Estimado amigo López, al leer tu argumentación me has transportado al bar de la facultad. Allí todo eran utopías, libertades, derechos, exigencias, tabaco del malo, y hermanamientos; salvo con la Trini y la Resu que no se dejaban “hermanar” ni de coña. Pero considerarás conmigo que la realidad, la que nos fija en este suelo y nos roba los sueños, es muy distinta.
Al principio ves a tu colega como un igual, hasta que se lleva al huerto a la rubia esa que te tiene loco. Tienes envidia del profe porque te gustaría ser como él, que sabe todo y tiene en sus manos tu futuro; luego te enteras que es un pobre hombre al que le dan miedo hasta las lagartijas zamoranas. Tus amigos son la repera, hasta que les pides para rellenar el depósito del coche que es tuyo y lo utilizan muy democráticamente todos; entonces te das cuenta que no son tan guay de Paraguay y los mandas a Titulcia. Pues en la vida real ocurre lo mismo. Palabras bonitas y llenas de amor al prójimo (y a la prójima) suenan a campanillas celestiales; hasta que te das cuenta que el prójimo es un hijo de **** que pasa olímpicamente de ti y de tus bellas ideas. Que si te descuidas te roba hasta los calzoncillos. Pero como tampoco podemos ir por la vida a la defensiva y pensando mal de todo bicho viviente, aceptamos ciertas cosas. Unas porque somos así, humanos, y hay algo en nuestro tarro que llaman sentimientos y a los que muy difícilmente podemos desechar; y otras porque no nos queda más remedio porque para vivir todos juntos y con cierta armonía, pues hay que acatar y ceder. Pero muy distinto es hacer el canelo en nombre de premisas falsas y palabrería sobona y come tarros.
En primer lugar porque santos, lo que se dice santos de los que son capaces de amar a todo Cristo, haberlos haylos, pero se pueden contar con los dedos de la mano de un manco; y después porque si somos honrados con nosotros mismos, nos daremos cuenta que priva el “yo” sobre el “los demás”; y no es censurable, es simplemente humano. De otra manera muchos de nosotros no estaríamos hoy aquí dando vueltas al asunto.
Una sociedad que se precie, para su evolución debe de protegerse, de otra manera siempre el pez gordo se ha comido al chico, y hasta las termitas son capaces de arruinar una mansión por muy noble que se precie; y eso llevamos haciendo los españoles desde que andábamos repartidos en tribus. Mira si hemos procurado protegernos, que ese colectivo del que ahora vives tú y los tuyos nació para protegernos de los “colegas” díscolos y de las ovejas negras de nuestras familias. Aquellos también tenían “sus circunstancias” y quizás más terribles y acuciantes de las que pueda esgrimir hoy un inmigrante ilegal.
Quizás pienses que esa gente no agrede a nadie, que son pacíficos y todo ese rollo; pero hay muchas maneras de agredir a la sociedad. Incluso desde la legalidad y desde la articulación social de un estado como el nuestro se puede agredir inmisericordemente. ¿No consideras una agresión tener que mantener a unos hijos en edad laboral y mientras ves como esos ILEGALES se llevan parte de tú sacrificio a base de ayudas sociales que tú les costeas? ¿Hace falta escribir una larga lista de agresiones directas, indirectas y circunstanciales que tienen como origen la entrada indiscriminada y sin control de cualquier tipo de inmigrantes en una nación que ya está hasta las pelotas de que todo el mundo chupe de su teta? ( incluidos los autóctonos).
En mi casa, en la tuya, en la de cualquier español, entre quien quiere el dueño. Seguramente cualquier persona de bien y honrada será siempre bien recibida, y también seguramente tendrá un plato en la mesa si tiene hambre; pero si es un delincuente o también si en mi mesa no hay para los míos, sería un suicidio invitar a otros comensales, ¿o no?
España es mi casa, y para controlar quien entra en ella ya tengo un gobierno, unas leyes, y unos colectivos que velan por ella. Solo exijo que esos encargados de guardar mi casa lo hagan y si es necesario empleen los medios que puedan tener a su alcance (es imposible tener siempre los medios adecuados a cada circunstancia). De otra manera estaría tirando piedras contra mi propio tejado, que posiblemente no note las consecuencias ahora, pero en cuando vengan las tormentas me daré cuenta de las goteras que tengo. También estaría traicionando y ninguneando a todos aquellos que lucharon por hacerse un hueco acatando leyes porque eran conscientes de la ineludible necesidad de hacerlo por el bien general.
Pero en realidad este no es el caso. Aquí lo que hay es el típico “clavo ardiendo” al que siempre se coge la progresía española a la espera de réditos políticos, y mientras, nuestros primos de color o rostros pálidos, se parten de risa diciendo: “Mira si son gilipollas estos españoles, que entramos en su casa por la tremenda, y ellos andan a la greña discutiendo como controlar nuestra entrada”. Ni más ni menos.
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