“Picios” llamaban los milicos de aviación a los Aviocar cuando comenzaron a operar, por lo angulosos y “feotes” que parecían. Luego a los del SAR se les añadió un enorme radar justo en la punta del morro. “Fofitos” quedaron inmediatamente bautizados…. Y todavía por esos cielos de Dios andan volando.
Aunque parece ser que este apartado del foro no mueve pasiones ni discusiones por presuntas discriminaciones judeo-machistas ni hay choques entre “mandos” y “subordinados”, y que se sepa, ninguno de los que aportamos alguna cosilla cobramos ni un solo céntimo, voy a tratar de contar de que manera tan curiosa un servidor de los servicios municipales contra incendios fue capaz de salvar una vida frustrando un posible suicidio, y todo debido a una humilde paella.
Cuenta uno de los mejores jefes de bomberos del Excelentísimo Ayuntamiento de Madrid ( ahora simplemente “ajuntamiento podemistoide”) que ocurrió una mañana ,a esa hora en que dependiendo del hambre que se tenga pasamos de la mañana a la tarde, que se recibió una llamada anunciando que había un gachó agarrado a la parte exterior de la valla del viaducto madrileño, ese puente elevadísimo que salva el barranco donde nació Madrid.
En esos casos siempre se procura llevar en la dotación a ese bombero cachazudo, tranquilón, capaz de pasarse horas y horas hablando o contando como un balón salió de las botas del delantero y entró justamente por la escuadra de la portería contraria. Es decir, el que es capaz de aburrir a las ovejas cuando se pone a discurrir o a hablar. En este caso lo llamaremos Felipe.
En poco más de cinco minutos ya estaba la dotación frente al opositor a suicida. Mientras, quien podríamos llamar Alfonso ( alias Pirri porque pronunciaba las erres como si fuesen ges y servía de cachondeo a los colegas) quedaba en Parque terminando de preparar una inmensa paella con la que llevaba meses dando la tabarra y haciendo apuestas con valencianos, murcianos y alicantinos ( aquí hay de todas las etnias y rincones de las Españas y todos saben hacer la paella mejor que el vecino).
Se llegó en silencio, sin las aturdidoras señales acústicas para tratar de no alterar más a quien ya bastante alterado está. Se retiró a los sufridos policías y a todo aquel que luciese su reglamentario uniforme por eso de no alterar los nervios con la autoridad. Felipe se quitó el chaquetón de intervención dejando a la vista una camiseta blanca de tirantes totalmente antirreglamentaria. Parecía un churrero de Carabanchel de casi dos metros de altura, el pelo cortado a cepillo, músculos potenciados por el bricolaje casero( eso decía él) y con un palillo en los labios.
Mientras el suicida, agarrado al borde, se agachaba amenazando que se tiraba al vacio e insultaba a voz en grito a todos.
Felipe se fue acercando fumándose un cigarro con más arte que el James Dean ese de las películas; y lo mejor de todo es que no fumaba.
Ya está. No me digas nada. Tú estás casado o la “pantera” te ha colocao la cornamenta. ¿Mujeres?....¡si yo te contara !- y empezó con una historia macarrónica sacada de un sainete de Arniches.
Pero el futuro suicida no cedía. Cuando Felipe trataba de ganar algún metro aquel hombre se ponía más nervioso y no dejaba de hacer movimientos que le podrían hacer perder el precario equilibrio y caer al abismo para romperse la cabezota en el asfalto madrileño.
Felipe trató de cambiar de argumento, ya que a esas alturas todavía nadie sabía cuál era el origen de semejante actitud en aquél hombre, y comenzó a hablar de las excelencias futbolísticas del Madrid, arriesgándose que el individuo fuese del “Aleti”. Otro sermón incongruente incluso tratando de imitar con chutes imaginarios las acciones de los futbolistas para ganar los metros suficientes que le facilitasen el poder agarrar a aquel tío que le miraba asombrado y empezaba a sospechar que él no era el único loco allí.
En un momento dado Felipe se miró el reloj de pulsera y todo cambió.
- ¡¡Me cago en su **** madre!!. Tres cuartos de hora aquí haciendo el payaso y la paella ya estará aguachinada y too roñosa.
Sin previo aviso y de manera sorpresiva se abalanzó sobre el sorprendido suicida que se había quedado con la boca abierta y sin explicarse a qué se debía aquél radical cambio de actitud; lo agarró de los pantalones por la parte de la cintura, y tirando de él casi lo lanzó en medio de la calzada. Luego se fue otra vez hacia el salvado del suicido , que ahora pedía socorro, lo levantó y lo zarandeo mientras se acordaba a voz en grito de la paella que esperaba en el Parque y de toda la parentela del ex suicida.
Curiosa y real manera de solventar el problema. Claro que eran otros tiempos. Ahora Felipe estaría expedientado y sería objeto de todas las tertulias y noticieros habidos y por haber. Y si resultase que tuviese una determinada simpatía política se pediría la dimisión del alcalde y de toda la corporación municipal por faltar a cualquier cosa de esas que ahora son las importantes y tienen nombres tan complicados de entender.
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