La emergencia social era esto

Pablo Molina

Los vaticinios apocalípticos de la cosa podemita en la reciente campaña electoral superaron en alarmismo y falta de talento a la famosa operación "doberman" del PSOE. En 1996, los socialistas avisaban a los ciudadanos del peligro que les acechaba en caso de que el PP obtuviera un buen resultado electoral, sugiriendo que el partido estaba integrado por una jauría de perros rabiosos. Los podemitas fueron más allá y en las elecciones del pasado 24 de mayo lo que nos jugábamos ya no era que las viejecitas sufrieran un mordisco camino del supermercado, sino que un cuarto de la población española muriera de inanición. En ambos casos, por culpa del Partido Popular, eso no se discute.

Uno esperaba que la podemidad constituyera gabinetes de crisis allí donde ha llegado al poder, con el fin de evitar el mayor número de muertes posibles por falta de alimentos o de cuidados sanitarios entre la población. La "emergencia social", el mantra que los partidos de izquierdas han enarbolado hasta la náusea en el último año, hubiera exigido una respuesta a la altura de la gravedad de la situación. Sin embargo, los nuevos alcaldes podemitas no han movilizado los servicios de emergencias ni trabajan sin descanso las 24 horas para dar respuesta a la tragedia colectiva provocada por el PP. En lugar de salvar de la muerte por inanición a tantos miles de niños españoles han enchufado a la parentela, han creado una web de inspiración totalitaria, han prohibido los toros y se han ido de vacaciones con cabeza bien alta y la sensación del deber cumplido.

En Valencia, el nuevo gobierno regional ha sido aún más explícito y va a intentar reabrir la televisión autonómica el próximo mes de octubre. La "emergencia social" era Canal Nou, instrumento de propaganda por excelencia, que en manos de la izquierda siempre alcanza cotas de virtuosismo.

Total, que la situación terminal de la población española era el timo de la podemita, variante postmoderna de la trampa castiza que hizo popular en su día el gran Tony Leblanc. Me quedo con el Kichi –lo que admiro yo a este hombre, por favor- que, más sensato que el resto de la tropa, va a dedicar estos cuatro años a estudiar cómo funciona un ayuntamiento, a ver si consigue dirigir correctamente un pleno antes de que acabe la legislatura. Al fin un estadista digno de admiración.