Las escamas de la Guardia Civil

Están las 24 horas pendientes del teléfono. «Aquí no hay días libres ni vacaciones, tienes que estar siempre disponible», dicen. Y es que la inmediatez de actuación es crucial en su trabajo. Son los miembros del Grupo Especial de Actividades Subacuáticas (GEAS) de la Guardia Civil. Ocho efectivos que se encargan de búsquedas y rescates en la costa, ríos y pantanos. Tienen su base en la comandancia de Gijón y cubren todo el territorio de Asturias y Cantabria. Casi nada.

Su hábitat natural es el agua y su uniforme, el traje de neopreno y las aletas. Para estos hombres rana de la ley, la forma física es indispensable y la mental juega un papel determinante. «Trabajamos sometidos a mucha presión y en condiciones meteorológicas que casi siempre son muy malas», comenta uno de los guardias. Aunque también realizan otros servicios, como seguridad en pruebas deportiva, la mayoría de las ocasiones buscan a personas desaparecidas en medios acuáticos.
La incorporación de los agentes a esta unidad, creada en 1981 y con presencia en el Principado desde finales de la década de los 90, viene precedida de duras pruebas y exámenes. La formación es además continua a lo largo de la vida laboral. «Tenemos pruebas físicas cada tres meses», especifican.
Recién llegados del dispositivo especial del Descenso del Sella, en el que tuvieron que rescatar (poniendo incluso su vida en riesgo por olas de tres metros) a dos piragüistas ingleses, reciben a EL COMERCIO en uno de sus ejercicios habituales de entrenamiento. En esta ocasión, tienen que localizar una caja en el fondo del mar, a diez metros de profundidad, en las inmediaciones de la playa de Serín.
Al frente de la unidad está el sargento José Andrés Pecino, que después de su paso por el Grupo de Montaña en los Pirineos, y de una misión en Haití dirige el equipo que en los últimos tiempos ha participado en rescates tan complejos como el del niño Gonzalo Fernández, desaparecido durante trece días en aguas de la costa gijonesa tras volcar la embarcación en la que viajaba junto a otros familiares. «Cualquier servicio en el que se busca un cadáver tiene una importante carga emocional, pero si encima es un niño...», lamenta el sargento, que añade: «En esos momentos no puedes pensar en todo lo que rodea el caso ni en los padres que están sufriendo, si no, no lo soportaríamos».
Los primeros en llegar
Fueron ellos de los primeros en sumergirse en el lugar del accidente, una mañana de diciembre en la que se desaconsejaba salir a navegar. «Fue una pena porque justo estuvimos inspeccionando el barco a los pocos minutos, pero no se veía absolutamente nada por la arena que se había revuelto. Probablemente el cuerpo del niño estaba allí. Se hubiese evitado mucho sufrimiento a la familia y mucho trabajo a todos los que participamos en el rescate, pero estas cosas son así. Con la mar nunca se sabe», comenta el guardia Antonio Benavides, un veterano, como el resto de sus compañeros, que ya hace quince años, destinado en Cataluña, formó parte de las labores de rescate de los cadáveres del desastre del cámping de Biescas, en el que fallecieron 87 personas. «Algunos de los cuerpos que encontramos estaban en una presa a 10 kilómetros del cámping», recuerda.
Aquí en Asturias, entre sus últimos trabajos están la participación en el operativo de salvamento del cuerpo de un aficionado al aeromodelismo que se cayó al río Nalón, a su paso por Trubia, al intentar auxiliar a un amigo; el rescate del cuerpo de un pescador en el Narcea; la búsqueda de un pescador en la zona de Carreño, la seguridad de la Copa de España del Maratón de Piragüismo en Ribadesella y la del Campeonato de Pesca Submarina en San Esteban de Pravia...
«Cuando se está en la costa o en el agua, cualquiera que sea el medio, lo indispensable es cumplir las normas de seguridad básicas e indispensables. La mayor parte de los accidentes se producen por exceso de confianza. No pasa nada hasta que un día cualquier detalla desencadena una tragedia. En la mar no hay bromas», comentan.
Cuando acaban su servicio, los miembros del GEAS regresan al pantalán del Puerto Deportivo. Endulzan el material y lo preparan todo para su próxima intervención. No saben dónde ni cuándo. Mientras, permanecerán en tierra firme, esperando a volver al entorno natural: el acuático.


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