Últimamente revolotea por los medios la noticia que trata sobre la búsqueda de los restos de D. Miguel de Cervantes en el convento madrileño de las Trinitarias Descalzas. Normalmente al españolito medio de infantería este tipo de noticias no pasan a ser más allá de una reseña intercalada entre otros asuntos mucho más “importantes”; pero para algunos incondicionales de las pequeñas historias, como quien suscribe, este tipo de noticias adquieren importancia y vienen a ser una especia de aire fresco en medio de la tormenta mediática de nuestra actual sociedad.
Normalmente no nos hemos distinguido nunca los españoles en saber conservar adecuadamente los restos de nuestra historia. Si conservamos cosas como el acueducto de Segovia y monumentos similares, es más por el gasto que supone eliminarlo que por la conciencia histórica de lo que representa. No es de extrañar que sea español ese dicho que dice: “ nadie es profeta en su tierra”; más bien al contrario siempre nos empecinamos en buscar, si existe, o en inventar, cualquier circunstancia que sirva de menosprecio y de deterioro en la figura de aquellos que han destacado por algo ( que no sea futbol …claro). Pero por una vez, y sin que sirva de precedente, parece que hacemos algo y nos movemos un poco para rescatar la memoria y los restos de un paisano al que se le da más importancia fuera de nuestras fronteras que en su propia patria.
Para un servidor ya es suficientemente curioso que aquellos que nos gobiernan y administran se interesen en gastar dinero en algo que tantos ya consideran como un absurdo (ya se han escuchado voces discrepantes), pero también es curioso comprobar cómo a la tumba de D. Miguel le ha seguido una especie de maldición que la historia y las circunstancias han podido salvar hasta nuestros días. Aguantad un poco, leed sin perderse en el aburrimiento de fechas y nombres que no os suenan y lo podréis comprobar.
Todo empezó con la voluntad de una señora llamada Francisca Romero de construir en aquél Madrid del 1600 un convento regido por monjas. Esta señora era hija de un general de los ejércitos de Felipe III y pensó construir el convento en la zona de la C/ Mayor madrileña; pero una serie de problemas burocráticos hizo que se presentasen aquí las monjas provenientes del convento toledano de Sta. Úrsula, y todavía no tuviesen sitio donde aposentarse; así que no le quedó más remedio que hacerlo en unas casas de su propiedad que se ubicaban casi donde terminaba aquél Madrid y en una calle que tenía por nombre el de Cantarranas (por allí pasaba un arroyo con ese nombre).Todo estaba correcto y sin problemas hasta que el padre, el general, se enteró de lo que su hija quería hacer. Aquello le debió parecer un despropósito y quitó la idea a su hija; pero parece ser que el asunto se complicó y no pudo ser. Cuando trataban de decir digo donde dijeron Diego, se encontraron que el procurador de las monjas había hilado muy fino y ya no se pudo dar marcha atrás. Así que se tuvo que construir el convento y allí fueron a parad en su día los restos de nuestro protagonista (D. Miguel de Cervantes, para los que ya anden perdidos)
Este fue el primer envite curioso de la historia, pero no el definitivo.
Pasó el tiempo y nuestro protagonista ya estaba enterrado, junto con personas queridas de su familia y de la de Lope de Vega, en la cripta del convento de las monjas Trinitarias. Por entonces ya había dudas del emplazamiento exacto y había otros asuntos más apremiantes que absorbían la atención de los españoles. Ya sabemos que “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”. En estas estábamos cuando en el 68 de las calendas de 1800 invadió a los españoles una fiebre de derribar iglesias y conventos (debe ser algo que está en nuestros genes) y como otras, quedo señalado nuestro convento para pasar a mejor historia y poner allí un casino, un palacio, o vete tú a saber.
Ya tenían las monjas preparado el pétate y los albañiles la piqueta, cuando un familiar de una de ellas recordó como había logrado salvar una propiedad suya en Valladolid de cierta notoriedad histórica apelando a la Real Academia Española. Con premura y sin dudarlo, se puso en contacto con otro hombre preclaro como el Sr. Mesonero Romanos y con la dirección de la citada Academia, logrando a última hora salvar la demolición del convento.
El 10 de diciembre de 1868, el gobernador de Madrid, Sr. Moreno Benítez, remitía esta carta al director de la citada Academia: “…opino, como usted, que no debe exponerse la Revolución española a que por obra suya se remuevan las cenizas del Príncipe de nuestros escritores. No tocaremos, pues, al convento de Trinitarias, y lo digo a usted para su satisfacción personal, asó como para la de la Academia…”
Así, de esta manera tan providencial consiguió por segunda vez salvarse el lugar donde reposan los restos de D. Miguel; aunque una vez salvado el edificio donde se encuentra la tumba, quedó en el olvido total su ubicación; pero eso tampoco importaba. Aquí, en España, esas cosas carecen de importancia.
Por suerte, alguien, o algunos, se preocuparon de guardar y saber dónde estaban los documentos de la parroquia que atestiguaban que allí se efectuó el enterramiento de tan insigne escritor, y gracias a esos documentos ahora parece que los restos de nuestro protagonista se pueden salvar del olvido….quizás de forma definitiva; solo quizás, y dejen de ser simplemente una reseña en los libros de texto (los que normalmente solo sirven para pasar de curso y punto pelota)
Personalmente espero y deseo que en poco tiempo cualquier español pueda ponerse delante de la tumba de D. Miguel y recapacitar allí sobre la capacidad y la grandeza de alguno de nuestros paisanos…aunque tengamos que pasar por taquilla y pagar el correspondiente peaje para poder hacerlo.
Nuestra historia está llena de pequeñas curiosidad. ¿Verdad?