Me gustan las noches de verano y si me aprietan ustedes en la distancia que marcan los ordenadores, les confesare que a pesar de los rigores de esa estación que llegan a incrementarse de forma inexorable si estás en cualquier rotonda de cualquier carretera con el calor desprendido por ese asfalto derivado del petróleo que tanto te calienta en invierno en su forma líquida, como en verano en su estado asfáltico a través de estos zapatos que llaman técnicos y que cortan la respiración de los pies de forma inmesicorde, les digo que me gusta el verano.
La noche era clara, si clara. La luna se alzaba en el horizonte majestuosa invitando a contemplarla sin prisa alguna mientras las manchas de sus cráteres se divisaban en la distancia y a pesar de la misma, casi la podíamos tocar con nuestras manos.
El servicio en aquellas fechas distaba en hacerlo como hoy se viene realizando, es decir, tocábamos tanto campo como carretera y en ese puesto, más lo primero que lo segundo toda vez que su gran demarcación discurre entre las estribaciones de los Montes de Toledo y que desde allí, como cuerda estirada entre dos puntos, se alejan con dirección a Extremadura dejando entre sus más que decentes alturas, íntimos valles en los que retozan entre sus encinares y bosques de nefastos pinos ciervos, jabalíes y otras especies animales entre las que hay según versiones distintas algunos linces, que de las primeras especies doy fe que existen y de la segunda por desgracia, nunca llegué a ver ningún ejemplar.
La finca que tocaba visitar está pasando ya la línea divisoria de las dos comandancias, pero al fin y al cabo perteneciente a nuestra demarcación policial, y ya de madrugada nos dirigimos hacer apostadero ya que el dueño de la misma había colocado una barrera a la entrada del camino igual a la que podemos encontrar a la salida de cualquier garaje de pago, barra horizontal sujeta a uno de los postes con un candado.
Nos sorprendió bastante al llegar que el palitroque estuviese alzado, por lo que conociendo al titular, señor feudal de aquellos lares y sus contornos llegamos a la conclusión que estuviese realizando trabajo en la misma y por supuesto terminamos la misma en que estos no serían labores agrícolas los que se hallase realizando.
Al llegar a la casa del pastor observamos las luces de un coche en la cuerda divisoria de esta finca con la vecina, con lo que avispados los dos guardias civiles nos propusimos hacerle una espera en una vaguada del único camino que tenía el turismo para llegar a la casa, porque forma de esconder el cuatro latas no era harto difícil a pequeño que fuese el susodicho badén.
Una hora y media después llegó el todo terreno al lugar y ante la informal vista del todo terreno de la Guardia Civil, agachado, agazapado y camuflándose con el terreno, optó por dar dos bandazos que podían haber asustado al más valiente.
D. Filomeno de mi pesar que así le llamaré de ahora en adelante, tras frenar de forma brusca se bajó de su patrol y de forma digamos algo altiva nos dio las buenas noches, y nosotros cortésmente se las devolvimos y, no tardó mucho el caimán por aquel entonces en el puesto y que no lo era por edad, ni por no saber hacer su trabajo si no por otras cosas que hoy no vienen a cuento, le preguntó de forma calmada, educada, con aquella voz glutural fiel al más digno pastor de los que hubo en tiempos en las majadas de la parte de Ciudad Real, por el lugar de donde venía así como el motivo.
- Pues vengo de realizar una espera de mi finca que es en la que ustedes están ahora mismo, y yo, aunque principiante en esas lides en las que te ves inmerso en esta profesión, auguré que la noche iba a ser movida con aquel ejemplar entre macho ibérico con cojones y señor feudal donde los haya.
- Y perdone usté que se lo pregunte ¿tiene el permiso de aguardo para hacer la espera?, preguntó el compañero siempre fiel a los lemas que marca la cartilla del servicio, pero . . ..
- Esta es mi finca y hago lo que me sale de los cojones en ella. Ni tengo permiso ni lo voy a solicitar ¡faltaría más que no pudiese hacer en mi finca lo que me saliese de los . . . . huevos!, y dicho estas últimas palabras el susodicho señor feudal ya se desmelenó del todo, sobre todo cuando el compañero le hizo la observación siguiente.
- Pues queda usté denunciado, y eso que hace usté lo que sale de allí ya lo veremos.
El señor cambiando el color de la cara a la luz de aquella majestuosa luna, empieza a da con un puño golpes en el capó del cuatro latas y nos dice.
-Tengo dinero para enterrarles a los dos con el en una habitación, no te jode y a mi no me amenacen que saben con quién se la juegan . . . . y así durante no se por cuantos minutos que debieron ser muchos por verle yo salir sus babosidades por la boca del disgusto que tenía, y cuando ya desfallecía por faltarle el aire, le digo o pregunto yo
- ¿Ha terminado usted ya de contarnos su vida?, y cuando se disponía hablar le corto y sigo diciéndole . . . no solo va a quedar denunciado a la ley de caza, sino que lo va a ser al delegado del gobierno para empezar y veremos como continua comportándose, porque le digo una cosa, tendrá mucho dinero y una gran finca, pero educación ninguna y no vuelva a tocar el coche oficial que le voy a poner los grilletes y tal vez cogidos a la vez en sus manos y en la parte donde le cuelgan eso de lo que usted piensa que va sobrado, y así se hizo . . . pero esta historia no acaba aquí, ni aquella noche de alegre verano . . . que ya les contaré lo que sucedió un año después en el mismo sitio.