En realidad no sabía nada de Rita Barberá hasta que comenzó a ser “publicada”; es decir, cuando comenzó a aparecer en cierto tipo de medios de comunicación públicos, que son los que crean la “opinión pública”. Valencia y sus circunstancias quedaban bastante alejadas de mis problemas habituales.
Me interesé por sus obras y milagros y comprobé que podría ser una más de la noria habitual política. Acusada de todo mediáticamente pero nada demostrado. Un ejemplo más de la caza al enemigo, que no al contrario, y digo al enemigo porque para ciertos elementos de la izquierda española no hay contrarios hay enemigos a los que solamente cabe la destrucción. Luego me preocupé más por analizar al personaje y comprobé que era un “elemento peligroso” para “los otros” ( sus enemigos) ya que, a sus logros políticos ( nadie los puede negar) añadía una frescura rayana en la inconsciencia. Parecía una adolescente dentro del cuerpo de una mujer, y eso ya era demasiado. Eso hería susceptibilidades y estaba marcada por los de siempre por ser como era. Qué triunfara les fastidiaba, pero que demostrase esa alegría juvenil por sus victorias, eso ya era inaguantable y lo tenía que pagar de alguna manera. Ya estaba señalada y la ocasión llegó como suele llegar a todo en el ruedo político. Si no fue ella fueron sus subordinados los que fueron pillados en las trapacerías habituales; trapacerías de distinto grado y gravedad que se dan en todo el orbe político, aunque no se juzga igual por la “opinión publicada” que posteriormente genera la “opinión pública”.
Mientras unos roban miles de euros y pasan de ser unos simples robaperas anónimos a potentados capaces de asegurar la riqueza a siete generaciones y siguen campando libremente por sus posesiones, a otros se les juzga y se les condena antes de ser juzgados de verdad por nimiedades de las que cualquier ciudadano es fiel imitador; pero claro, si soy yo quien engaña y defrauda siempre tiene alguna justificación y la culpa siempre es de otros, que defraude un señor que dice ser de izquierdas, también tiene justificación ( ahora me toca a mí, y si los otros lo hacen…¿no puedo hacerlo yo?), pero que supuestamente lo haga alguien como Rita, eso no tiene perdón de Dios y además hay que aprovecharlo para camuflar en la inmundicia de otros mi propia porquería.

Ya está. Se había hecho presa y ya no se soltaría hasta su destrucción. Esa es la democracia que rige en España, tan cainita y tan canalla como los genes de esta raza incapaz de vivir sin odios y sin envidias. Incluso sus mismos “colegas” vieron la oportunidad de aprovecharse de esta situación injusta. La apartaron hipócritamente como si fuese una apestada sin haber sido tan siquiera juzgada por quien democráticamente debe hacerlo en una sociedad que se supone culta y civilizada. La negaron, y muchas veces, como Pedro lo hizo con su maestro.

Rita ha muerto porque no ha entendido nada de nada. No ha entendido como la maldad y el odio puede llegar a extremos tan grandes . No ha entendido que en España no se permite triunfar al vecino y menos aun demostrar alegría por ello. La envidia puede con todo. En su mente no cabía nada de eso. Se confundió como se confunde un adolescente al pensar que todos son como él y no puede entender que sus amigos le traicionen gratuitamente y que los que le rodean puedan alentar tanta maldad y tanto odio por simple envidia de ser como es. Este descubrimiento no ha sido capaz de superarlo su mente y tampoco lo ha superado su corazón. Ha muerto de pena, y nadie muere de pena cuando hay maldad en su corazón. La maldad y la hipocresía es una coraza que protege endureciendo los sentimientos y el corazón. Ella no era así y las circunstancias la han matado.

Es posible que si hubiese llegado a ser juzgada se hubiese podido demostrar alguna de las cosas de la que se la ha acusado, es posible; pero eso está por demostrar y ella ya no puede defenderse. Al fin y al cabo no era distinta a ninguno de nosotros. Tenía sus aciertos y sus meteduras de pata. Era humana y tenía las virtudes y defectos de todos los seres humanos. Pero nadie puede tener, honradamente y democráticamente, la osadía de acusarla de nada, ya que la justicia, que es la única que puede hacerlo, no ha sido capaz de demostrar nada de nada. Solamente los mismos que la odiaban por ser quien era y haber triunfado en la política serán capaces de hacerlo; de hacerlo y al mismo tiempo callar y disculpar hipócritamente todo aquello que está demostrado jurídicamente que han hecho o hacen los que consideran de su misma cuerda. La ley del embudo que tan habitual es en España.

Para rematar la faena y cerrar el círculo, hasta después de muerta ha sido humillada. La han humillado con su amoralidad y con su hipocresía muchos de sus antiguos compañeros de ideología, y también lo han hecho esos enfermos mentales, mamarrachos que son capaces de alegrase con el dolor humano. Verdaderos canallas que se relamen y se les cae la baba con la tragedia que siempre supone la pérdida de una vida.

Hubo un tal Juan Bravo, que atado y al pie del cadalso, tras serle leída la sentencia dijo: “Mientes tú, vil pregonero y aquel a quien obedezcas, pero llamarnos traidores nadie puede en esta tierra”. Eran otros tiempos, otras circunstancias, pero los mismos españoles quienes le ejecutaron.

Espero que Dios, si existe, de a cada uno lo que se merece; porque en el ser humano ya no creo.