No lo sabemos, esa es la cuestión de fondo.
En la historia del billete de banco, resguardo en principio en papel de un patrón oro o plata, hay una escalada de complicación para evitar precisamente el fraude.
Los billetes de Bradbury en Inglaterra, por su elevada complicación en calcografía fueron los elegidos por el papel moneda español hasta 1936. Se fueron incorporando complicaciones sucesivas, como marcas de agua, hilos en la trama, composiciones en colores diferentes de un mismo trazado (muy bonitos a ese respecto los fabricados en Italia de 1940), etc. etc..
Los billetes actuales tienen tal cantidad de complicaciones, muchas ocultas, que la falsificación solo es posible a especialistas muy especializados con recursos técnicos muy complejos.
Pero ello hace que sea difícil para un ciudadano advertir bien una falsificacion.
El problema es que un billete falso no tiene valor. Un comercio que lleve billetes falsos pierde ese dinero. Surge así una necesidad añadida que se sustituye en parte por las maquinitas que advierten alguna de las complicaciones, como el brillo al ultravioleta y los colores de la trama oculta.
El que coge un billete de un comercio tiene más seguridad si ese billete ha sido chequeado por el comercio, como es el caso al recibir el cambio en esos centros con maquinita. Pero no es obligación del comercio, luego no podemos pedirles que nos lo pasen en el momento de recibirlos.
Pero en caso de recibir un billete falso de un comercio es más fácil para el que lo recibe reclamar al comercio (y poner la pertinente denuncia) que que el comercio reclame a un pagador días después.
En ese sentido hay que entender que el chequear los billetes no tiene un carácter de desconfianza personal, contra el cliente concreto de ese momento, sino un carácter general en la lucha contra el fraude, uno de los más peligrosos socialmente que pueden darse.
En el siglo XVII y XVIII la falsificación de moneda se pagaba con la pena de muerte en la mayoría de países, dando cuenta de lo importante que era controlar ese aspecto, que podía literalmente arruinar una nación.
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