La primera institución del estado, la corona, es la mofa del mundo, con un rey que se va a cazar costosos elefantes con una misteriosa señorita alemana mientras su pueblo se hunde en la miseria y con un yerno imputado por estafas millonarias.

Pues que quieres que te diga, dentro de lo que cabe, nuestra monarquía se comporta en comparación con
Los grandes escándalos de las (otras) casas reales europeas:

Los ingleses son especialmente temibles, aunque los holandeses no se quedan atrás en sexo y dinero
En 1974, su alteza real el conde Bernardo Leopold Friedrich Eberhard Julius Kurt Karl Gottfried Peter de Lippe-Biesterfeld, marido de la reina Juliana, príncipe consorte, inspector general de las Fuerzas Armadas y embajador extraordinario de los Países Bajos, mandó una carta al gigante aeronáutico estadounidense Lockheed a quien había conseguido un contrato importante para la compra de una docena de unidades del cazabombardero F-104 con destino a la Real Fuerza Aérea holandesa.
En aquella carta, el príncipe Bernardo reclamaba una comisión de un millón de dólares por haber actuado como "un intermediario impropio". Aquello era una forma elegante de reclamar el dinero prometido por la Lockheed como soborno.
Cuando el escándalo salió a la luz, la Lockheed confesó y el príncipe Bernardo aseguró que no tenía tiempo que perder en ese asunto.
El príncipe jamás fue juzgado. La reina Juliana amenazó con abdicar -los belgas son muy dados a las abdicaciones- si su marido era enjuiciado.
A cambio, se le retiró su cargo de embajador y tuvo que renunciar al uniforme de general de la Fuerza Aérea, que no volvería a vestir hasta que le sirvió de mortaja.
Ni siquiera retuvo la presidencia del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), pero eso no fue una excusa para que en 1988, casi una década después de que la reina Juliana abdicara en su hija Beatriz, el príncipe Bernardo maquinara una supuesta donación millonaria a la WWF, gran parte de la cual luego le sería devuelta de manera privada y con la que financiaría un grupo paramilitar para luchar contra el tráfico de marfil y de animales en las reservas africanas.
Por supuesto, aquellos mercenarios acabaron traficando con marfil y animales.

Un poco más al sur, y treinta años más tarde, aquel sobrino al que el buen rey de los belgas, Balduino, siempre miró con desaprobación: el príncipe Laurent, hijo del rey Alberto II, se esforzó lo que pudo en tapar el escándalo de corrupción y desvío de fondos de la Armada para la construcción de su casa particular.
La asignación de 300.000 euros anuales como hijo del rey, aunque ya muy alejado en la línea sucesoria (ocupa el puesto 12), no le fue suficiente, a tenor de las declaraciones de varios imputados que lo señalaron como el receptor de buena parte del dinero sustraído.
A pesar de que los jueces decidieron no procesarle, el rey Alberto II -quien se tragó el sapo de pedir perdón en un discurso televisado a la nación- le prohibió la entrada en Palacio, veto que prosigue en la actualidad, sobre todo tras el intento colonial del príncipe de entrar en el Congo en 2011 sin las preceptivas autorizaciones.
Aquello provocó un incidente diplomático que se zanjó cuando el príncipe aceptó que su vida fuera controlada por el Gobierno belga (so pena de quedarse sin la asignación anual).

La asignación de la duquesa de York, la ex esposa del príncipe Andrés de Inglaterra, Sarah Ferguson, es un poco menor: alrededor de cero libras.
Lo único que recibió de la Corona fue una modesta cantidad de 350.000 libras y una casa valorada en medio millón a cambio de que no se le excluyera por completo del círculo de la familia de la reina.
Y también a cambio de no firmar ningún compromiso de confidencialidad.
Eso le permitió escribir su biografía y venderla por poco más de dos millones de dólares.
Pero Fergie, aparte de una escritora infantil corriente y una impúdica adúltera (salieron fotos suyas todavía casada en las que estaba en topless mientras un financiero yanqui le chupaba los pies) ha demostrado ser una administradora terrible.
Ella achaca a sus deudas, y a que estaba borracha, la escena grabada con cámara oculta en la que le pedía a un supuesto empresario indio medio millón de libras en nombre su ex marido para "abrir algunas puertas".
Esas puertas debieron de ser las de la casa de campo (mansión) que Andrés vendió a un magnate de Kazajistán por 19 millones de euros, cuatro más de su precio de mercado y sin que hubiera ningún otro comprador al acecho.

El curioso filántropo kazajo era el yerno de un exprimer ministro de la antigua república soviética, uno de los lugares del mundo con más reservas de gas.
El que sí que acaparó muchas portadas fue Ari Mikael Bojshol, más conocido como Ari Behn, novelista noruego -nacido en Dinamarca-, casado con la princesa Marta Luisa, hoy cuarta heredera al trono. Behn es autor de dos novelas infames.
El problema vino cuando la primera (conocida como "la novela más corta del mundo") la publicó a raíz de su boda, con el consiguiente éxito de ventas.
La segunda, una suerte de catálogo apologético de homosexualidad y drogas, y encima mal escrita, fue rechazada por la mayoría de las editoriales.
Entre medias, Behn rentabilizó su matrimonio escribiendo un libro sobre la boda y paseándose por Barcelona vestido de drag queen y agarrado del talle de un travestido llamado Carmen de Mairena, muy conocido por la policía y por Javier Sardá.

Pero Ari Behn no es el único emparentado con la realeza al que le va el sexo.
En este sentido, la ropa sucia de las familias reales europeas habría que limpiarla en una lavandería industrial. Los ingleses son especialmente temibles, aunque los holandeses no se quedan atrás.

Mark Phillips, el exmarido de la princesa Ana, capitán de Dragones y ayuda de campo de la reina Isabel II, rechazó el título que le ofreció la soberana el día de su boda con la princesa Ana.
Hizo bien Phillips, quien entró con mal pie en el matrimonio -la prensa vivió durante años de las desavenencias de la pareja- y del que se rumorea que no es el padre de la segunda hija: Zara.
Lo que no es un rumor es que en 1985, siete años antes de su divorcio, tuvo un hijo de una relación adúltera con una profesora de arte neozelandesa.

Nada que ver aquello con la conversación interceptada entre el princípe de Gales y su amante, Camilla Parker-Bowles, en la que este le confesaba su ambición por ser "un tampón y vivir para siempre entre tu ropa interior".

Tampoco nada que ver con las habituales relaciones con prostitutas del rey Carlos Gustavo de Suecia o con su amante, la cantante Camilla Henemark; algo que se ha sabido (y no desmentido) después de que el rey batallara duramente para lograr romper el compromiso de su hija la princesa Magdalena con el joven Jonas Bergström.
Ahora, para olvidar las sordideces anteriores, quizá sea el momento de recuperar al bueno de Alberto II, rey de los belgas, a quien se le atribuye la paternidad de una hija bastarda nacida de una larga relación con la baronesa Sybille de Selys-Longchamps.
El rey tuvo devorar otro sapo gigante y reconocer en el discurso de Navidad de 1999 el affaire y -tácitamente- la paternidad.

El que que también reconoció en vida la paternidad de dos bastardas fue el príncipe Bernardo de Holanda.
Se cree que fue la necesidad de mantener a una de esas niñas -Alexia- y a su madre, una modelo francesa, lo que le llevó a traficar con influencias.

A su nieto, el príncipe Guillermo, casado con la argentina Máxima Zorreguieta, posiblemente la única plebeya elegante que ha recalado en las monarquías europeas (y que es inocente de los vínculos de su padre con la dictadura argentina), de momento no se le conocen bastardos, pero sí que se sabe que no es inteligente a la hora de invertir su dinero.
Para muestra, el conocido escándalo Machangulo de inversión opaca en un resort turístico promovido por un delincuente fiscal en la península del mismo nombre en el paupérrimo país de Mozambique.
A todos los efectos, aquello era como si la Casa de Orange hubiera invertido su dinero en la construcción de un hotel-spa todo incluido en Haití a medias con una empresa de abogados sicilianos de las islas Cayman.
La presión popular -y parlamentaria- obligó a Guillermo de Orange a dar marcha atrás. La sombra de Bernardo era alargada.

Con otra disposición de ánimo llevó Haakon de Noruega el asunto de casarse con Mette-Marit, una plebeya mucho menos elegante que la gran Zorreguieta: además de que llegaba a palacio cargada de equipaje (madre soltera de un hijo habido de una relación con un vulgar camello), la prensa enseguida señaló que Mette-Marit había sido una habitual de las rave, subcultura de drogas y de jóvenes aunque sobradamente buenos para nada.
Mette-Maritt acudió ante la prensa cogida de la mano de Hakkon y no negó nada; al revés, lo achacó a "una fase de rebeldía".
Esa misma fase debió de sufrir el heredero poco después, cuando pidió la baja laboral por paternidad sin importarle que su padre Harald estuviera luchando con un cáncer. La regencia quedó entonces en manos de Marta Luisa, la mujer de, glubs, el seudoerótico Ari Behn.

La familia real danesa no está al margen de líos de faldas, y los escándalos de la familia real monaguesca, sobre todo de los consortes y demás ralea, daría para escribir cuatro libros.

Comparando casas reales europeas, que quieres que te diga, la nuestra está entre las mejores.

Del resto que comentas estoy deacuerdo. kis: