Pues no hay que callarse, y menos en estos casos.
La hipocresía de esta sociedad no tiene límites. Todos hablan y se les llena la boca de solidaridad y justicia. Todos protestan y ponen el grito en el cielo por cualquier cuestión económica que les afecte negativamente. Los amantes de los animales en las ciudades ponen “altares” a sus mascotas y los elevan a la condición humana en sus relaciones. Con los jóvenes las leyes alcanzan cotas que permiten aberraciones de todo tipo de los muchachos. Se paga de nuestros bolsillos ( de los okuparras no, esos no contribuyen a nada, salvo a dar por….) las atenciones sanitarias de aquellos a los que oficialmente se les denomina ilegales. Se ofrecen todo tipo de ayudas económicas a muchas familias por estar presuntamente en el límite de la pobreza y estos lo celebran con raciones de gambas en el bar de la esquina. Se hacen sesudos estudios e inversiones millonarias para auditorios, polideportivos, rokodromos, botellodromos, rotóndromos con adornos millonarios que son estéticamente ridículos, se gastan millones en los estúpidos cambios en la denominación de las calles por el simple revanchismo político. Pero nadie se acuerda de los abuelos.
Claro que los abuelos no salen a las calles reivindicando lo poco que les corresponde y se les niega. Ellos no cuentan en una sociedad que rinde culto al físico y a la belleza. Ellos se están convirtiendo en un estorbo para esta sociedad….pero su dinero, el que han ahorrado céntimo a céntimo no. Para eso son esponjas exprimibles al máximo. Hasta cuando se mueren ( porque todos tenemos que caducar, queramos a no y todos tendremos que ser viejos y decrépitos…si llegamos) se les priva del derecho a que lo que es suyo revierta en sus hijos o familiares a base del robo sistemático y legal que llaman plusvalías e impuestos sobre las herencias.
Por desgracia he sido testigo de algunos casos de muerte en la más absoluta soledad. Abuelicos que han fallecido en silencio y sólo el proceso natural ha alertado a la gente. Abuelos que se ven encerrados en vida en sus propias casas. Abuelos que entran en los servicios públicos, encorvados por los años y apoyados en sus bastones, y nadie es capaz de cederles el asiento que, aunque solo sea por educación y deferencia, les corresponde.
Menos mal que todos llegaremos a viejos ( si llegamos), y nos daremos cuenta que en el pecado llevamos la penitencia.
No hay que callarse. Hay que decirlo y bien alto.
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