«Cuando llegamos el bebé no respiraba»

Una pareja de la Guardia Civil ayuda a dar a luz en un coche a una mujer de nacionalidad rumana en la travesía de Fresno de la Ribera


De izquierda a derecha Buenaventura y Alfonso, los guardias que intervinieron en el parto, ayer en la Comandancia de la Guardia Civil.
De izquierda a derecha Buenaventura y Alfonso, los guardias que intervinieron en el parto, ayer en la Comandancia de la Guardia Civil. Foto José Luis Fernández
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IRENE GÓMEZ La pequeña Roberta descansa plácidamente junto a su madre en una habitación del Hospital Virgen de la Concha. Allí es donde debería haber venido al mundo pero tenía prisa por salir y, de madrugada, en la travesía de Fresno de la Ribera, el matrimonio de nacionalidad rumana que venía de Morales de Toro, no tuvo más remedio que parar el coche porque la pequeña ya estaba allí. Con la madre prácticamente en estado de shock, marcó el 112 y desde ahí llegó la comunicación a la Guardia Civil.


Era una emergencia, no se sabía para qué, pero cuando hacia las 5.10 horas Buenaventura y Alfonso escucharon el aviso por la emisora interna no se lo pensaron. Realizaban el servicio habitual de noche, entre Toro y Montelarreina, apenas a diez minutos de Fresno, era la patrulla más cercana; así que pusieron el coche en modo de urgencia y Buenaventura aceleró mientras Alfonso iba recibiendo noticias. Una mujer necesitaba asistencia urgente porque se encontraba dando a luz en un coche estacionado a un lado de la carretera, cerca de la fábrica de quesos de Fresno de la Ribera. En apenas cinco minutos estaban allí.


«Cuando llegamos vimos un coche parado con las luces de emergencia, nos bajamos y encontramos a la mujer en la parte trasera con el bebé recién expulsado y llena de sangre», cuenta Alfonso. «Pensábamos que estaba muerta porque no respiraba y tenía un color ya como violáceo». Alfonso se remangó para ponerse manos a la obra mientras su compañero cogía el teléfono para recibir las instrucciones de una médico del servicio 112 que intentaba a duras penas comunicarse con el marido.


«Cuando nos pusimos nosotros al teléfono la médico vio la luz porque con el padre, de nacionalidad rumana, no se entendía muy bien», cuenta Buenaventura. A partir de ese momento todo fue meteórico, «un subido de adrenalina tremendo» para los dos guardias civiles que no habían tenido una noche de servicio especialmente tranquila.


«Fueron diez minutos pero me parecía una eternidad», rememora Alfonso horas después. «Cuando llegamos el padre estaba muy nervioso y el bebé no respiraba, había cortado unos jirones de tela y yo le hice los dos nudos en el cordón umbilical, bien apretados y a una distancia de unos cuatro centímetros, como nos iba diciendo la médico». Con Buenaventura como interlocutor, Alfonso iba actuando. «Ella nos decía, tranquilos, tranquilos», pero ellos eran un atajo de nervios con la obligación de actuar sin dilación. La vida de la niña estaba en juego.


«La doctora nos preguntó si respiraba el bebé y le dije que no, le salía mucho líquido de la boca así que le metí el dedo meñique, el más pequeño, y empezó a respirar y a mover los brazos. No dejaba de echar líquido por la boca. Luego me dijo que lo tapara y que no lo apartara de la madre». Alfonso cogió su cazadora del uniforme y envolvió a la pequeñina. «Los bebés son muy fuertes y salen adelante pero si no sabes es un mundo».


Cuando Roberta mostró sus primeros síntomas de vida, los guardias empezaron a ver la luz. Mientras tanto, «la madre no paraba de sangrar. La preguntábamos ¿estás bien?, y no hacía más que tiritar. Para mi fue una eternidad» relata Alfonso, padre de un niño de tres años al que vio nacer pero desde luego en circunstancias mucho más saludables. «Lo único que te interesa en ese momento es el bebé, tienes miedo a meter la pata pero a la vez no te puedes quedar parado», cuenta Alfonso.


Fueron los diez minutos más largos hasta que los agentes divisaron por la carretera las luces de la UVI que llegaba de Zamora. El equipo sanitario introdujo a la medre y a la niña en el vehículo y todo se tranquilizó. Allí quedaron Buenaventura y Alfonso, éste último con las manos llenas de sangre, todavía sin poder reaccionar ante aquellos intensos diez minutos. «Cuando llegué a casa no podía dormir», cuenta el inesperado partero.


¿Satisfacción?. «Pues claro. La gente piensa que estás para hincharte a denuncias o detener a la gente. Pero también estamos ahí para estas cosas» dice Alfonso. «Es la parte más bonita de nuestro trabajo, salvar vidas o como ahora, ayudar a una niña a nacer». La casualidad quiso que fuera una familia rumana, asentada en Morales del Vino, donde los guardias hacen labores de seguridad ciudadana y se enfrentan en ocasiones a situaciones complicadas. También para ayudar ante una emergencia, sean rumanos, españoles o de Sebastopol.


Fresno de la Ribera no era de su Demarcación, pero qué importaba. Alguien dio un aviso y ellos estaban al lado, hicieron lo propio, decir «aquí estamos». «Ha sido uno de los servicios más gratificantes», coinciden estos dos guardias civiles, acostumbrados a lidiar con historias de lo más peregrinas. «Da igual lo que te encuentres, sabes que tienes que ir y ya está». Como así hicieron. «Somos guardias civiles».

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