El comandante es... ella

Son las únicas féminas que dirigen cuarteles de la Benemérita en la provincia de Granada
07.10.12 - 00:01 -
ENCARNA XIMENEZ | GRANADA
María José Suárez Cano. :: RAMÓN L. PÉREZ
Se sorprenden cuando nos acercamos a entrevistarlas: «¿todavía somos noticia?» Y es que tienen más que asumido que el papel de la mujer en la Guardia Civil -su incorporación se remonta a 1988- es ya algo «normalizado». Son, actualmente, las únicas comandantes de puesto en Granada, concretamente en Lanjarón y Padul. Cada una de ellas tiene una historia totalmente distinta, aunque otras muchas les unen.
Ambas habían ejercido ya esta responsabilidad antes de llegar a nuestra provincia y no se sienten diferentes por ello. De hecho, restan importancia a estar al mando de una plantilla formada toda por hombres que «aceptan la autoridad de un superior, al margen de su sexo».
Consideran que «al igual que el resto de la sociedad», la Guardia Civil ha sabido adaptarse a los tiempos y creen que, ni hay que hacer las cosas distintas por ser mujer, ni hay ningún tipo de discriminación. Así lo sienten.
Comparten también la sensación de que, aunque es totalmente posible la conciliación laboral y familiar dentro del Cuerpo, han tenido que renunciar a algunas cosas, eso sí, voluntariamente. Y afirman que el contacto con los vecinos de su área de actuación es lo más satisfactorio, aunque saben que deben calcular la distancia con los problemas a los que tienen que enfrentarse.
Sus anécdotas del día a día son las mismas que pueden suceder en otras profesiones tradicionalmente «de hombres»: «¿guardia civil? pues no lo parece», es alguno de los comentarios que hacen sonreír a Remedios y a María José, cuya trayectoria es una prueba más de la plena incorporación femenina en la Benemérita. De hecho, las vacantes se publican en el Boletín de la Guardia Civil, pueden pedirlas quienes ostenten el empleo requerido en toda España. En el caso de comandantes de puesto, el sistema es por antigüedad.
La falda
A las dos les parece poco útil para el trabajo el uso de la falda -y de los tacones, claro- y no están de acuerdo con que se suprimiera el tricornio como prenda «de gala». Les gusta y no encuentran ningún problema para utilizarlo.
Ser comandante de puesto les obliga a «saber un poco de todo» porque su campo de actuación es grande y, en ambos casos, tienen bastante claro su proyecto de futuro. Reniegan del chiste fácil de que quien no quiere estudiar, «que se haga guardia civil», porque, hoy por hoy, el Cuerpo puede sentirse orgulloso de su altísima preparación, muy reconocida a nivel internacional. Además. «hoy no es tan fácil entrar».
Remedios y María José llegaron de forma muy distinta a esta profesión que hoy les une como titular al ser las dos únicas mujeres en un puesto de tanta responsabilidad. El camino ha sido largo, pero les gusta; y han tenido suerte, ninguna ha tenido que usar jamás su pistola en un acto de servicio.
Sin vínculos familiares
María José Suárez es granadina de nacimiento y en la actualidad, comandante de puesto en Padul. No reside -de hecho nadie lo hace- en el cuartel que, en poco tiempo va a dejar de serlo porque, después del verano, se inauguran unas instalaciones más adecuadas.
Estudiaba la carrera de Derecho -es licenciada-, y decidió incorporarse a la Guardia Civil sin que tuviera referencias próximas «si tengo algunos familiares pero lejanos». Su padre ya había fallecido así que fue su madre quien le escuchó su deseo «y se sorprendió», y es que, siendo hija única «seguramente tenía otras ideas para mi futuro». Pero sabe que está orgullosa de ella y siempre le ha apoyado. Tal vez, porque María José no tuvo una idea espontánea, «fue algo muy pensado».
Ingresó en la academia de Baeza -estamos en el año 93- y a partir de ahí ha tenido una carrera profesional que le ha llevado a ser sargento primero y estar donde quería, cerca de casa.
Antes, estuvo en Huétor Santillán, y después en Toledo donde vivió el ascenso a cabo, y de ahí, al colegio de Guardias Jóvenes de Valdemoro, donde trabajó como profesora durante cinco años, una etapa de la que guarda un grato recuerdo. En el año 2003 ascendió a sargento y su destino fue Teruel «que existe y, además es una buena tierra», donde ya conoció la experiencia de ser comandante de puesto.
Tras año y medio de servicio, consiguió el traslado a Órgiva (otros tres años) para recalar finalmente en su puesto actual, donde llegó en 2010.
Su zona de actuación es Padul y Villamena, aunque como responsable también de la violencia de género, asume otras localidades.
Le encanta el contacto directo con los vecinos, «lo que te cuentan, puede ser verdad» y no ha tenido nunca ningún problema con sus compañeros de trabajo, todos hombres, y todos bajo su mando. «Lo que nos une es que este es un trabajo muy difícil, con mucha responsabilidad».
Procura no llevarse trabajo a casa, e intenta no pensar demasiado en los problemas diarios «más allá de lo razonable». No tiene pareja ahora «pero no por una renuncia expresa» y sí tiene claro que se pensará nuevos ascensos «porque eso implica un cambio de destino».
Es consciente de que su imagen no sólo es importante en las horas de trabajo, «y más en los ámbitos pequeños». Y se siente un poco psicóloga. Destaca además que es fundamental la labor preventiva y que esa cercanía que caracteriza a su trabajo de guardia civil, permite una labor de investigación que es fundamental para prevenir.
Nacida del Cuerpo
María de los Remedios Núñez, es sargento e ingresó en el año 2000 en una Guardia Civil que conocía bien. Era la más pequeña de siete hermanos donde cuatro, incluida ella, pertenecen al Cuerpo: un capitán y dos guardias. Y su padre, también guardia civil. Cuando se jubiló, Remedios tenía unos once años «por lo que no recuerdo la parte más sacrificada de su trabajo». Nadie se sorprendió de su decisión; pero sí de que a los diecisiete años dejara claro que quería ser «oficial de la Guardia Civil».
Su historia es el producto de un sueño al que llegar, aunque fuera en etapas. Tras estudiar selectividad y administración, trabajó en Caja de Extremadura -en esta comunidad nació- y después, como soldadora en el ayuntamiento de su localidad.
Tras no poder ingresar -«fallé en las flexiones»- en la Guardia Civil, lo intentó en el Ejército y, con gran disgusto familiar, y «sin esperarlo» lo consiguió. Estuvo seis meses en Logroño y solicitó luego destino en Canarias donde fue la primera mujer cabo y vivió la «sorpresa» de algunos de los cuatrocientos hombres a su cargo.
Lo del Ejército no estaba mal -aunque su madre seguía sin aceptarlo- pero la vocación mandaba y solicitó su ingreso en la Guardia Civil «donde empiezo de cero». Jaén y Boadilla del Monte son sus primeros destinos antes de que sus ganas de pertenecer a la policía judicial y el deseo de ascender le llevaran a pedir, de forma voluntaria, el País Vasco. Aunque no vivió la peor época -sus hermanos sí la sufrieron-, sabe lo que es tener que mentir sobre su profesión, no tener mucha relación con el exterior y sentir que el acento -andaluces y extremeños se conocían al momento- le delataba. «Mi trabajo era ayudar y, sin embargo, tenía que actuar como si yo fuera la mala».
Segovia, Baeza y Moraleja - en Cáceres- fueron sus nuevos destinos antes de ser nombrada comandante de puesto en Alcántara. Estaba a gusto pero el amor le trajo a Granada. Pidió la denominada «operación verano», como refuerzo -para superar la muerte de su padre- y llegó a Salobreña «y conocí a mi actual pareja», así que solicitó y consiguió su destino en Lanjarón donde apenas lleva dos meses y medio. Vive en el mismo cuartel donde trabaja, con su madre, y aquí se encuentra a gusto. Su deseo de llegar a oficial se ha ralentizado, no sólo porque se plantea otros proyectos, sino también por una inoportuna lesión que le ha perjudicado. Pero no se da por vencida. El sueño, simplemente, se está reescribiendo.


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