Je, je. No es la primera ni será la última actuación “esperpéntica” de los bomberos. Con cierta asiduidad suelen darse casos curiosos, que unas veces dan pena, y otras sirven, incluso, para bautizar con un mote relacionado con la actuación, al desafortunado bombero que le ha tocado intervenir.
La mayoría de las veces se llama al señor “Mañas” o aparece esas “ideas de bombero” y se sale del apuro dignamente.
Con este caso recuerdo una intervención muy parecida ocurrida en urgencias del Gregorio Marañón ya hace algunos años.
A las tres de la madrugada se recibe aviso de que en el citado hospital tienen a un gachó con sus partes genitales inflamadas peligrosamente y que solicitan nuestra ayuda. Evidentemente el cachondeo ya empieza cuando la emisora da los datos del problema. Durante unos minutos cualquiera que hubiese escuchado la conversación entre bomberos y el operador de la central, seguramente hubiese pensado que estaba viviendo una broma. Luego ya en el vehículo comenzó el ataque inmisericorde al componente más joven cuando se le comunica que este tipo de “problemas” es el novato quien tiene que tomar la iniciativa. El pobre muchacho se puso corado ante los consejos y maniobras que los veteranos le indicaban para solucionar el citado problema, todos ellos dentro de la más absoluta marranería.
Cuando la dotación llega al hospital, se encuentra en un box de urgencias a un hombre joven tendido en una cama. El médico informa que tiene inflamadas las partes genitales debido a una argolla que se había colocado en la base del pene, de tal forma que este y los testículos “asomaban” por este artilugio de 6 milímetros de grosor.
Dicen los entendidos en estas “artes” que esos chismes se colocan para aumentar “el placer” cuando el pene entra en erección y la argolla impide el retroceso del flujo sanguíneo. Sea como fuese, el caso es que el gachó debió tener una erección del copón bendito y aquello le había producido una inflamación que impedía sacar el artilugio. Los médicos, al no tener material clínico capaz de cortar aquellos 6 milímetros de acero, pensaron en los “chicos para todo”, y allí estaban, embutidos en sus trajes y a las tres de la madrugada, admirando bobalicones e incrédulos, el cimbel del susodicho. Por aquella época la Dremel no existía, pero siempre se llevaba a mano la enorme cizalla que sirve para cortar cadenas, barrotes ,etc. El jefe de dotación examinó “el cuadro clínico” y optó tirar por la tangente. Al escuchar la decisión y ver en manos de los bomberos aquella enorme herramienta, urgencias se comenzó a colapsar con el personal de servicio nocturno del hospital, e incluso algún paciente de los que pueden moverse por sí mismos. Para añadir más morbo al asunto, el cachirulo empezó a aumentar peligrosamente de tamaño debido a las manipulaciones ineludibles al que era sometido. Por supuesto el interfecto cambiaba el color de su cara con más rapidez que un camaleón en apuros y no abrió los ojos en toda la “operación quirúrgica”.
El problema consistía en agarrar con las enormes pinzas una parte del aro de metal sin que se viese en peligro el” aparato” del señor y los órganos adyacentes, problema que solucionó el novato de turno utilizando los palitroques esos que utilizan los médicos para vernos la garganta. Con delicadeza se partió longitudinalmente el palitroque y en dos partes juntas se pudo colocar entre el aro y la piel del pene, de esta manera se aislaba la piel de la punta de la cizalla. Luego solo fue cuestión de pulso , decisión, y dos cortes.
Cuando aquello se rompió, el público espectador rompió en una ovación, y el novato se quedó para toda la vida con el mote de “El Tocapichas”.
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