Gracias Nevada. Entiendo perfectamente el mecanismo y el espíritu de la norma. De todas formas ya he dicho que yo suelo cumplir y no me complico la vida.

Ahora, como ha refrescado en los Madriles, y se puede pasar un rato escribiendo sin miedo a derretirse, voy a contar otro engaño ; aunque en realidad entra más dentro del grado de la picaresca.



Los actores, en este caso, son un carnicero y una joven gitana….en principio.

En una carnicería de un barrio de una pequeña capital de provincias entra una gitanilla joven y guapota. Viste a la usanza. Largos faldones que la cubren hasta los tobillos, pañolón en la cabeza a la antigua usanza, y porta una olla mediana que apoya en la cadera izquierda medio cubierta por un mandilón oscuro.

La gitanilla espera a que le toque su turno. Las clientas son del barrio y tienen fama de “belicosas”. “Chantreanas” las denominan las más “civilizadas” de la capital; así que no conviene entablar disputa por un puesto en la cola de más o de menos.

Cuando la toca el turno pregunta al carnicero si tiene falda de ternera. El carnicero la dice que sí, y la gitanilla le contesta que le ponga “cuarto y mitá”. Una vez terminado el pedido, el carnicero pregunta si quiere algo más. No, dice la gitana. Envuélvamelo y me dice cuanto le debo.

El carnicero envuelve la carne en el típico papel de estraza y se lo da a la gitana. Esta lo coge y lo deja caer en la olla. En este justo instante en que la señora busca el importe en una especie de faltriquera, entra otra gitana y la dice a la primera que si ha comprado lo de la “Ulogia” y lo de la Herminia.

Las dos gitanas se ponen a discutir en voz alta haciendo ver la primera que, tanto la Herminia como la “Ulogia” se preocupen de sus compras, mientras la otra la dice que no sea “malaje”, que se lo compre mientras ella atiende a los churumbeles que andan por la calle medio perdidos, al tiempo que se va llamando a gritos a un tal Josele y a un tal Ramón y amenazándolos de muerte.

Ante esta situación la primera gitana le pide al carnicero que le sirva un poco de longaniza, otro poco de tocino para la Herminia, y que lo apunte en cada paquete para poder cobrárselo a parte después , pues ella no sabe escribir. El carnicero la sirve y la gitana vuelve a meter las viandas en la olla. Luego repite el pedido de la otra colega que falta y repite la acción.

Una vez “servida”, pide la cuenta total. El carnicero se quita el lápiz de la oreja y va echando la cuenta.( Por ejemplo: 50 pesetas de las de entonces) y espera a que la gitanilla busque en la faltriquera el importe. Saca esta unas monedas, las devuelve al monedero, busca y saca otras monedas.


  • Hay, mire usté. ¡Que no me allega el dinero!. Aquí dejo la olla y voy a decile a la Juana que me dé para pagar. Aguarde usted que enseguida vengo.

La gitana deja la olla en una esquina del mostrador, se recoge el faldón junto con el mandilón y sale de la carnicería a toda leche gritando el nombre de su colega.

El carnicero, acuciado por las paisanas que ya habían protestado por la tardanza, se pone a atender a la peligrosa clientela.

Pasa un minuto, pasan dos, y la gitana no aparece. Sigue su trabajo sabiendo que la olla sigue en el rincón.

Pero llegado a un momento, ya mosqueado por la tardanza, el carnicero coge la olla y mira en su interior.

Unos ojos enormes iluminan su cara, y un ¡la madre que la parió! atrona el establecimiento elevándose sobre el parloteo de las clientas. ¡¡La olla está vacía!!

Resulta que la olla tenía un gran agujero en el fondo. La gitana cogía los paquetes, los metía en el recipiente artesanalmente manipulado, y estos caían directamente a la parte del mandil con que la sujetaba y que hacía las veces de improvisada talega.

Aquel día, la gitanilla, la Juana, y quizás también la Herminia y la “Ulogia” se debieron comer un buen cocido por la patilla.

PD. Matra. Esta no la conocías ¿verdad?

Sin acritud. Un saludo.