chitos[1], cuando de repente todos dejábamos de jugar e íbamos corriendo en tropel.
    — Buenas tardes, buenas tardes… —repetíamos uno tras otro— y volvíamos, también corriendo, a nuestro juego.
    Es que acababa de hacer acto de presencia en la plaza del pueblo la Guardia Civil, “Los Civiles”, ” Los del Tricornio “, ” La Pareja “, “Los de Verde “, “Los de la capa”, que era de cualquiera de estas maneras como todo el mundo les llamaba, y había que ir a saludarlos.
    ¿Por qué ese trato especial a Los Civiles? Vaya usted a saber. A mí nadie me había enseñado a respetar a los mayores porque era algo que todos los chavales teníamos muy asumido y que era como un mandamiento más. El respeto a las personas mayores era como una ley natural. Tú estabas tranquilamente jugando a lo que fuera en el frontón y una persona mayor te podía mandar a comprar un cuarterón de tabaco a casa de Bragueto como la cosa más natural. Ibas sin rechistar y en paz. Te podías lamentar, en todo caso, de la mala suerte que habías tenido. “Con los chavales que hay y me ha tenido que tocar a mí”.
    Pero Los Civiles no eran personas mayores, sin embargo los chavales perdíamos el culo yendo a saludarles en un acto no sé si llamarlo de sumisión, más que de respeto. No es que yo les tuviera miedo —pero casi— más que nada por las historias que de ellos había oído contar —ninguna buena— y de las que yo había presenciado.
    Cuando los hombres o los mozos hablaban de ellos, siempre era para referir cosas desagradables y siempre acababan diciendo que “… por menos de nada un Civil te pega dos hostias y te las tienes que tragar”. Yo pensaba que…” por menos de nada…” no sería, pero luego de la escena que presencié en la plaza ya no lo tenía tan claro. Lean, lean y verán porqué ya no lo tenía tan claro.
    Un día de verano —ya se había acabado la escuela— volvía yo del río para casa —sería ya la hora de comer— y cuando iba por el regajo a la altura de la casa de los Medieros, vi que la plaza estaba más concurrida de lo normal y me acerqué a olisquear.
    Conforme me acercaba oía voces que no conocía, así que me figuré que serían de algún vendedor ambulante de los muchos que venían por el pueblo. Yo veía un carro tirado por dos machos y gente alrededor. Me colé entre los mayores y, ya en primera fila, pude ver que no era un vendedor. Allí estaban Los Civiles y un señor al que yo no había visto en mi vida y que debía ser un carretero de Rodenas o de Tordesilos que estaba de paso por el pueblo.
    El señor en cuestión llevaba un carro acondicionado para el acarreo, es decir, con estacones y “bolsas “, así se le llamaba a una plataforma de madera, puesta por debajo del eje, y sujeta por cadenas a la caja del carro, que por cierto iba vacío. El pobre hombre estaba con el rostro desencajado, rojo como un tomate, como si la cara le fuera a explotar en cualquier momento.
    Uno de los dos civiles, el que parecía que mandaba más, llevaba un librico en la mano y le decía al amo del carro que las ordenanzas eran las ordenanzas y que le tenía que denunciar. El otro civil llevaba un trozo de caña en la mano y obedecía las indicaciones que su compañero le daba.
    El del libro decía que, según la ordenanza numero tal, las bolsas del carro no habían de estar colocadas a menos de no sé cuanta distancia del suelo. Entonces el de la caña se agachaba y medía la distancia en el carro.
    — ¿Ve usted como la caña no pasa por debajo? —decía el del libro.
    Y el de la caña allí, agachado, haciendo ver que la caña tropezaba con las bolsas. Ignoro si la caña era una medida que ellos llevaban encima, ya cortada a medida para lo de las bolsas, porque allí no aparecía el metro ni nada que se le pareciera por ningún lado y siempre que se referían a las medidas lo hacían señalando la caña. ¿Y si la caña no medía lo que decía aquel librico? También sería gorda —pensaba yo— que llevaran adrede la caña para medir la distancia de las bolsas de los carros hasta el suelo. Me costaba imaginarme a uno de los guardias preguntando a su pareja, antes de salir del cuartel, si había cogido la caña de medir las bolsas de los carros.
    El hombre —la víctima— decía, cada vez más acalorado y más encendido, que él había llevado muchos años así las bolsas, que las cadenas se las había hecho el herrero a medida, que en su pueblo todos las llevaban igual y que nunca había tenido ningún problema con la Guardia Civil.
    El guardia del librico, que no sé de donde sería, pero que no hablaba como hablábamos los del pueblo, le repetía al hombre una y otra vez que las ordenanzas eran las ordenanzas.
    Los esfuerzos que tenía que hacer el carretero —pensaba yo— para no soltar un “cagüend…”, que el cuerpo seguro se lo pedía —ya se sabe la fama de jurar que tienen los carreteros— no fuera a ser que aquel civil tan diligente le fuera a poner otra denuncia por blasfemar.
    ¿Que cómo acabó la historia? Pues es fácil de suponer. Desde que el guardia sacó el librico estaba claro que al carretero no le salvaba nila Virgendel Pilar. Se puso a redactar la denuncia mientras toda la gente le miraba con indignación contenida. Pero allí nadie dijo nada, ni susurrar, vamos. En todo el rato que estuve escuchando no hablaron más que el carretero y el guardia del libro. Ninguna voz se oyó que pidiera clemencia para el pobre hombre. Él sí que la pedía, poniendo cara de lástima, diciéndole al guardia que esa denuncia significaba mucho para su pobre economía y que de qué le servía madrugar a las tantas para ir a Monreal si luego por una tontería le iba a denunciar. Le decía que a quién iba a hacer daño que él llevara las bolsas del carro un poco más abajo de lo que marcaba la caña.
    Discurso perdido. El guardia guardó su libro, una vez hecha la denuncia, y el carretero, aguantando la indignación y las lágrimas, siguió su camino. Ya había echado el día. Me habría gustado verlo y oírlo, sobre todo oírlo, cuando saliera del pueblo, lejos de la mirada y de los oídos de los civiles.
    Cuando todos se enteraron de cuánto medía la caña —al final el guardia sí dijo los centímetros que tenía— se dispersaron, unos al corral a medir las bolsas de su propio carro, otros a dar aviso a los carreteros que estaban fuera del pueblo para que comprobaran si las bolsas de sus carros estaban preparadas para soportar la prueba de la caña, pues ya se sabía que cuando los Civiles se ponían en plan borde había que tener mucho cuidado, porque era como si salieran de caza.
    Un hombre de los que había estado presente comentaba —por supuesto, sin que se enteraran los del tricornio— que el Sargento le decía a “la pareja”, antes de salir del cuartel, las denuncias que tenían que poner, fuera como fuera. A mí aquello me parecía una exageración, pero por otra parte sentía mucho respeto por lo que decían los mayores, y si el hombre lo decía sus razones tendría. De los Civiles nunca te podías fiar —decía mi tío— que siempre estaban dispuestos a denunciar por lo que menos te pudieras figurar y que cuanto más lejos se estuviera de ellos mejor. Había épocas en las que hacían verdaderas escabechinas. Una temporada la cogían con los perros, otra con los faroles de los carros, otra con los ciclistas. Se apostaban en una curva para ver si tocaban, o no, el timbre… y si no era por el timbre era por la “chapa”, o por el farol. A lo mejor estaba un carretero en el campo trabajando, queriendo apurar la luz del día, cuando de repente se daba cuenta de que se le había olvidado en casa el farol del carro. Pues nada, a acortar la tarde y para casa, que los civiles podían estar en el alto del Humedal, en el caseto, y se los podía topar sin posible escapatoria.
    Por cierto que una tarde, en la época que la tenían tomada con los faroles, un carretero volvía del Valle y en el alto del Humedal le estaban esperando los Civiles. El hombre iba tranquilo, —”hoy no me vais a coger”, se pensaba él— porque llevaba su farol encendido y su perro atado. Con lo que el hombre no contaba es que el farol lo llevaba colocado en la parte derecha y las ordenanzas —siempre las ordenanzas— decían que su colocación correcta era en el lado izquierdo. Pues se ve que aquel día no habían cubierto el cupo de denuncias, como decía el hombre de mi pueblo, porque denunciaron al carretero.
    Por todas estas cosas es fácil comprender que todo el mundo tuviera atragantados a los Civiles, por experiencias propias o por solidaridad con algún pariente o vecino. Y si no que se lo pregunten a Daniela, la madre de “Cholano”, que un día estaba recogiendo moñigos en la carretera dela Fuente Abajo y la denunciaron por eso, por recoger moñigos. Eso fue lo que ella dijo, pero vete a saber, pues Daniela tenía la lengua que se le disparaba enseguida, que no respetaba ni a Civiles ni a Santos y no sé yo si no les diría cualquier barbaridad, siendo ese el motivo real de la denuncia.
    La única anécdota divertida que conocía sobre los Civiles me la contaba mi hermano, y eso me hacía pensar que algunos Civiles también tenían corazón.
    Me contaba que iba un hombre de los que trabajaba en la mina por la carretera, andando, de vuelta a su pueblo —creo que me decía que era de Ojos Negros— cuando se topó con los Civiles. El hombre iba andando por la parte derecha de la carretera y le pararon para explicarle que lo correcto era circular por la parte izquierda. Él les decía, todo extrañado, que siempre había caminado según le parecía, por la izquierda o por la derecha, y que no entendía esa obligación tan rara.
    — Mire usted —decía un guardia—: el código dice bien claro que los vehículos han de circular por la derecha y los peatones por la izquierda. ¿Me comprende?
    El buen hombre se quedó pensativo metiendo la mano por debajo de la boina y rascándose la cabeza. Al final le contestó.
    — Oiga, señor guardia, ¿Y yo qué soy, vehículo o peatón?
    El guardia debió pensar ante tamaña respuesta que no le sería fácil hacerle comprender a aquel hombre la diferencia, así que le dejó continuar su camino diciéndole que fuera por donde le diera la gana, pero con cuidado.
    Este final me parecía muy acaramelado, muy de hacer reír, pues igual era lo que la gente hubiera deseado que pasara, pero no sé yo si…
    ———————————

  2. #2

    re: " Los Civiles " por uno de mi pueblo

    Yo cuando era crío veía la pareja a un km e iba corriendo hasta ellos sólo para decirles"buenas tardes" lo mismo al cura iba y le besaba la mano; porque así nos enseñaban; y si el maestro nos daba un par de ostias acachábamos la cabeza sonrojados y temblorosos pero no decíamos ni pío

    Yo puedo añadir las denuncias que ponían por la ley del descanso dominical.......estaban trabajando con el azadón en el campo y venía la pareja por detrás y decían para casa y denunciado por trabajar el domingo.

    A otro de mi pueblo lo para a pareja con el carro y acto seguido al no encontrarle nada denunciable lo denuncian, y le dice el arriero porque me denuncian si voy bien y le contesta el guardia por las veces que has ido mal.

  3. #3

    re: " Los Civiles " por uno de mi pueblo

    Año 1.972 de cabo en un pueblecito del Pirineo Aragonés , un Domingo viene el (MOSEN ) así se denomina al cura en Aragón, y me dice oye cabo que fulanito, está trabajando en el campo , le digo mosen , , no lo hará por amor al arte ,seguramente lo necesitará y no se va enterar ni Dios salvo que....usted se lo diga , a partir de entonces el cura en cuestión se convirtió en mi mejor amigo.

  4. #4

    re: " Los Civiles " por uno de mi pueblo

    [quote user="zaragoza 2009" post="777008"]Año 1.972 de cabo en un pueblecito del Pirineo Aragonés , un Domingo viene el (MOSEN ) así se denomina al cura en Aragón, y me dice oye cabo que fulanito, está trabajando en el campo , le digo mosen , , no lo hará por amor al arte ,seguramente lo necesitará y no se va enterar ni Dios salvo que....usted se lo diga , a partir de entonces el cura en cuestión se convirtió en mi mejor amigo.[/quote]

    Muy buena respuesta compi!

  5. #5

    re: " Los Civiles " por uno de mi pueblo

    La GC ha cambiado mucho y por suerte seguira cambiando. un saludo

  6. #6

    re: " Los Civiles " por uno de mi pueblo

    No se yo, con eso del RAI

  7. #7

    re: " Los Civiles " por uno de mi pueblo

    Esto me dicen que ocurrió la semana pasada y me lo creo.

  8. #8

    re: " Los Civiles " por uno de mi pueblo

    Eso sí con el hijo de facultativo , del ingeniero, del alcalde y del cacique del pueblo etc, con esos no se metían; una vez le dije a uno de esos por qué no le pega al hijo del alcalde...........contestación del h. p............porque es el hijo del alcalde.

    Otra vez estaba en una terraza y oí que le decía un cacique de esos a otro........a donde hemos llegado hasta los pobres llevan zapatos.

  9. #9

    re: " Los Civiles " por uno de mi pueblo

    Seguro que TODOS cambiaron,los hay que denuncian a uno del pueblo por coger caracoles,otro por lavar el coche,otro porque tiene un coche en su finca particular,cerrada,sin la ITV y el seguro,por lo mismo "las ordenanzas" son las ordenanzas............. :altoi:

  10. #10

    re: " Los Civiles " por uno de mi pueblo

    EL Jiloca, qué a gusto estuve mi año de prácticas en Monreal del Campo!

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