Voy a opinar sobre el primer tema. El segundo ni lo he leído….estoy hasta los cataplines de política y mamandurrias. Hasta que no termine las “vacaciones veraniegas” pasooooo de de esos temas.
Pues como quería decir, lee uno el articulo del Maestro y se le queda a uno cara de gilipollas. Imagínate como serás las gachises que hasta un servidor ( usuario por imperativo económico del metropolitano madrileño) conoce a las susodichas. Actúan con una tranquilidad pasmosa. Son verdaderas profesionales del mangue. Tienen más morro que una banda de negros cantando el only yu. Lo único que se puede hacer es decir en voz alta que el personal tenga cuidado con las carteras, que hay moros en el vagón; pero la gente te mira y deben pensar que les habla un chalao. Yo lo he hecho y miran con más respeto a los recorren los vagones diciendo eso de “muy duro es pedir, pero más duro es robar” alargando la mano al personal. Pero suele dar resultado; en la siguiente estación se bajan para cambiar de escenario.
Pero no debe escandalizarnos estos hechos. Los hemos aupado y dado vida nosotros mismos con tanta estupidez social y buenismo artificial. Nos hemos dejado llevar por las pamplinas de ingenieros sociales de patio de facultad y aquí tenemos el resultado.
Hace cuatro días unos colegas nos invitaron a la “oposición” y a un servidor a dar una vuelta por el barrio a la caída de la tarde para evitar el maldito “buen tiempo”. Después de un largo paseo nuestros anfitriones nos indican si queremos tomar algo sentados en una terraza. Como la caminata ya había sido de órdago ninguno dudó en aceptar la invitación. Ya eran las primeras horas de la madrugada y la mayoría de los bares estaban cerrados o carecían de un lugar en la calle donde sentarse y degustar el refresco. Tuvimos que andar un poco más hasta que junto a un parque, en un populoso barrio madrileño, nos sorprendió una enorme concatenación de terrazas pertenecientes a los locales adyacentes, y que estaban hasta las trancas de personal. Creo que no exagero si afirmo que aquello tenía casi cien metros de aglomeración de mesas…y de masas, todas ocupadas por madrileños ansiosos de degustar algo al tibio frescor de la noche. Todo estaría dentro de lo normal si no tuviésemos en cuenta que las susodichas mesas estaban junto a los bloques de vecinos. De aquella masa de gente se elevaba un soniquete monocorde propiciado por las conversaciones y risas. Allí cada cual iba a lo suyo sin recapacitar que a escasos tres metros, en la altura, había gente que supongo querría y tenía derecho a dormir en el plácido silencia de la noche, y que a esas alturas estarían pensando el porqué no se habrían comprado su casa en medio de la llanada de Albacete, lejos del mundo civilizado y correctamente social. Para más inri, a la cacofonía dialéctica se añadía la música de tres o cuatro músicos callejeros que amenizaban la velada tratándose de ganarse unas perras para vivir ( solo faltaba algún gitano con la cabra haciendo malabarismos).
Estoy seguro que aquella masa de gente eran personas normales, vamos, como lo podemos ser cualquiera de nosotros. Ni cívicas ni incívicas; si no todo lo contrario.
Yo decliné la invitación y me negué en redondo a sumarme a aquella romería. Tenía sed y se estaba de **** madre por allí; pero mi conciencia no me permitía sumarme a aquel coro de grillos y joder la marrana a los vecinos, a pesar de que seguramente todo aquel cirio era legal y supongo que cualquiera podría argumentar qué son “molestias colaterales” que tenemos que aguantar cuando nos toquen.
Yo me quedé con ganas de llamar al sereno y pedir que pusiese justicia en aquel desaguisado, pero habría quedado como un bicho raro y además ya no hay serenos en Madrid.
Creo que con un poco de “finura neuronal” habréis comprendido el paralelismo social entre un hecho y el otro. Lo malo ahora es como leches cambiamos todo esto.
Un saludo.
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