Es nacido en mi mismo pueblo pero él dentro de una familia adinerada y bastante caciquil por ello y como norma general bien nacida que diría él, acostumbraba hacer y deshacer como a bien le venía en gana.
Como recién llegado a la unidad los compañeros en cada servicio tuvieron a bien –por el mío- enseñarme todos los rincones de la demarcación entre ellos se contaban las muchas y variadas fincas de caza que asentadas en ella. Verdes valles en invierno cobijaban centenarias encinas testigos vivos de la leyenda o no leyenda que dice que en tiempos remotos las ardillas eran capaces de recorrer todo el espacio desde Cádiz a los Pirineos sin tocar el suelo de nuestra hermosa tierra hispana, allí entre sus ramas se esconden las más diversas aves y en las paragüeras sombras que su frondosidad regalan en verano, se cobijan igual esas coloridas perdices o sin duda alguna esas negrillas culebras siempre al acecho para llevarse algún ave o conejo que por allí abundan a su dilatadas bocas.
Llagamos a la de Sierra . . . . y el compañero me pone en conocimiento el nombre del cacique que tiene comprada la caza Leandro me dice, es de tu pueblo pastor y a lo mejor le conoces ¡ coño si le conozco ¡ ¿ que tal se porta ? – un cacique que hace lo que le sale de los cojones y tiene amigos en las alturas y ahí quedaron sus palabras cociéndose en mi cabeza como hiel amarga.
Pocos días después entre de servicio de puertas que entonces se llevaba bastante más que por ahora, que a día de hoy, son muchos los puestos que han cambiado esa denominación por la de atención al ciudadano y la cosa sucedió de la siguiente forma.
Estoy sentado en la oficina que hace de cuarto puertas y a través de la ventana veo que para un coche del que se baja el caciquillo gorra caciquil de pequeña visera a la cabeza, como manda el esteorotipo de hombre rico hombre bueno, o casi, o lo intenta . . . se dirige a la puerta de entrada al cuartel vista al frente, sigue andando sin decir ni mu, accede al patio interior y en el centro se queda quieto y da una vuelta completa sobre si mismo observando las diversas puertas de las viviendas que hay en el interior, yo entre asombrado y divertido a la vez sigo mirando por la ventana y ya en ese momento que no te aguantas más agarro el tricornio me lo calo y salgo al patio –buenas tardes caballero, y él muy simpático, educado como mandan los cánones de los caciques españoles me contesta dándome las buenas tardes.
- ¿ quién es usted ¿
- Soy Leandro y usted es nuevo no es así?
- Lo que sea o no sea carece de importancia en estos momentos ¿ que es lo que quiere?
- Hablar con el sargento, alegando con esa fuerza que ya le conoce.
- Le voy a decir una cosa y una sola vez, Leandro. Soy un guardia civil aunque usted no sepa, no quiera o pase de reconocerlo y estoy de servicio en esa oficina que le señalo con la mano ¿ ve usted la puerta de entrada y la ventana cristalera que tiene en la pared que usted se ha dejado a su mano derecha al entrar?
-Si ,me contesta de nuevo.
- Bueno veo que poco a poco nos vamos entendiendo, y mejor que nos vamos a entender. Va a salir de nuevo para volver a entrar. Cuando entre se dirige usted a la ventana o a la puerta y suavemente con lo que usted quiera da unos golpecitos y yo diré pase o no pase, porque también puedo salir yo como ahora lo acabo de hacer y atenderle lo mejor que pueda, pero si le digo que pase a la oficina hágalo con educación, con la gorra en la mano que queda más decente y usted es un caballero ¿ es así o no Leandro?.
- Si, si . . . , con lo que me voy a la oficina, cierro la puerta, me quito el tricornio que dejo sobre la mesa a mano y me siento despacio con chulería burlesca porque se que el sujeto activo ya está esperando a que le de permiso, cojo una hoja cualquiera de un cuaderno que allí había y empiezo a escribir . . . rayones, y solo rayones cojoneros a los que veo reír sin dar asomo de ruido alguno y de pasada, levantando un poco la cabeza veo que ya está junto a la puerta, me estiro en el asiento sacando pecho y el da dos o tres golpes a la podrida madera repintada desde los tiempos de D. Camilo Alonso Vega con los nudillos de sus dedos cuidados, sacando voz le digo que pase y él obediente abre la puerta y al entrar se quita la gorra y me da las buenas tardes.
- Buenas tardes.
-Buenas tardes ¿ que desea?
-Quiero hablar con el sargento comandante de puesto, me apunta y tira a dar
- ¿ De que desea hablar con él si hace el favor de decírmelo?
- Es sobre un asunto de caza
- De parte de quién?
- De Leandro el Che . . . . (no es el Guevara)
- Pues lo siento. El sargento esta de permiso desde hace 15 días y le quedan otros tantos para incorporarse, así es que o me lo cuenta a mi por si puedo ayudarle o se espera ese tiempo, y en él –observo- que el color de su cara cambia del blanco caciquil al rojo grana pero se contiene porque yo serio como la estatua del sanjuanista que hay colocada a la puerta de su iglesia mayor esculpida en dura piedra granítica, le soporto su mirada de mala leche, y lo hago esperando a que de el paso pero no lo da, cede y me dice.
- Pues perdone pero esperaré a que venga el sargento.
- Pues nada. Puede usted marcharse que veo que es usted muy buen educado, buenas tardes.

Creo que no volvió y si volvió a mi nadie me lo contó, pero si este hilo no se corta contaré otras dos actuaciones con este caciquil personaje tuve en ese mismo destino y en otro posterior.