Ésta es la historia más triste de cuantas hayan leído ustedes en mucho tiempo. Habla de las tres vidas que se perdieron en la noche del viernes, cuando un hombre cargó su escopeta de caza y disparó contra su esposa, contra su hija y, por último, contra sí mismo. Pero, mientras la investigación policial no lo desmienta, no estamos ante un caso de violencia de género, sino ante una familia desesperada que no encontró más salida que la muerte.
La historia arranca 24 años atrás, cuando Alfons Fructuoso y Antonia Bonilla compraron una parcela en Les Cabanyes (Alt Penedès, Barcelona) para criar a sus dos hijos. El padre trabajaba como director de una sucursal de Catalunya Caixa y la madre como enfermera del Hospital Comarcal de l'Alt Penedès. Su primogénito, Guillem, (que hoy tiene 32 años) se licenció en Biología y recientemente dio una nieta a sus padres. Pero la otra hija, Laura (26), sufría una discapacidad psíquica y física que la hacía totalmente dependiente de sus progenitores.
Alfons (61 años) y Antonia (57) componían un matrimonio muy querido en Les Cabanyes. Él se había jubilado recientemente y se había aficionado al running, a la caza y al bricolaje; ella había formado parte de la lista de CiU en las últimas elecciones municipales, pero no consiguió entrar en el Consistorio por ser la última candidata. Además, su activismo le había llevado a luchar contra la contaminación medioambiental de un polígono cercano al pueblo y a organizar una carrera benéfica para recabar los fondos necesarios para operar a un niño enfermo de cáncer.

Captura de la única actividad que tuvo Alfons en su Facebook, un enlace a la noticia del suicidio de una pareja tras matar a su hijo discapacitado.

Pese a toda esa actividad, los fines de semana estaban destinados a Laura. El matrimonio arrastraba su silla de ruedas por el pueblo y, cuando la chica se mostraba demasiado agitada -a veces gritaba sin motivo aparente y se revolvía sobre el asiento-, la montaban en el coche y daban un paseo por los alrededores, ya que las vibraciones del motor y la fluidez del paisaje tranquilizaban a su pequeña.
Así transcurría la vida de Alfons, Antonia y Laura, entre paseos, sonrisas y esfuerzos. Pero, claro, las cosas nunca son lo que parecen y el matrimonio, según algunos amigos, pensaba demasiado en el futuro. A partir de este punto, todo son especulaciones, pero los datos apuntan a que Alfons y Antonia, en la soledad de su domicilio y cuando nadie les escuchaba, lloraban su propia historia. Temían el devenir del tiempo, sentían la vejez aproximarse, preveían las dificultades que se avecinaban. De hecho, algunos rumores -no debe olvidarse que estamos en un pueblo- apuntan hacia la posibilidad de que el padre o la madre sufriera una enfermedad degenerativa, lo cual habría traído un nuevo problema a una familia que ya cargaba con mucho peso.
Fuera lo que fuese, en la madrugada del viernes al sábado, cuando la segunda ola de calor asfixiaba a media España, Alfons y Antonia salieron de casa con su hija. Un vecino que estaba tomando el fresco les saludó y ellos le dijeron que iban a dar una vuelta en coche para tranquilizar a Laura. Sin embargo, los planes eran muy distintos. Cinco minutos antes, el padre había llamado a la comisaría de los Mossos d'Esquadra de Vilafranca del Penedès anunciando lo que su esposa y él planeaban hacer.
Además, durante las últimas semanas, el matrimonio se había deshecho de las gallinas y conejos que tenían en el corral de su chalé, así como de los dos perros que lo custodiaban.
Y habían escrito varias cartas de despedida: una para su hijo, otra para la Policía y una tercera para las compañeras de trabajo de Antonia.
El primer disparo realizado por Alfons con su escopeta de caza acabó con la vida de su hija Laura, el segundo con la de su esposa Antonia y el tercero con la de él mismo.
Los cadáveres quedaron tendidos en una carretera de gravilla de la cercana localidad de Pontons. Eligieron aquel lugar porque no querían que ningún vecino encontrara sus cadáveres, dado que no deseaban traumatizar a nadie con semejante escena, y allí fue donde perdieron la vida en lo que parece un suicidio planificado al que, eso sí, habría que añadir la palabra asesinato.
Es más, en el perfil que Alfons Fructuoso abrió en Facebook hace ya algunos años, sólo hay una actividad de contenido, un Me gusta. Se lo puso a un artículo publicado en el periódico catalán Ara en el que se narraba el suicidio que un matrimonio cometió el 26 de diciembre de 2010, tirándose al río con una mochila cargada de piedras y habiendo matado primero a su hijo discapacitado.
Cinco años después, la familia Fructuoso ha seguido los pasos de aquella pareja y en Les Cabanyes todo el mundo mira al suelo mientras una vecina dice: "Cada casa es un mundo y cada baldosa un secreto".

http://www.elmundo.es/espana/2015/07...1688b457f.html