Pues yo tenía un problema parecido con las cáscaras de pipas.
Muchas tardes, cuando me distraía desde mi ventana con el pasar de las gentes por mi calle, de vez en cuando veía bajar revoloteando las susodichas. Pero hete aquí que una tarde, a la primera que vi bajar, salí disparado a la calle y la crucé, cazando en el acto a la vecina de arriba que tranquilamente hacía sus maniobras de comer pipas y tirar las cáscaras directamente a la calle, excepto algunas que caían en mi balcón.
Ella me vio perfectamente en la calle mirando hacia arriba y se sintió descubierta y desarbolada, y nerviosamente desapareció de su balcón. Imagino que contaba con que yo dejara estar el asunto, pero estaba muy equivocada.
En cuanto subí a la casa la llamé por teléfono y ¡sorpresa! Además de reconocer que lo hacía, decía y muy enfadada que ella tiraba por su balcón lo que se le antojara y que yo no era quien para recriminarle tal conducta.
Bajó a mi casa con el cepillo y el recogedor con la intención de barrer mi balcón, pero casi dándome voces encima. Por supuesto que no la dejé hacerlo, aunque tuve el fallo de invitarla a que pasara para que viera los resultados de su acción en mi balcón. Fallo garrafal que si Dios quiere no volveré a cometer, pues la susodicha podría haberme acusado de algo peor, si a su cabeza le hubiera dado por ahí, pues evidentemente no debe andar muy bien de la azotea.
Vamos, que la muchacha encima estaba ofendida.
La invité a que se fuera a su casa y le conté lo ocurrido a su marido; menos mal que éste es una persona mucho más sensata.
No sé lo que pasaría, pero desde entonces, y hace ya casi dos años, no he vuelto a ver una cáscara de pipa en mi balcón.
Eso sí, mi relación con la susodicha, desde entonces, ya me he encargado yo de que sea fría y distante. Todo lo contrario que con su marido que tiene el cielo ganado.
Marcadores