Hoy he vuelto a mis recuerdos del ayer y una vez más, le veo pedaleando aquella vieja y pesada bicicleta BH que tantas historias podría haber contado si boca hubiera tenido.
Voy caminando con paso algo lento y los recuerdos en esa carretera vienen una y otra vez a mi cabeza ¿porque?... tal vez sea por aquellas historias de su vida que solía contarnos, sencillas porque eran nacidas de la vida misma.
Hoy de alguna casa que no puedo ver me viene un olor olvidado, olor de cepa consumiéndose tan lentamente como la vida de esa cercana encina centenaria a la que si acercásemos nuestros oídos con suavidad a su rugosa piel nos contaría mil y una historias de viejos caminantes que por allí pasaron y a su sombra se cobijaron tantas veces..
Es una carretera especial para mí y sus pequeñas sinuosidades quedaron y quedarán dentro de mis recuerdos no tan lejanos a pesar de los años transcurridos como queda esa bonita canción que tanto nos gusta. Me veo pedaleando siempre detrás, a su paso, mientras él vuelve su cabeza para cerciorarse que le sigo y lo hace con esa sonrisa en sus labios entre la ternura y el orgullo de un padre.
Voy andando y quiero recordar todos aquellos años y cada piedra, cada brizna de hierba me dicen que allí estaban entonces, la piedra del tosco risco inamovible como su historia, la altozana y chulesca hierba, me susurra que también ha nacido de sus antepasados que allí estaban cuando mi padre pasó por allí también con sus recuerdos.
Por aquel camino asfaltado de forma tosca pasaron las invencibles legiones romanas y testigo de lo que digo quedan en el kilómetro III, los restos de esa propiedad romana con su vieja e invencible piscina al paso constante de los años a la que surtía de unas frías aguas el pequeño arroyo hoy desparecido..
Tuvimos en arrendamiento unas pequeña parcela de tierra a las que en mi pueblo llamamos celemin dedicadas al cultivo del azafrán, parcelas de más o menos 500 metros cuadrados que bastaban para dejarte extenuado cuando tocaba preparar para la cosecha o después de haberla recogido, y como él nos enseñaba a mi hermano pequeño y a mi como sacar el mejor jugo a esa tierra fértil, le escuchábamos con miradas infantiles atentamente, era un maestro y un formidable trabajador, aprender en silencio es buena medicina, saber preguntar para aprender cura la enfermedad.
De las historias de sus andares por la carretera, me gustaba aquella en la que contaba que cuando estaba segando en la Viborera y era novio de mi madre solía hacer alguna escapada de la quintería de vez en cuando, siempre de noche y después de haber cenado el gazpacho y un poco de tocino blanco. Montaba en su burro de lacio pelo gris y no por ello menos especial y valioso que Platero y ambos se encaminaban en mutua compañía al pueblo, cansado como estaba no tardaba en quedarse dormido sobre el animal y este que se sabía el terreno como nadie sin un rebuzno, llegaba al pueblo hasta la misma puerta de la novia. Quizás unas pequeñas palabras entre susurros a través de la reja de la ventana eran suficientes para alegrar el corazón y eran suficientes para volver al tajo con su peculiar sonrisa sobre los lomos de aquella yunta tan querida e iba pasando el verano y la vida misma a la par.
.Aún perduran algunas viejas casas supervivientes al pasado. Sobre sus tejados las líneas de tejas no guardan ya esa línea recta con las que las manos del maestro albañil las dispuso y su color está carcomido por los rigores del frío y el sofocante calor del verano manchego.
Mi alma se conforma con su recuerdo aderezado con ese fresco olor del hinojo primaveral que se señorea ante los jilgueros que juguetones y cantarines vuelan sobre los verdes brotes.
Es sitio mágico donde los guardias civiles hacían largas cabalgatas sobre sus sudadas monturas. Hombres de honor de pelo corto y recios bigotes sobre sus adustos rostros hoy quemados por el sol, mañana mojados por la lluvia, él y yo les mirábamos mientras la azada caía obre la tierra y ellos al pasar nos daban los buenos días mirándonos fijamente, sin una sonrisa mientras seguían uno detrás del otro tal ver recordando a sus padres, como ahora lo hago yo.
Él me contestaba que los guardias civiles en más de una ocasión años atrás les quitaban la leña que traían del monte para los hornos de la panadería que tanto esfuerzo les había costado cortar entre las que había olorosos y aceitosos tallos de jara que eran el mejor fulminante para encender el fuego.
Años después cuando ya vestí el uniforme me aconsejaba que por mi corazón juzgase a las personas, que recordase mi procedencia y hoy tantos años después se que era un buen consejo dado por un hombre sabio.
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