Es curioso comprobar cómo la vida nos depara sorpresas de manera imprevista. Cómo conocemos personas que una vez fueron protagonistas de parte de nuestras vivencias, y una vez casi olvidadas, cómo pueden aparecer otra vez de la manera más impensable.
En este caso se trata de dos jóvenes que coinciden en Madrid durante su servicio militar. No se conocen de nada. Uno es de familia acomodada, de los ricos de toda la vida diríamos ahora, y el otro de familia pobre, de los que siempre andan con una mano delante y otra detrás. Pero hay un lazo que los une y es el paisanaje. Los dos son hijos de la cambiante tierra Navarra, y los dos tienen lugares y hechos en común, así que de inmediato surge la amistad en un mundo militar que los iguala a los dos. Los mismos problemas, las mismas alegrías, el mismo tipo de vida, y sobre todo el mismo ansia de encontrar un hueco para volver a su tierra con los suyos, aunque solo sea temporalmente.
- ¿Y tú como lo haces para ir a casa? – pregunta el joven de casa bien.
- Yo me quedo con el uniforme, me largo a la Avda. de América y allí hago dedo. No suelo tardar mucho en encontrar a alguien que me lleve. La primera tirada suele ser hasta Medinaceli; una vez allí me pongo en la carretera de Soria y ya en uno o dos envites llego a Pamplona- contesta el que siempre anda a la cuarta pregunta.
-¿Y no sería mejor coger el tren?
- ¡Nos ha jodido! No tengo casi para el bocata de media mañana, como para coger el tren. Si voy lo hago a dedo, y si no puedo me fastidio y me quedo aquí. ¿Y tú como leches lo haces?
- Yo voy todos los fines de semana, siempre que no tenga servicio, y lo hago en tren. Pero si quieres lo podemos hacer de otra manera. ¿Tienes libre el último fin de semana del este mes?
- Sí. A no ser que me arresten por cualquier cosa no tengo nada qué yo sepa; pero ya sabes que aquí la lotería no sabes nunca cuando te puede tocar.
- Pues si te atreves podemos ir en avión.
El colega que no tiene ni un duro mira extrañado a su paisano e inmediatamente piensa que esta vez se ha pasado con la bebida.
- ¿En avión? No tengo para el tren y resulta que ahora lo voy a hacer en avión. Tú estás
modorro perdido.
- Qué sí hombre, en avión. Mira, yo tengo la licencia de piloto privado. Nos vamos a Cuatro Vientos y allí alquilo una avioneta. Aterrizamos en Noain y el domingo, antes del ocaso, ya estamos de vuelta.
- ¿Así de sencillo? Oye, no te rías de mí. Ya sabes que no tengo ni un duro.
- No te preocupes. Todo corre de mi cuenta.
- ¿ Y cómo es eso de piloto privado?
- Es el primer paso. Algún día me ganaré la vida volando. Esa es mi ilusión.
Ante esta inesperada propuesta, el joven “telañoso” recuerda los consejos de su madre: “No te fíes de nadie, que allí en Madrid hay mucho espabilado que está a la que salta; y sobre todo no te metas en problema o tu padre te mata”. Así que si la dice que ha venido en avión por fiarse de un paisano lo excomulga, lo deshereda y lo destierra. Pero es muy joven y esa perspectiva de volar le envuelve como si fuese un sueño…y al final acepta.
Llega el fin de semana y comprueba como su colega tramita un montón de cosas en un mostrador del aeropuerto y al final se encuentra en la cabecera de pista 10 de Cuatro Vientos y con rumbo de despegue 28. Tras un intercambio de palabras raras con los invisibles operarios de la torre de control, el colega tira de una palanquita y la pequeña Socatta Rally coge velocidad… ¡y vuela!
Maravilloso, inigualable, excepcional, divino. Cualquier expresión que pueda venirse a la cabeza se queda corta. La sensación y el espectáculo es inigualable.
- Toma, coge los mandos y muévelos con suavidad. Despacio. No seas cenutrio… no te inclines cuando vires, esto no es una moto.
Por primera vez el muchacho de pueblo siente lo que es volar y “dominar” en el aire un avión. Luego hubo otras veces, pero la primera fue inolvidable.
Así fue la primera vez, y así comenzó una amistad que duró hasta que cada uno tiró por su camino. Ya sabéis. Los estudios, las novias, el curre, etc. Uno terminó su mili y volvió a su tierra. E l otro tuvo que quedarse en Madrid que le ofrecía más posibilidades. Nunca más se volvieron a ver.
Nunca más hasta que un día, el muchacho pobre, que ya era padre de familia y llevaba mucho tiempo asentado en la capital, abre una revista que repartía la DGT de forma gratuita y lee una noticia:
“El piloto jefe del departamento de helicópteros de la DGT ha fallecido en un accidente cuando probaba un aparato en el aeropuerto sevillano de san Pablo. El citado piloto estaba destinado en Cuatro Vientos y se había desplazado para inaugurar este servicio en la capital hispalense”
Junto al artículo hay una fotografía de esas tamaño carnet. Mira con detenimiento y descubre un rostro conocido. Es más o menos de su edad, pero esos rasgos, esa expresión la conoce. Busca en el artículo el nombre del piloto y se le cae el alma a los pies al leerlo: Luis Aranguren Egaña.
Es su amigo.
Bueno Luis. Tantos años estando uno cerca del otro en Cuatro Vientos, en “nuestro aeródromo” y sin saberlo. Ahora ya estarás siempre en el cielo que tanto amabas. Al final conseguiste lo que querías, ganarte la vida volando; aunque también el destino te la tenía jurada a los mandos de tu Aluette . Tu muerte fue por el incendio que se produjo al caer el aparato, y yo, que pululaba por aquí enseñando cómo se lucha contra el fuego no pude ayudarte.
Que jodidamente curiosa y cruel es la vida.
Vuestro indicativo sigue siendo “Ángel”, y siempre que lo escucho pienso en ti.
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