Antes de escribir algo, solo dar las gracias a nuestra faraona por incluir en esta página la noticia a modo de pequeño homenaje a aquellos servidores públicos que dejaron sus vidas en el cumplimiento de su profesión.
También explicar que la fotografía grande que aparece, corresponde a un incendio anterior, cuando los Almacenes Arias se denominaban Saldos Arias. El primer incendio ocurrió el 21 de enero de 1964, y el que ha representado ser el más doloroso para el Cuerpo de Bomberos de Madrid, ocurrió el 4 de septiembre de 1987.
Aquella tarde-noche una concatenación de circunstancias y las cosas de la vida, deparó que unos muriesen en acto de servicio, y otros, como el mismísimo Toti, se salvasen de pura casualidad; y junto con Toti se salvaron otros jóvenes chavales que iniciaban su andadura en esta apasiónate profesión.
- ¿Dónde va tú, so pringao? Anda y recoge las mangueras. Que todos los “chinos” tenéis una cara que os la pisáis.
Esta mínima “bronca” profesional salvó la vida a uno de aquellos bomberos que habían asistido, sin saber ni lo que hacían, en el control y extinción del incendio. Su primera “gran fogata” y ya conoció a la “Negra Dama” cara a cara.
También “Terín” salvó la vida gracias al paternalismo del cabo Madueño.
- Tienes cara de cansado, enano. Anda , siéntate ahí al lado del camión y descansa un rato.
Madueño entró vivo, pero fueron sus últimos minutos de vida.
El derrumbe vino a traición, cuando la guardia ya estaba baja y la gente estaba relajada. Pilló a todos de sorpresa, y lo más tétrico fue el silencio absoluto que se hizo mientras la nube de polvo se iba asentando.
Nadie sabía quienes estaban dentro. Todos preguntaban por este o aquél. Hasta que poco a poco fueron saliendo los nombres de aquellos hombres del parque de La Vaguada que habían llegado como refuerzo y ya se apresuraban a recoger el material. La parca no se resignó a perder su presa, y una sospecha hizo que volviesen a entrar dentro del maldito edificio.
Los primeros minutos quedan borrosos, como en una nube. Había sorpresa y desconcierto. Luego se impuso la realidad y comenzó un trabajo febril, organizado.
Hubo quien perdió sus guantes y no se daba cuenta de que tenía las manos ensangrentadas. Solo había una obsesión: tratar de sacar a los compañeros con vida.
Poco a poco aquello se vio reforzado por bomberos de todos los turnos, de permiso, de otros cuerpos hermanos; incluso de otras provincias. Ciento dos horas estuvieron trabajando sin descanso arañando la tierra y sacando escombros a mano. Diez toneladas a la hora llegaron a sacarse a mano y en una cadena de capazos.
A las 23’50 del mismo 5 de septiembre se encontró al primer compañero enterrado. Lo primero que apareció fue el casco, e inmediatamente el cuerpo sin vida. Se trataba de Armando Juarez. Un bombero se acerco al compañero caído, y con infinita ternura y en medio de un silencio sepulcral, limpio el rostro sin vida con un trapo.
Cinco minutos después, la presencia de unas botas delataron la presencia de otro infortunado compañero. Era Azuara. También estaba muerto.
Durante los días 6 y 7 no se consiguió rescatar ningún cadáver más. Solamente se consiguió dar con un casco. Un bombero de otra provincia lo recogió, y una mujer anónima se acercó pausadamente preguntando si era el de su marido. El bombero preguntó el nombre y miró en el interior del casco. Allí estaba escrito, y efectivamente era el de su marido. La mujer cogió el casco, lo beso, lo abrazó, y se retiró en medio de la tristeza de todos los testigos.
El día 7 apareció otro de los cuerpos, y el día 8 otros dos. Por fin el día 9 terminó aquel martirio y se pudo rescatar al resto.
JUAN ANTONIO ESCALERA, FRANCISCO MADUEÑO SUAREZ, JULIO HONRUBIO BARONA, MANUEL GARCÍA MARTÍN, ARMANDO JUÁREZ DADO, ÁNGEL GONZALEZ SOTO, JUAN JÓSE GÓMEZ MAGO, MANUEL MOLINA RÍO, FRANCISCO JAVIER PLAZA CASTILLA, Y MIGUEL AZUARA faltaron al recuento cuando se regresó a Parque.
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