Debido a algunas cosillas que se escuchan y leen opinando sobre los encierros , y debido a que un servidor de ustedes conocía el número los adoquines que servían de solar en determinados tramos del encierro pamplonés ( también una puñetera farola que un día se interpuso indecentemente en mi trayectoria sin ser advertida), voy a meter en este cajón de sastre que es “cosas curiosas” el origen de estos eventos que se han convertido, hoy día, en un negocio inmenso y en un escaparate de estupideces sociales.
No piensen vuestras mercedes que todo nace en aras de la realización de las famosas corridas de toros. No. Los encierros nacen de la imperiosa necesidad de proteger a los vecinos en los ocasionales traslados de las reses cerriles (que pastan libremente en los cerros) a determinados corrales para su posteriormente venta o sacrificio.
Estos animales, por su condición de libertad y poco habituamiento a convivir con seres humanos, resultaban peligrosas a la hora de ser trasladadas y encerradas; así que lo que se solía hacer, con pequeñas diferencias de un lugar a otro, era la promulgación, en primer lugar, de un bando municipal en que se avisaba a los vecinos el día, el horario y el itinerario que llevaría desde el campo hasta el corral determinado, de esta manera se evitaban problemas de seguridad pública.
Normalmente las familias propietarias eran las encargadas de la separación y traslado. En estos eventos participaban los varones de la familia y siempre se apuntaban algunos amigos y vecinos que, casi siempre en sus caballos, arreaban a los ganados. Una vez en zona urbana se les dirigía por callejas para garantizar que no se podían escapar, y dónde el terreno era abierto, se colocaban vallas y talanqueras. Era en estos tramos dónde el resto de vecinos y vecinas se agolpaban para ver semejante espectáculo. Ganados a toda velocidad acosados por los caballistas levantando polvo y llenando el pueblo con sus mugidos.
En ocasiones los animales se separaban de sus congéneres por cualquier circunstancia y, entonces, privados de su protección gregaria y asustados por algo tan inusual para ellos como era aquella loca carrera, arremetían contra cualquier bulto que se moviese. Por supuesto que estaba prohibido saltar al itinerario marcado por el ayuntamiento, pero la gente joven, como siempre retadora e imprudente, se lanzaba citando al ganado dispersado. Luego todo era cuestión de salir por patas y que no te pillase el toro o la vaca despistada; objetivo que no siempre se conseguía y que terminaba con revolcones que resultaban a veces de cierta gravedad y que servían de tema social en el pueblo durante meses, y en los casos más curiosos durante años o toda la vida de la pobre víctima.
Aquello gustaba y servía de acontecimiento social. Unos salían con los laureles de valientes y otros con la de cobardones, y llegados a este punto entra en juego el orgullo local entre los de Villaelencierro de Arriba y los de Villaelencierro de Abajo. Ya tenemos el marco idóneo para el espectáculo.
Poco a poco las corporaciones y los vecinos se fueron dando cuenta de lo que podía suponer este tipo de espectáculos a poco que se promocionase. Casa de comidas, bares, ligues con las mozas de los pueblos, escapadas de los casados, fisgoneo de las mozas, tertulia y crítica criminal para las casadas y las abuelas, risas y comparaciones para los abuelos…..juerga, distracción ….y dinero fresco.
Habían nacido los encierros. Ya sólo se necesitaba la propaganda.

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