Son las 2.44 horas del martes 2 de junio y un whatsapp cruza el Atlántico desde Buenos Aires a Barcelona.
- Hola papá.
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Es Daniel H. Z., que lleva más de un año de prisión preventiva en Villa Devoto, una cárcel maldita con un historial de muertos en su biografía y un presente constante de conflicto.
Las semanas previas al mensaje, Daniel parecía confiado en su futuro; tras tantos meses en el limbo, ya tenía fecha para el juicio, ese día de Justicia para intentar demostrar que lo habían detenido sin razón.
Y tres días antes del whastapp que arranca y que cierra esta historia, el sábado 30 de mayo, Daniel había hablado con su familia porque su hermano se casaba, una nota de voz con la voz de los hermanos contentos.
- Hermano, que te quiero muchísimo. ¡Muchas felicidades! ¡Vivan los novios! ja, ja, ja...
Vuelven a ser las 2.44 horas del martes 2 de junio.
- Hola papá.

Daniel H.Z.

Un rato después, el cuerpo sin vida de Daniel aparece colgado de una reja con una sábana alrededor del cuello en las duchas del pabellón número cuatro de Villa Devoto.
La fiscal Silvana Russi habla de «muerte dudosa». Y los funcionarios del Consulado español en Buenos Aires, que habían conversado con Daniel la semana anterior, no detectaron «ningún indicio de que tuviera un estado psíquico alterado». Aun con todo eso, la versión oficial insinúa que la causa de la muerte del español Daniel H. Z. es el suicidio, porque presuntamente dejó una carta para sus familiares y porque los forenses consideran «sin dudas» que se quitó la vida.
Sin embargo, los padres y el hermano de Daniel cuestionan el relato del suicidio, abren un interrogante, levantan el dedo para protestar. «Nos extraña el suicidio. Estaba encantado con la boda del sábado y muy ilusionado con el juicio, que era el mes que viene. Nunca diremos lo que realmente pasó porque jamás lo sabremos, pero él no tenía capacidad para organizar una banda, fue un cabeza de turco y estaba siendo extorsionado en la prisión. Todo esto es muy raro». «Yo no creo en su suicidio. Alguien le empujó a la muerte».
Hablan el hermano y el padre de Daniel, que piden a este periódico la intimidad de sus nombres y apellidos y acceden a que se publique el de pila del protagonista de esta historia.
Además de sus opiniones y su escepticismo hacia la versión oficial del suicidio, los dos familiares del español fallecido en la cárcel de Villa Devoto han facilitado a ELMUNDO una serie de conversaciones por whatsapp y un mensaje grabado por Daniel tres días antes de su muerte que muestran las críticas del preso a su proceso de detención y destilan un sentimiento de felicidad por la boda de su hermano.
Y un saludo normal, muy normal, horas antes de su muerte.
Ésta es la historia del preso español que murió en Villa Devoto sin llegar a juicio. La historia de una verdad por contar.
Daniel era carpintero hasta que un día quiso probar suerte con la carretera. Se agarró al volante de las toneladas y pasó un tiempo repartiendo fruta con un camión por el asfalto de media España. Sin embargo, la crisis aparcó el volquete y el chico se metió a ayudar a su padre en el taller. Pero el garaje entró en apuros y Daniel tragó saliva. Se separó de su mujer y se fue a vivir con su madre, que se acababa de divorciar del padre.
Y una tarde del estreno de 2014 Daniel se marchó a Argentina. «Me dijo que se iba a trabajar allí, que le había salido algo», evoca su padre.

Nota de voz mandada por Daniel tres días antes de ser encontrado ahorcado.


Pero poco después, en marzo del año pasado, Daniel fue detenido junto a otro español y cuatro argentinos en una operación antidroga de la Policía Federal. En su momento, el Gobierno argentino dijo que los miembros del grupo habían inventado un sistema «artesanal» para transportar cocaína, una especie de plantillas que adherían debajo de unos esquíes donde metían la droga, un aparataje listo para enviar después a España.
«Mi hijo era una bellísima persona, pero se dejaba llevar. Yo no le echo la culpa a los demás de lo que cada uno haga, pero mi hijo no era tan astuto como para montar eso de los esquíes. Lo pringaron», sostiene el padre reponiéndose cada poco de las lágrimas. El hermano de Daniel, más firme, insiste: «No tenía capacidad para organizar una banda. Él era una mula, porque necesitaba el dinero. Pero no era el cerebro de ninguna operación. Tenía un gran corazón y mira...».
En una conversación mantenida con su hermano el 15 de abril, Daniel cuenta que su abogado ve «mayores posibilidades» de salir de la cárcel y califica de «ilógicas» las acusaciones sobre él.
En concreto, Daniel mantiene que él no estaba en los lugares y en las fechas que la Policía le coloca antes de la detención porque tiene los resguardos del hotel que lo prueban. Escribe que la acusación afirmaba que él circulaba en un coche «BMW serie 3 gris» cuando llevaba «un Polo azul». E incluso que no había orden de detención del juez cuando la Policía le arrestó. «En fin, haber (sic)», teclea un mes y medio antes de morir, en lo que parece una expresión de curiosidad ante el juicio.
La esperanza ante la vista oral tenía sentido. Si, como sostenía el abogado, las pruebas no eran consistentes, una posibilidad era la absolución. Pero incluso en el supuesto de que hubiera sido declarado culpable, la condena podría haber rondado los cuatro años y medio de cárcel.
Javier Casado, presidente de la Fundación +34, que ayuda a presos españoles en el extranjero, recuerda que Argentina traslada a los presos a su país de origen a mitad de condena. En el caso de que Daniel hubiera recibido una pena de cuatro años y medio, su periodo de un año y cuatro meses en preventiva podría haber acortado considerablemente su tiempo en Villa Devoto. Quizá sólo un año más en aquella cárcel.
Pero todo será para siempre conjetura, como le golpea la duda al padre de Daniel, que asegura que la familia jamás consiguió la documentación del caso, pese a luchar por obtener toda la información posible. «Sin dinero es todo muy difícil».
Dinero y prisión. Dos sustantivos inseparables en la mayoría absoluta del mundo encarcelado. La extorsión a otros presos por parte de bandas o la corrupción de los funcionarios en cientos de cárceles convierte a miles de presos en condenados dobles, seres humanos sentenciados a perder la libertad y a vigilar su vida.
Villa Devoto, que según los expertos, no es el peor presidio de América Latina, suena a macrocárcel, a mole levantada hace un siglo con hemeroteca de hacinamiento y sangre. Como aquel motín de 1978 con 61 muertos y 85 heridos, la mayor tragedia carcelaria de Argentina. Hoy, su superpoblación -1.729 reclusos para un aforo máximo de 1.696- causa «problemas de convivencia y mínimas condiciones de salubridad e higiene que dificultan la seguridad», como aseguraba hace meses el medio argentino Grupo Crónica.
Vida dura en Villa Devoto. Como para Daniel. Lo cuenta su padre: «Le pedían dinero sin parar. Nosotros le mandábamos lo que podíamos, 400 euros al mes o lo que pudiéramos, pero le pedían más y más. A veces nos llamaban y nos decían: 'Su hijo nos debe dinero'. En ese sentido, las Navidades pasadas fueron agotadoras. Le presionaban mucho. A veces, en los mensajes grabados se oía a gente que le decía cosas por detrás».
En otra charla, el 17 de mayo, Daniel parece resignado a aguantar más tiempo en la cárcel. Tras unos mensajes de cierta desazón, su hermano le recomienda «paciencia». Y entonces, en ese momento, Daniel comienza a enviar textos con más optimismo: «La tengo, campeón».
Un minuto después, Daniel manda a su hermano un puñado de whatsapps muy positivos, con iconos de caras sonrientes incluidos.
- Tú a disfrutar que te me casas.
- Sí. Ya queda poquito.
- Ole, ole. ¿Sabes dónde vas de viaje de novios?
Daniel lo supo enseguida. A Nueva York. Y antes de que los recién casados se fueran, antes de que fueran recién casados, Daniel escribió un texto para que se leyera en la boda.
Y el mismo día de la ceremonia, el sábado 30 de mayo, tres días antes de su muerte, envió a su hermano un mensaje de voz, un minuto que ahora deja sin palabras:
«Hola, es el gran día de tu boda. Quiero y necesito decirte que, aunque esté aquí, en la otra punta del mundo, en este día tan importante para ti, estoy contigo en el corazón y en el alma, ¿vale? Que sepas que te quiero, disfrútalo, que es tu gran día. Y nada. Que te quiero muchísimo. Felicidades. ¡Muchas felicidades! ¡Vivan los novios! ja, ja, ja. Te quiero. Nunca lo olvides. Mucho».
Puede sonar a despedida. O a mensaje de cariño y alegría.
Simplemente.
La historia iba a terminarse tres días después. El martes 2 de junio, a las 2.26 horas en España (noche del lunes en Argentina), Daniel envió un whatsapp a Barcelona pero no recibió respuesta inmediata.
- Hola [el nombre de su hermano]
Dieciocho minutos más tarde, Daniel repitió el saludo, pero tampoco obtuvo contestación rápida en medio de la madrugada española.
- Hola papá.
Su hermano no oyó el mensaje hasta dos horas después, a las 4.03.
- ¿Dani?
Y en eso, el silencio.

http://www.elmundo.es/espana/2015/06...7638b457c.html