Y pensaba yo que el monopolio del sainete y la chispa profesional era cuestión exclusiva de los taxistas madrileños.
Un día me contaba un operario del “rosco” que una vez recogió a un cliente en el aeropuerto que antes todo el mundo llamaba de Barajas ( ahora ya no sé cómo hay que llamarlo). En principio todo bien y correcto. Localizado el destino, el taxista enfiló la carretera ( N- II antes, ahora A-2 ) bien pegado a su derecha y sin exceso de velocidad, ya que su vehículo era un diesel con aquellos motores Perkins que tanto ayudaron a la industria automovilística española. El caso fue que el tubo de escape estaba ya para el desguace y el ruido que emitía era lo más parecido a un T-6 en pleno despegue. El cliente, asustado, le dijo al taxista:
-¡Oiga! Corra usted menos qué del avión ya me he bajado hace un rato.
El taxista miró cachazudamente por el espejo retrovisor, evaluó la situación, puso el intermitente de la derecha, señaló con su brazo izquierdo la intención de parar ( esto ya no se usa hoy día), paró, salió del coche, abrió la puerta del pasajero, y le espetó:
Muy bien caballero. El servicio de taxis madrileño tiene por costumbre nunca defraudar a la clientela; así que tengo el gusto de cederle el volante y conduzca usted como le salga de la caja de cambios. El itinerario y giros reglamentarios ya se los indicará un servidor desde la parte de cola.