Je, je. ¡La de cosas qué se pueden contar! Aunque un servidor está en desventaja ya que, respecto a la GC, es meramente un “sujeto paciente”; pero por eso qué no quede.
Esta vez el asunto ocurrió cuando el Tío Paco todavía era el jefe del cotarro. Dos chavales greñudos con los 18 añitos recién estrenados, un 600 prestado y lleno de remiendos, una tienda de campaña en la que el doble techo ( antes tenían doble techo) eran unas viejas cortinas de plástico robadas de algún baño casero, la exigua paga extra de julio en el bolsillo, y muchas ganas de conocer mundo, intentaban dar la vuelta a España….hasta que agotase el pecunio ( lo qué ocurrió pronto, pero se las arreglaron para poder realizar su sueño), además de poder realizar pesca submarina en el Cantábrico; para lo cual se habían hecho con unos fusiles de pesca submarina a base de gomas y un arpón artesanal. Todo ello con la pertinente licencia sacada en la Comandancia de Marina correspondiente (por lo menos antes era así)
Tras llegar al precioso pueblo de Luarca circulando de noche (por el día el caballo de metal se calentaba) y fallarles su primer intento de ligue, optaron por conocer la Asturias profunda, la del interior; así que sin encomendarse a nadie eligieron Pola de Allande como destino. Salieron antes del orto, y llegaron casi entre dos luces tras múltiples peripecias mecánicas (todas solucionadas sin la ayuda del RACE ni Cristo que lo fundó).
Pues bien. Entran los dos chavales al pueblo y alcanzan una plaza llena de paisanos paseando y charlando animosamente y desparramados en medio de la carretera y en cualquier zona aledaña. Por allí pocos automóviles circulaban y el pobre 600 con matrícula de Navarra era en realidad el intruso.

  • ¡Leches! ¿Qué pasa pués? – dice uno de los chicos que era de la rivera y más bruto que un “arau”.
  • Na – contesta el otro que aunque era de la montaña era tan bruto como su colega – ya estarán de romería.
  • Pues chifla que nu s´apartan.

Así, despacio y con pequeños toques de claxon fueron avanzando….hasta que escuchan sonar desaforadamente un silbato. Miran en dirección al sonido, y advierte a un guardia civil que corre hacia ellos con el mosquetón al hombro.

  • ¡Ya la hemos jodio! ¿Quás hecho?
  • ¿Yo?...na

Detienen el vehículo y esperan.

  • Buenas tardes. Documentación – dice el guardia.

Los chicos en silencio (en aquella época un tricornio era un tricornio) buscan sus documentos y se los dan al agente que los estudia con detenimiento.

  • ¿De dónde vienen?
  • De ahí arriba – dice el chico de la rivera.
  • ¿Cachondeos encima? – dice malhumorado el guardia.
  • Perdone usted; quiere decir de Pamplona. Venimos de Pamplona y vamos a Santiago de Compostela – dice el otro.
  • ¿Y para ir de Pamplona a Santiago tienen que pasar por aquí?

Ante esta situación los chicos explican la historia con todo detalle. Todo correcto hasta que el guardia descubre el conglomerado de trastos que se almacenan en la parte trasera del coche, incluidos dos sacos de dormir confeccionados con unas colchas viejas y rellenos de plumas de gallina que se salían por todos los lados.

  • ¿Y esas plumas? … Explíquense. ¿Y esos tubos con gomas?



  • Son para hacer pesca submarina




  • ¿Pesca submarina? – dice el guardia - ¿Y eso cómo lo hacen?

Los chicos explican el método meticulosamente: las gafas, el tubo para respirar, las aletas y llegan a los fusiles para la pesca.

  • ¿Fusiles para pescar?...... ¡Licencia de armas!

Los muchachos se miran asustados y explican que para ese tipo de “fusiles” no es necesaria la licencia de armas; que con la autorización de la Comandancia de Marina de cada región pueden ejercer su actividad sin más papelorios.

  • Ya, ya – dice el guardia – Así que con fusiles y sin licencia. Salgan del coche y delante de mí….pal cuartelillo.

Ahora sí que la hemos jodio, piensan los chavales mientras se encaminan cabizbajos como si fuesen cristianos llevados mansamente a las fieras del Coliseum bajo la curiosa mirada de los paisanos del pueblo.
Afortunadamente el jefe del puesto, una vez que le explicaron la historia y de esbozar una sonrisa, los dejó en libertad; incluso les preguntó dónde pensaban pernoctar y si tenían para la cena. Para cenar ya tenían preparados unos bocadillos de chorizo pamplonica, pero la cuestión de dormir ya era otra cosa. Debido a lo avanzado del horario, ya lo tenían complicado; así que informaron que lo harían en el coche, ya que lo tenían preparado para tal menester (un sencillo mecanismo hacía que los respaldos de los asientos del 600 se pudieran tumbar; el resto lo hacía la juventud…que todo lo aguanta). El guardia que mandaba aquello (no podría asegurar su graduación, ya que por aquél entonces las únicas graduaciones que los chicos conocían eran las de las pelis del 7º de caballería) les indicó que hablasen con el párroco, y que él les facilitaría un sitio donde resguardarse y librarse del frío de la montaña asturiana.
A la mañana siguiente los dos protagonistas abandonaban el pueblo no sin antes despedirse de los guardias, incluido su “captor”, que por la expresión de su cara todavía no debía estar muy convencido.
PD. Al 600 se le jodió un palier apenas abandonaron el pueblo, en plena subida al puerto de El Palo; así que tuvieron que regresar a Pola de Allande otra vez y arreglarlo con una lata de Coca-Cola. Son cosas que pasan.