Supongo que un país con unas temperaturas medias estivales como las nuestras, una sequedad forestal característica y una ausencia de agua proverbial, tiene un riesgo de incendio como el que tenemos.
Aunado al riesgo, está la acción del hombre en dos vertientes: la imprudencia temeraria y la propia acción criminal o por conducta patológica.
Luego si quiero de verdad cuidar un monte, debo hacerlo en dos vertientes, una la preventiva y otra la activa, una vez declarado, con labores de extinción y labores judiciales concretas.
Para hacer esas acciones debo recurrir al técnico autorizado concreto que sabe de ello, y habré de recurrir al ingeniero forestal y articular los gastos que esas acciones conlleven. Según el dinero que disponga para ello, dividiré los montes en dos tipos, aquellos que merezcan cubrir el gasto y aquellos que sea mejor abandonarlos a su suerte.
Por ejemplo, si quiero tener muchas embajadas, muchas, muchas, y muchos estudios de la conducta sexual del oso de la Patagonia dejaré menos dinero para que un ingeniero forestal pueda hacer un plan técnico concreto y más montes a su suerte. Si luego se incendia un monte, a lo mejor me puede prestar algún avión Marruecos.
Saludos
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