Hamburgo, Alemania.

En ninguna casa hay rejas ni se ven alarmas de compañía de seguridad privadas. Los comercios están abarrotados de género detrás de simples cristales sin protección contra alunizajes (claro, están lejos de la luna). Cuando uno vuelve por la noche, una farola cada muchos metros alumbra lo justo justito de la calle para no darse un trompicón, pero creando miles de lugares a propósito para emboscadas. Sin embargo, no sufro emboscadas, sin duda por intercesión de alguna santa FrauBerta, que con esos nombres invocados se aterrorizan los malos. Montones de bicicletas con un alambrito de seguridad parecen la juguetería de un chorizo bicicletero, pero están ahí y estarán mañana. Al salir del tren estaba cerrado el puesto de fruta, pero solo ponía cerrado, la fruta seguía allí sin vigilancia. En tiendas y mercados no hay detectores de objetos robados ni veo cámaras de videovigilancia.

No veo policías. Una patrulla cada cuatro días, eso si, con una cara de no dar los buenos días.


Por favor, hagamos todos una colecta para que nuestro Gobierno envie a alguien a Hamburgo, Alemania, solo para averiguar por qué esa diferencia en el tema del robo y la seguridad.
Señores jueces del Sistema Judicial, tal vez en lugar de arremeter contra los malos del mundo allende nuestras fronteras, no venga mal hablar con jueces alemanes para indagar su aplicación del sistema.

Eso nos va a dar muchísimos millones de euros que servirán para afrontar la crisis.

A lo mejor, hasta esas cosas son las que impiden las crisis, con esos pensamientos simplotes que a veces acometen a uno.

Porque uno es un simple, y piensa que donde hay menos robo hay más industria a menos precio, luego más competitiva.

Simple que es uno.