De acuerdo con la Asociación de Consumidores Eléctricos (ANAE), en abril “siempre se producen caídas drásticas de consumo obteniéndose, de media, el mínimo anual”. Entre las razones más relevantes para explicar este descenso no está solo el cambio de hora, sino “factores estacionales, como el aumento de temperaturas” o “los calendarios laborales”, habiendo más fiestas en abril que en marzo.
Francisco Valverde, analista del mercado eléctrico y expresidente de la asociación, explica que en primavera sí se observa una reducción de la demanda, pero que “este efecto, como mucho, se nota durante dos semanas”. Esto porque, en el caso del horario invernal, la energía que no se gasta por la mañana se acabará consumiendo por la tarde, con el cambio de temperatura y el ajuste de los hábitos.
Y sin contar que España ya tiene la hora desplazada, al conservar un huso horario —el mismo que Berlín o París, impuesto durante la dictadura franquista— que no le corresponde: en términos geográficos y solares debería de volver al del meridiano de Greenwich, que tenía antes de 1943. “El desfase del país con el horario solar es muy grande”, argumenta Valverde. Basta con pensar que el sol se pone con una hora de diferencia según estemos en Galicia o en Cataluña. “Quizás el cambio horario beneficie más a otros países, por ejemplo los del norte de Europa, que tienen menos horas de luz”.
También hay asociaciones ambientalistas críticas con el cambio de hora, ya que alegan que el eventual ahorro conseguido no compensa los trastornos del reloj biológico, sobre todo de niños y ancianos. Juan Antonio Madrid, responsable del laboratorio de Cronobiología de la Universidad de Murcia, explica que el cuerpo humano tarda en adaptarse a cualquier cambio brusco de horario. “Cuando cambia la hora es como tener jet lag: en primavera es como si hiciéramos un pequeño viaje hacia el este y en otoño hacia el oeste. Se tarda unos días en adaptarse”, explica.
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