ALMOGÁVARES
Estoy seguro de que si preguntásemos a alguien sobre el nombre en cuestión no dudaría en responder que atañe a un grupo de fanáticos del futbol de un determinado equipo. Sí les diésemos alguna pista más y apuntásemos que se trata de guerreros medievales, seguramente se armarían un cacao mental confundiéndoles con los almohades o almorávides ; aunque presuponer que se conoce algo, históricamente correcto, sobre estos grupos invasores ya es mucho suponer. Sin embargo los almogávares fueron una realidad y existieron históricamente y fueron , a pesar de su desconocimiento, un grupo de guerreros temible y uno de los cuerpos militares más eficaces en la antigüedad.
Su origen es oscuro y se difumina en la terminología usada en la España medieval. Sí analizamos su idiosincrasia, su forma de guerrear, su vestimenta y su armamento, nos daremos cuenta que poco se diferenciaban del mítico guerrero hispano de origen celtíbero que por tanto tiempo opuso una férrea y suicida oposición a la todopoderosa Roma. En la historia de andar por casa se les coloca como origen en Cataluña, y de ahí a ser usados políticamente como “hecho diferenciador” solo hay una delgada y estúpida línea nacionalista. Pero la realidad es distinta.
Etimológicamente el término almogávar tiene una raíz y origen árabe. Algunos apuntan al nombre “al-mugawar”, que traduciéndolo al español actual vendría a ser algo así como “ el que hace incursiones en territorio enemigo para tomar botín”. Otros eruditos apuntan al término “al-mog-wir”, que se traduciría como “corredor que roba en los campos”, que viene a ser poco más o menos que el significado anterior, solo que parece ser que se hiciera desde el bando de los perjudicados; aunque también cabe la posibilidad de ser términos semejantes adaptados a los particularismos lingüisticos existentes a lo largo y ancho de la península. Así que el término almogávar define a una determinada forma de guerrear y por extensión a quienes así lo hacían que hoy día sería denominada guerrilla…por unos, o bandolerismo…por otros.
Otra circunstancia que permanece oculta es que hubo almogávares en los dos bandos enfrentados históricamente en la reconquista y en todos los reinos. En Castilla aparecen reflejados como guerreros a caballo que realizan “almogaverías” en la frontera ( con los musulmanes o moros de toda la vida)según iba avanzando la reconquista, y entre las fronteras con otros reinos cristianos cuando el “frente principal” quedaba alejado. Es de suponer que esta particularidad de actuar con caballería se debe a la peculiaridad del territorio y por la extensión de la zona de actuación; pero como veremos, los almogávares “históricos” eran eminentemente una infantería ligera, y si bien almogávares hubo en toda España, el nombre entrará en la historia y traspasará nuestras fronteras con un determinado grupo originario de la zona norte y noreste de la península.
Históricamente la infantería ligera siempre ha estado formada por los más “pobres” dentro de los ejércitos y los que menos acceso tenían a la tecnología militar. Buenas piernas, armamento ligero, gran movilidad, aprovechamiento del terreno con mínimos recursos, y jugarse todo a una carta cuando el combate lo requería o no había otra alternativa. Esa tipología era la almogávar.
Con un simple capacete a modo de yelmo o casco, una o dos lanzas ligeras llamadas azconas para poder atacar a sus enemigos antes de la entrada cuerpo a cuerpo, y una espada corta ideal para la lucha cuerpo a cuerpo. Esas eran sus armas a la que sumaban su dureza y una determinación feroz. Cuando sus mandos gritaban ¡desperta ferro! y el sonido del metal al ser desenvainado invadía el campo de batalla, los enemigos temblaban porque sabían que ya no había vuelta atrás, que la pelea sería a muerte y no habría piedad para ellos.
La fama de los almogávares irrumpe en la historia paralelamente con el Reino de Aragón y más concretamente en el reinado de Pedro III el Grande entre los siglos XIII y XIV. Aragón tiene cerrada su expansión por el sur debido a la hegemonía castellana y dirige sus esfuerzos hacia el Mediterráneo a través de la salida geográfica que supone Cataluña. Al mismo tiempo hay en sus montañas un colectivo acostumbrado a guerrear desde siempre y que no son capaces de que cuaje su asentamiento debido a tener que vivir en una zona pobre y eternamente hipotecados por los caprichos de la climatología. Es gente pobre que poco tiene que perder porque poco tienen, pero que se sienten libres en medio de las refriegas y saben que la única manera de “ganarse la vida” es a través de la pelea, vencer al enemigo y repartirse el botín.
El rey Pedro lo sabe y no duda en buscar un capitán para estas huestes, y lo encuentra en un italiano al servicio de la Corona de Aragón y cuyo nombre españolizado es Roger de Lauria.
Este Roger, fue nombrado Almirante de la flota aragonesa y partió a Sicilia para ganarla a la corona. Peleó con todo aquél que se opuso al encargo y tanta fue su supremacía que se llegó a decir que no se movía ni una chalupa en la parte del Mediterráneo que controlaba, sin el permiso del almirante.
Pero esta es la parte que podríamos llamar “burguesa” de la fama almogávar. Cuando estos guerreros alcanzan toda su gloria y se convierten en el “coco” del resto de potencias es con ocasión de la demanda de ayuda contra los turcos que hace el emperador de Bizancio Andrónico II Paleólogo.
Allí les manda Aragón bajo la capitanía de otro Roger. Esta vez es Roger de Flor. También de origen italiano y parece ser algo más “aventurero” que su tocayo.
Es muy habitual confundir a los dos capitanes almogávares, pero son personas distintas, aunque con resultados parecidos.
Roger de Flor nace en Brindisi en 1266. Fue caballero templario aunque posteriormente perseguido y expulsado de la orden por ser acusado de rapiñar algunos tesoros en el desalojo de san Juan de Acre.
Parece que encontró trabajo en la corte de Federico II de Sicilia, hijo de Pedro III el Grande, al que el emperador de Bizancio pidió ayuda. Roger no lo dudó y reclutó 4000 almogávares y 1500 soldados de caballería. Es el que aparece desfilando ante el emperador en un famoso cuadro.
Una vez allí se encontró con los trapaceros genoveses que también estaban al servicio del emperador bizantino, estos más por el dinero y el comercio que por pelear con los enemigos comunes, y no vieron bien la presencia en Bizancio de la tropa peninsular. Los choques y escaramuzas eran muy habituales hasta que un día a los almogávares se les cruzaron los cables.

“Llegados a Constantinopla, fueron acantonados en el barrio de Blanquernas, junto a los genoveses; que como siempre, andaban por aquellas tierras siguiendo el olor del dinero. En estas estaban, cuando una tarde, un “turista” almogávar fue increpado por dos elegantes genoveses, por su forma de vestir y su tosca apariencia. Este, ofendido, lejos de entablar una discusión civilizada, dialogar y emplear el “buen rollito”, tiró por el camino más corto y sin pensárselo dos veces mando para el otro mundo a uno de los genoveses; poniendo el otro pies en polvorosa y alertando a toda la ciudad sobre el “pequeño incidente”.
Humillado, el capitán genovés Rosso del Finar (“rojo” tenía que ser) empuño su estandarte y se dirigió con su gente a lavar la ofensa, donde se encontraban nuestros protagonistas disfrutando de las delicias bizantinas. Como diría alguien: ¡Craso error! Rosso pagó con su vida, junto con unos cuantos centenares de trapaceros genoveses, la falta de su ojo clínico al infravalorar a esa panda de españolitos bajitos, feos, andrajosos, peludos y con cara de mala leche. Tal fue la matanza, que los genoveses tardaron dos generaciones en volver a intentar meterse con nuestros abuelos (también entonces les zurraron la badana) y el señor Emperador, les “invitó” con suma elegancia y mayor temor a que comenzaran la campaña por la que habían sido contratados.
¡¡Angelitos!!.
Supongo que el emperador bizantino no deseaba tener cerca de él a aquellos salvajes y los mandó a pelear contra los turcos. Si eran aniquilados, por lo menos se libraría de ellos y de paso retrasaría a los invasores; y si salían airosos …cosa poco probable , le habrían sacado del apuro.
Andrónico se equivocó, y nuestros paisanos pasaron por la piedra a turcos y a todo el que se puso por delante, siempre con el agravante de estar en precariedad numérica; pero una vez que “despertaban el ferro” e invocaban su ¡Aragón! ¡Aragón! Ya no había fuerza capaz de detenerlos. Por lo menos así lo cuenta la historia y da fe de ello la conquista de casi la totalidad de Asia Menor.
Una vez terminado el encargo regresaron a Bizancio. El emperador y su hijo Miguel IX estaban tan agradecidos que nombraron a Roger cesar del imperio, y le concedieron el feudo de los territorios conquistados. Pero nuestros paisanos comenzaron a ser incómodos y a crear problemas con la población civil griega. Dicen también que Roger de Flor comenzó a ser ambicioso y pretendía cambiar el titulo feudal por el de rey; así que Miguel IX preparó una emboscada para librarse del capitán almogávar.
Fue con ocasión de un convite cuando aprovechó para asesinarle contratando a unos mercenarios alános, y con Roger a todos aquellos que le acompañaron. Muerto el capitán la tropa se vendrá abajo…pensó el bizantino; pero aquí también se equivocó. Una vez que los almogávares se recuperaron de la sorpresiva traición, bajo las órdenes de Berenger de Enteza ( capitán navarro) reaccionaron con tal saña y violencia, que su venganza ha llegado hasta nosotros como la famosa “venganza catalana”.
Mientras en España continuaron las acciones del resto de almogávares según iba extendiéndose la reconquista, pero ya no como una fuerza de choque temible. Unos terminaron como simples bandoleros a la caza del moro para venderlo como esclavo; tanto en la frontera como entre los musulmanes que se habían convertido y vivían en territorio ya cristiano. Militarmente se les siguió empleando hasta la conquista de Granada como pequeñas fuerzas en acciones especiales, algo así como lo que hoy sería grupos de comandos, pero su gloria guerrera se fue diluyendo poco a poco, aunque no su fama y gloria que llegó a convertirse en legendaria.