Primero fue el azúcar. Y el mundo abrazó la sacarina. Pero luego la sacarina se reveló dañina y apareció la estevia. El aceite de oliva, saludable por el tipo de grasas que posee, fue una vez demonizado hasta que el de girasol le sustituyó como enemigo mortal.
El pasado lunes, después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicara las conclusiones de su último metanálisis —un estudio sobre otros 800 estudios elaborado por 22 expertos—, les tocó el turno a la carne roja y a la carne procesada; alimentos cuyo consumo excesivo ha sido asociado con una mayor incidencia de varios tipos de cáncer, como el de colon o el rectal.
“No se pueden demonizar alimentos”, advierte Fernando Rivera, portavoz de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM). “La dieta no se puede valorar ingrediente por ingrediente ya que depende mucho de la manera en la que se agrupan los alimentos”, añade Rivera. “Podríamos hacernos una pregunta: ¿La comida produce cáncer? Y la respuesta es sí, pero depende de lo que comas y de cómo lo comas”. En los años sesenta, las hortalizas, las patatas y los cereales formaban el grueso de la dieta de los españoles (un 57% de lo que se ingería).
La carne y el pescado, juntos, solo representaban el 6,3% de la alimentación, según la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura). Actualmente, el consumo de carne y pescado roza el 16%. Y el codillo, las salchichas o el bacón dominan sobre el lenguado (comemos 140 gramos diarios de carne frente a 72 de pescado, según el Ministerio de Agricultura). “El problema es que nos hemos apartado mucho del patrón de la dieta mediterránea”, dice María Ballesteros, nutricionista y vocal de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), “y no hemos hecho el cambio del todo bien”.
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