El ciudadano de a pie, corriente y moliente, el que no goza sinecuras ni privilegios de la aristocracia palaciega de tener un cargo político, independientemente de que en su pasaporte si es que puede permitirse el lujo de pedir su expedición, ponga USA, España o Francia, tiene en su uso particular propio de toda esa inmensa patria lo que ponga en el registro de la propiedad de bienes inmuebles, o la hipoteca del banco, y mucha calle para correr.


Se da pues la circunstancia de que por mucho norteamericano que sea, puede tener la calle para dormir, si no le matan en su duermevela, y un hospital en el que no le van a atender, por ser de pago. Aunque su padre hubiese muerto en la toma de Iwo Jima, que le da lo mismo.


Un ciudadano español tiene la posibilidad con su trabajo de tener una casa y unas necesidades cubiertas, o no las tiene. Si no las tiene, por mucha catalanidad que le venda el sátrapa político de turno, poco le va a aliviar de sus hambres y fríos.


Así que, aparte de la música pachanguera de sardana o pasodoble, el pertenecer a un país o llena de contenidos reales y tangibles esa pertenencia, o va a ser muy dudoso que la música militar les sepa levantar. Los trapejos de las regiones de los privilegios de pernada históricos, tampoco.


Cataluña lleva muchos años haciendo fracasar las aspiraciones legítimas de los españoles catalanes. A cambio de Insulas Baratarias extendidas en legaciones internacionales, carísimas, les está fallando en la educación, la sanidad, el acceso a la vivienda y el empleo.

Y esa es la auténtica realidad, y que los de CIU son de los más corruptos del conjunto taifaslandero, también.

Menos cuentos chinos, y dimitan, hombre dimitan.

Por dignidad torera.