Pues sí. Es cierto que visitar los patios cordobeses en estas fechas es un espectáculo inolvidable. Ya de por sí, la visita a Córdoba, aunque fuese en cualquier otro mes, es imprescindible.

Sumergirse en su mezquita es transportarse en el tiempo. Visitar las ruinas de la cercana Medina Azahara es imprescindible para entender la riqueza y el poder de Al-Ándalus. Perderse por sus callejuelas es vivir una sensación distinta de alegría no conocida en otras partes de España. Dejar pasar el tiempo viendo y arrullado por el sonido del Guadalquivir es un placer difícil de igualar. Perderse en una noche de luna llena andaluza es una sensación de las que dejan huella. ¿Y las cordobesas? No digo nada… hay que descubrirlas (imprescindible dejar a la jefa en otros menesteres).

En el otro extremo Toro. La Castilla ancha y de cielos que apabullan como la describe magistralmente Delibes. Sotos, riberas. Campos eternos de paz regados con sangre, sudor, y lágrimas en la eterna conquista de su tierra. La esencia de la Castilla histórica en su plaza porticada. Vinos recios y al mismo tiempo suaves como la mano de una mujer. Jota al son de dulzaina y tamboril que hace tensar las fibras del sentimiento y hace mozos a los abuelos. Pendones de frontera y pendones comuneros olvidados y vilipendiados por el tiempo. Eso es Castilla y Toro es Castilla por los cuatro costados.

Luego, efectivamente podemos seguir hasta Zamora para después bajar hasta la rivera del Duero allí donde separa a lusos de castellanos.

Jo. ¡Qué gozada! Y más ahora con los campos verdes y la luz transparente de la primavera.

¿Dónde hay que apuntarse?